Antonio Gasset, en cinco anécdotas personales que no conoces

FUGAS

EDUARDO

Descubrimos algunas de los momentos más disparatados y tiernos del mítico presentador de la mano de un amigo y compañero suyo en Televisión Española. Es nuestro particular homenaje al periodista que nos acaba de dejar

08 oct 2021 . Actualizado a las 05:00 h.

«La atracción hacia su persona era radiante en metros a la redonda. En cuanto aparecía con su elegante caminar asimétrico, su presencia distinguida y su sonrisa socarrona, preludio siempre de algún chascarrillo ingenioso no apto para estos tiempos políticamente correctos, ya tenía ganada a la audiencia, aunque no lo hubieran visto en su vida». Así era Gasset y así lo recuerda Santos López, productor ejecutivo de Televisión Española, amigo y compañero que compartió con él numerosas anécdotas y que hoy nos cuenta algunas. «Mis viajes de trabajo con él son inolvidables. Nadie me ha hecho reír tanto, con tantas ganas y de forma más desinhibida. Solo por eso merece mi homenaje», comenta el productor que lanza un aviso a navegantes: «Atención, gente que suscribe lo políticamente correcto: tápense los oídos».

Sobrino segundo de Ortega y Gasset, su pasión por el cine le vino ya de muy joven: «Formaba cuadrilla con Iván Zulueta, Alberto Bermejo, Agustín Díaz Yanes, Luis Eduardo Aute.... Admiradores de Sam Peckinpah de La Huida y Grupo salvaje», al que invitaron a pasar una semana en Madrid y que el director norteamericano aceptó. La estancia resultó de lo más disparatada, según narraba el propio Antonio a sus compañeros de la tele. Su vida giró desde siempre en torno al cine y a los festivales de cine. «Había una ceremonia que repetía todos los años en Cannes: un paseo de madrugada por la Rúe de Antibes con los pantalones bajados por los tobillos, americana y el periódico bajo el brazo. Cien metros de calle junto a las tiendas de Chanel, Hermès y Dior, burla irreverente al pijerío internacional, al que nosotros asistíamos a distancia prudencial muertos de risa», cuenta López.

«Una noche en el Festival de San Sebastián, en una fiesta en el hotel María Cristina», Gasset se encontró con uno de los grandes empresarios del sector al que acababa de ver pasearse en un descapotable junto a una mujer pelirroja por toda la ciudad. El contenido de la conversación es de tan alto voltaje que no es posible transcribirla. Tanto es así que Santos describe el encuentro como «surrealista», al que asistió con «la boca abierta». Pero Gasset, tras terminar, lo miró y le dijo: «¿Qué te ha parecido este diálogo elegante de película clásica americana, a lo Cary Grant y James Stewart en Historias de Filadelfia?».

Flechazo en la Berlinale

En la Berlinale, «Antonio se enamoró perdidamente de una modelo alemana de 22 años». Y al regresar a Madrid «era un alma en pena»: «‘Que me he enamorado... ¿qué hago?'. El siguiente fin de semana tomó un avión a Berlín para encontrarse con ella. Volvió a los pocos días: ‘Calabazas', nos dijo, arrastrando la pierna mala, señal inconfundible de sus bajones de ánimo. No obstante se fue a Berlín 15 días después. A la vuelta no tuvimos que preguntar, arrastraba la pierna como si llevara una bola de presidiario. Se consumía a ojos vista. Nada de ocurrencias ni chascarrillos», pero regresó una vez más a Berlín: «Al llegar a la ciudad alemana, lo tuvieron que hospitalizar con una neumonía. Tres días después apareció ella en su habitación con un ramo de flores. Una gran historia de amor. Tuvieron una hija, Cósima, a la que Gasset adoraba».

Su ligera cojera, «a veces imperceptible y otras evidente, era como un barómetro de su estado de ánimo y los cambios climatológicos», pero también le servía para ganarse al público, aunque en alguna ocasión, la broma se le volviera en contra. Él mismo contaba lo que le sucedió con uno de los guardias que custodiaba la entrada a Prado del Rey. Después de meses saludándolo en la puerta un día le dijo: «‘Señor Gasset, ¿qué le ha pasado en la pierna, que le veo que cojea' y Antonio, con su rapidez para la chanza, le contestó: ‘Me he torcido el tobillo jugando al tenis'. A la mañana siguiente: ‘¿Cómo va ese tobillo señor Gasset?' Y así en días sucesivos: ‘Parece que no mejora señor Gasset'. ‘No, es más serio de lo que pensaba' contestaba Antonio. El guardia, que solo quería ser amable se convirtió en una pesadilla: ‘¿Pero tiene algún hueso roto señor Gasset?'. ‘¿Ha ido al médico señor Gasset?'. ‘Hoy cojea más señor Gasset' ... Antonio fue víctima de su propia guasa y no le quedó más remedio que dar un rodeo todos los días y entrar por otra puerta para evitar al preocupado guardia».

Su carisma, no solo enamoraba en las distancias cortas, traspasaba la pantalla. No olvidaremos Días de cine y su entrega por entretener a «víctimas del insomnio, parejas en crisis, politoxicómanos e incluso algún aficionado del cine», en una de sus míticas presentaciones que ya se ha convertido en objeto de culto, «con sus contenidos dedicados a la actualidad cinematográfica. Tediosa, casi siempre, pero hay que reconocerlo, brillante en alguna ocasión». Su sarcasmo y humor ácido sin anestesia creó un estilo tan personal que hizo que varias generaciones de espectadores fueran seguidores fieles del mítico programa, emitido a horas intempestivas, durante la época que dirigió y presentó.

Y ahora llega la «pausa», que diría Antonio: «Sed buenos, y si por lo que fuera no podéis, seguid siendo malos, la diferencia es mínima».