Carlos Quílez, máster en Periodismo Judicial: «Nunca he visto en un juicio lo que se hizo en el de Rosa Peral»

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Quílez impacta compendiando más de treinta años de experiencia en el libro «Condenados relatos», 18 historias reales que auscultan la crónica negra del país. Les van a sonar...

23 dic 2023 . Actualizado a las 10:32 h.

Aunque no te guste el crimen, «al crimen le gustas tú», revela una de las citas que le han marcado al escritor y periodista Carlos Quílez (Barcelona, 1966), que celebra el bum actual del true crime y entiende que la gente se siente, inevitablemente, cautivada por el mal, ese atractivo perturbador que explica el éxito del género. Entre los casos reales de sus Condenados reales, el crimen de la Guardia Urbana. Quílez se atreve a dar voz a Rosa Peral.

­—¿Cuál ha sido el criterio para seleccionar las historias y cómo se las ingenia para mirar de frente a casos como estos?

—Son treintaytantos años de crónica policial y judicial. Todas las historias que recojo en Condenados relatos han despertado mi interés por singulares, kafkianas o duras. En el edificio que yo construyo los ladrillos son policías, ladrones, personas que tienen relación con el crimen. Estas son algunas de las cosas que me han tocado el hígado cuando he tenido que informar de ellas.

­—Ha vivido, de forma directa, el caso del secuestro de la farmacéutica de Olot o el del violador de la Vall D'Hebron, que confiesa que zarandeó su ética. ¿El seguimiento de este tipo de crímenes lo enfrenta a uno consigo mismo, su fragilidad y su ética?

—Este oficio permite tener acceso a una realidad que no está al alcance del común de la gente. En él hay debates éticos que la gente ignora que tenemos, y uno de ellos es el que explico en el caso del violador de la Vall D'Hebron, donde se dan una serie de elementos que, analizados con perspectiva, te das cuenta de que no son casuales y tienen como objetivo salvaguardar a la sociedad de un depredador como Rodríguez Salvador. Te llega una patata caliente y qué hacer con ella no te lo enseñan en la facultad.

­—Estremece el relato de las 12 formas de eliminar un cadáver. Obliga a entrar en la mente del asesino, a ponerse en su piel. ¿Ha ido cambiando su sentido ético con los años y la singularidad de cada caso?

—No diría a lo Groucho: «Esta es mi ética, si no te gusta, tengo otra». Sí hay unas líneas que cada uno no está dispuesto a superar y en 35 años no he picado a pesar de que he tenido la ocasión, pero sí te vuelves más resabiado con el paso del tiempo. Te dejas engañar cuando tú quieres... Tengo 57 años y la experiencia tiene que ser válida para algo. Sé bien el terreno de juego en el que me tengo que mover, la capacidad de hacer daño que tiene la prensa y me pregunto una y mil veces antes de dar una información la repercusión que esta puede tener.

­—¿Pesan mucho las fuentes oficiales en la información de este género?

—La crónica periodística de sucesos está muy marcada por un discurso que viene protagonizado por la policía, los fiscales, los abogados y los jueces. Olvidamos muchísimo a las víctimas. Pero, desde luego, lo que nos interesa muy poco son los autores y menos los familiares de los autores. Este libro, de true crime, pone el foco en delincuentes que han estado en la cárcel merecidísimamente, pero hay que zambullirse, perder tiempo, acercarse a ellos para entenderlos, no justificarlos. Si no los comprendes, el caso no lo puedes explicar. La gente que cree que hablando con prensa de la policía tiene bastante se equivoca.

­—¿Hay que ser escéptico?

—Yo, cuanto mayor me hago, más dudas tengo. Recuerdo ir, hace 28 años, a ver al juez de instrucción n.º 26 de Barcelona, le revelé una fuente policial y le dije: «No se preocupe, señoría, que protegeré la fuente». Y me dijo: «Hombre, lo ha hecho usted muy bien, ¡acaba de revelarme la fuente!». La vida te enseña que hacerte el tonto es un gesto de inteligencia.

­—¿El contexto y las circunstancias dicen mucho sobre el delincuente?

—Sin duda. Soy hijo de un profesor de Literatura que, a la sazón, era corrector de mis novelas. Mi madre era peluquera de barrio en Moncada, y fueron unos magníficos padres. ¿Pero y si mi padre hubiese sido un bebedor, maltratador, como el padre de Jesús Contreras, «el atracador del chándal»? ¿Sería yo un hombre como Jesús, que se ha pasado años entrando y saliendo de la cárcel?

­—El caso de Rosa Peral centra un relato. Le da la voz a ella, ante una sociedad que quizá la ha condenado más moralmente que en base a los indicios y pruebas.

—Yo creo que sí. A Rosa Peral le di la oportunidad de que escribiera lo que quisiera libremente. A esta mujer la he visitado 20 o 25 veces en la cárcel y tengo de cada una de las entrevistas que he mantenido con ella acta notarial. Tengo unos 500 folios de cartas de Rosa Peral. Yo no sé si ella lo hizo [matar a Pedro Rodríguez], lo que sé es que no se la ha juzgado justamente. Cada testigo que declaraba en el juicio por el caso debía responder, al final, si había tenido relaciones con Rosa Peral. En 30 años he cubierto centenares de juicios, y nunca he visto que un fiscal le pregunte a una testigo tal cosa. ¿Qué importancia procesal tiene para la investigación de un asesinato ese tipo de pregunta? ¿Y por qué a los testigos en relación con Albert no se les preguntó si habían tenido relaciones con él?

­—¿Aprueba «El cuerpo en llamas»?

—La serie de Netflix sobre el caso no me gustó. Es atractiva y está muy bien interpretada, pero no me gusta porque se aleja mucho del caso verídico. Es como comerse una paella de garbanzos. Está rica, pero no es una paella de arroz, ¡es de garbanzos!