C. Tongazo

FUGAS

Ricardo Rubio

«El madrileño» batió un récord en Spotify, más de 5 millones de reproducciones el primer día

12 mar 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

De entrada, quizá por ese «insolente orgullo» tan nuestro, de «los de provincias», ya no me gusta el título. Con la que está cayendo. A partir de ahí empieza el relumbrón y el brilli brilli. Porque si algo hay en este disco es kilos (y quilates) de producción.

Lo que Sony ha conseguido con C. Tangana es un alarde de prestidigitación sin igual en la música española. Hace 18 meses, al madrileño le cancelaban sus conciertos por sus contenidos machistas y hoy es incuestionable objeto de deseo universal. O el trilero estuvo hábil o nosotros lentos, pero la jugada salió perfecta. Y no es la única. Las 14 canciones de este disco se articulan como un preciso campo de minas infestado de cebos, trampas y cepos.

En El madrileño, C. Tangana se transmuta en Zelig, aquel personaje de Woody Allen que de modo sobrenatural mimetizaba su apariencia en función de donde o con quien estuviera. Y así, sus canciones, si canta Calamaro parecen de Calamaro, si lo hace Kiko Veneno parecen de Veneno o si las comparte con Drexler parecen de Drexler. Se torna penoso rumbero cuando asoman los Gipsy Kings, presunto sonero cuando incorpora al gran Elíades Ochoa, desubicado cantor latino junto a José Feliciano o paupérrimo corridista de la mano de Carín León. Un sindiós, vaya. En el que no faltan momentos de auténtico sonrojo, como escuchar a Toquinho, engolado en autotune, cantar «Roneando / no puedo más que pensar / en tu culo al pasar / rebotando» o a Drexler interpretando pueriles rimas dignas de los hermanos Cano.

Entre arrebatos de poderío («Yo no era más que un don nadie / y ahora que sobran ceros en el banco / me piden que cambie») y una actitud que bascula por momentos entre el malote de barrio y el nuevo rico, va narrando Tangana, con su voz displicente e irritante, sus desaires amorosos padecidos. Cuando no también, sus muchas conquistas. Demasiada' mujere', narra con acento bien poco castizo.

Y así, entre sobredosis de flangers, autotunes y síncopas he ido llevando la escucha de El madrileño, del que solo me gustan tres cosas: sus primeros 38 segundos, la producción de Alizzz y la nómina de colaboradores. El resto me sonó a tongazo.