Clara Fuertes: «María Casares buscó un amor idéntico a su padre»

FUGAS

ANGEL MANSO

La «leona enjaulada» que fue la actriz coruñesa revive a sus cien años en la biografía novelada «Todas las horas del día», que revela cómo fueron los últimos días de la Única e invita a vivir a su manera: con urgencia

05 jun 2022 . Actualizado a las 22:14 h.

En la coruñesa calle Panaderas, en un tercer piso, respira hoy un pedazo de la gran María Casares (21 de noviembre de 1922, A Coruña - 22 de noviembre de 1996, Alloue, Francia), que esta semana ha venido a visitar la escritora Clara Fuertes, autora de Todas las horas del díaEn este libro, la escritora que debutó con el bestseller Agua de limón novela la vida de la Única, así bautizada por quien lo fue «todo» para ella, Camus, una mujer que tuvo varios amantes pero solo un gran amor para toda la vida.

Fuertes, entregada al oficio de contar historias verídicas de mujeres para recordar, nos ha traído de vuelta a casa otro pedazo de una actriz que se hizo a sí misma en tierra desacostumbrada. En esta novela están los últimos días de María, los que no incluye su biografía, el azar que la llevó a crecer en la escena, el sentimiento de orfandad arropada que encontró en París, su deseo enterrado de ser madre, sus duelos navideños, su flechazo con Camus el día del desembarco aliado en Normandía, la espiral de autodestrucción que sucedió a la muerte precoz de su más querido amante y su manera de hacerse una Galicia para aliviar la morriña en Charentes. En la casa de la actriz en la Nueva Aquitania estuvo el pasado verano Clara Fuertes. «Fue emocionante», valora, aunque admite que no le gustó la exposición que acogía el último hogar de María; «daba una imagen demasiado oscura». «Yo a María no la veo así», revela la escritora. 

­—¿Aún es María Casares, en su centenario, una desconocida en España?

—En Galicia no tanto, porque los premios de teatro llevan su nombre y se ha recuperado su casa, pero la gente aún desconocen cosas tan evidentes como quién era su padre. Y alguien me decía el otro día: «El Ayuntamiento ha comprado una casa...». «No, no, esa es su casa, era la casa que fue suya, requisada en la guerra y que no les fue devuelta nunca». 

­—¿Fue una desmemoria cultivada?

—Sí. La dejadez democrática y el hecho de ser mujer han influido mucho en este olvido.

­—¿Cómo se decidió a novelar su vida?

—Hay muchas partes verídicas en esta novela, basada en hechos reales. Incluso el personaje de ficción que incluyo, Airas, las cosas que cuenta acerca de María son verdad.

—¿María es aún una novela inacabada?

—Yo he intentado acabarla en este libro. La biografía Residente privilegiada ella la escribió con su marido, Dadé, vivo. En esa biografía le falta profundidad...

—¿Con su marido vivo, no se atrevió a contar ciertas cosas, quiere decir?

—Eso es. No tiene los sentimientos de las cartas de Camus. Con todo, en Residente privilegiada cuenta mucho. Esa biografía me ayudó a comprender el personaje y esos momentos que más le dolieron, hombres que le hicieron daño y de los que no hablaba o solo hablaba de puntillas. Yo he respetado eso y me he centrado en sus dos grandes amores, Camus y Dadé.

—Entre Camus y Casares hubo una gran novela de amor. Esas cartas que finalmente se decidió a publicar la hija de Camus. Son material sensible.

—Sus cartas las necesitas para meterte en el yo íntimo. Pero ellos en las cartas se hablan de cosas banales, de miedos, de soledades, no es solo «Adorada mía»...

—María dejó A Coruña de niña, tan pequeña que se marchó casi sin recuerdos.

—Recuerdos los tuvo. Su primer exilio fue en Madrid, no solo por salir de su primera tierra, Galicia, que añoró siempre, sino porque allí se sintió muy sola. Su padre estaba a sus cosas. El segundo exilio llegó con el alzamiento, con la guerra civil. Su madre y ella huyeron a París.

—¿Sin la herida del exilio, no tendríamos a este volcán que ardía en escena?

—No, e influye también en esto la casualidad. Creo que no habría sido actriz si no llegase a darse la casualidad de que recitó aquel poema en casa de aquellos amigos, que la vieron y dijeron: «Tienes que dedicarte al teatro». Ella se descubrió en el escenario, descubrió que allí podía ser otra, desterrar su timidez. Era una mujer muy tímida, más de tres personas le parecían multitud.

—Desenjauló a la «leona enjaulada» que era, en sus propias palabras, María Casares. Aquí es un soplo fuerte de libertad.

—Ella fue absolutamente libre, pero para ser libre tuvo que renunciar a cosas...

—¿Cuál fue su mayor renuncia?

—La vida familiar; lo hizo por amor.

—¿Por Camus, su amante, casado y con dos hijos, descartó ser madre?

—Sí. Pero a ella le compensaban más diez minutos con Camus que una vida con él.

—Su gran amor no fue Camus, ¿no? El gran amor de su vida fue el teatro...

—El teatro fue, digamos, el amor que la acompañó hasta el final.

—¿Qué relación tuvo María con Dadé, que acabó siendo su marido? ¿Estuvo al nivel de Camus?

—Antes de casarse, María y Dadé fueron como amigos con derecho a roce. Ella cuenta que él se ausentaba por temporadas. A ella le dolía. Con Camus sabía que él debía irse por su familia, pero Dadé está separado, y que se ausente ella no lo entiende. María y Dadé tuvieron al final una vida bonita, calmada.

—¿Fue María para Camus tanto como fue él para ella? Su relación tiene algo de cliché. Ella no llegó a casarse y formar una familia, él a la suya nunca la dejó.

—Ella tenía también otros amantes, y su vida cotidiana era el teatro. Para María, a nivel artístico, era más fácil crecer. Él no estuvo por encima de ella en absoluto. Si en interpretación hubiera un Premio Nobel, seguramente María lo habría recibido antes que él.

—Catherine, hija de Camus, sí admitió que ella había sido el gran amor de su padre.

—Sí, pero le costó. Hasta que publicó las cartas, no lo aceptó. Cuando María le pidió permiso a Catherine para publicar un par de cartas de Camus, Catherine le dijo que no. Y esas cartas acabaron en manos de Catherine porque María se las pasó. Creo que si Camus no hubiese muerto en aquel accidente en Navidad, ellos habrían acabado juntos. Aunque tuviesen otros amantes. Ella era su Finisterre y él su Mediterráneo.

—¿Cuál fue la mayor factura para María, ser hija de Casares Quiroga, ser mujer, el exilio, ser la amante de Camus?

—Todo. En la dictadura, el nombre de Casares Quiroga se quiso borrar de la historia. Y ella decía que, a modo de venganza, triunfaba en los escenarios con el apellido Casares. Su apellido en francés está acentuado adrede, Casarès, para ser pronunciado de la manera correcta. ¿Cuántas mujeres fueron ninguneadas en esa época? Cuando María Casares volvió al final de la dictadura, volvió de la mano de Alberti, con una obra suya. ¿Por qué a Alberti se le han hecho todo tipo de reconocimientos y a ella ninguno? Y dejadez democrática, la ha habido toda. Su padre fue, con el franquismo, el hombre más vilipendiado. A ella la marcó mucho su doble exilio. Él tuvo tuberculosis, como Camus... Es curioso cómo María buscó un amor idéntico a su padre, político, intelectual e incluso enfermo de tuberculosis... De algún modo, ella acabó con su propio padre. Albert Camus lo fue todo para María Casares: su confidente, su amante, su padre, su maestro... Todo. Camus y María se conocieron y se amaron por primera vez el día del Desembarco de Normandía. 

—Señala en su novela que, además de la herida del exilio, María sentía la mordida de la culpa por no hacer más en la Segunda Guerra Mundial. 

—Ella y su madre eran doblemente señaladas, dos republicanas en París, solas. El padre debió salir exiliado a Londres. Ellas quisieron irse con él, pero no pudieron, no encontraron pasaje. Tampoco pudo hacer mucho estando tan señalada. ¿Pero cómo no le iba a afectar, cómo no sentir culpa? Ella llegó a París con su propia carga y luego se encontró con otra guerra allí. Tuvo un sentimiento de culpa unido a la necesidad de sobrevivir. Ella fue el único medio sustento de su casa, la única que lleva dinero a casa para que puedan sobrevivir la madre y ella. No pueden llevar el tren de vida que llevaban en Galicia o en Madrid. Viven austeramente, porque además a María los papeles de cine que le dieron dinero llegaron a partir del 60, cuando la guerra estaba ya olvidada.

—¿Qué tal ha visto su hogar en A Coruña?

—Bien, pero me gustaría verla más recreada, con sus muebles, sus recuerdos... A ella le dedican la tercera planta, pero hay poca cosa. Sería bonito quizá retransmitir allí películas en una gran pantalla o hacer un centro de interpretación. Han recreado una especie de biblioteca para hacer presentaciones, y es una idea muy bonita, pero creo que sería apropiado hacer algo más activo teatral y literariamente. Me han faltado imágenes, su voz... la voz de María Casares. Sería bien escoger fragmentos de su biografía, Residente privilegiada, y hablarlos, darle voz a ella. ¿Una tienda con los libros de María, bolsas, merchandising? También...