Lleva 15 años en Cantajuego, que vuelve a A Coruña el próximo 3 de noviembre para presentar «Burbujas», el nuevo espectáculo en el que hablan de las emociones
25 oct 2024 . Actualizado a las 05:00 h.Lleva 15 años formando parte de Cantajuego, un cuarteto al que considera su familia, y en el que disfruta viendo las caras de ilusión de los niños cuando cantan clásicos que ya son himnos. Porque para Eugenia Cabrera (Las Palmas, 1983) la formación musical es ese nido del que nunca te vas (como el hogar familiar), aunque vueles libre en paralelo. «Es el lugar donde yo he crecido como artista. He visto muchas cosas y he estado en muchos lugares... Y no podría haber sido así, si no hubiera sido por Cantajuego. Esto me da la base, y luego, aparte, puedo seguir construyendo otros caminos con ideas y creaciones que también están dentro y que necesitan otro espacio, otro lugar para expresarse», señala esta artista canaria, a la que los más pequeños reconocerán en el escenario por sus dos coletas.
—Estrenáis el espectáculo «Burbujas» en el Palacio de la Ópera de A Coruña el 3 de noviembre, ¿qué tiene de novedad?
—La temática es nueva, queríamos enfocarlo por el tema de las emociones, transmitir el concepto y la importancia de cada una de ellas. Parece que siempre queremos quedarnos con la alegría o con las más agradables, y venimos a contar que la tristeza o la ira, en un momento dado, también son necesarias para ciertas cosas. Incluye canciones nuevas que desde el año pasado ya están en YouTube.
—¿Lo más complicado es meter canciones nuevas en un repertorio que se sabe todo el mundo?
—Sí, la verdad es que sí, porque son canciones que están en la memoria colectiva, que vienen de atrás..., pero, claro, se acaban. Y aunque las seguimos manteniendo, a lo mejor hay cosas de las que queremos hablar que no se han hablado. Ahora, por ejemplo, hemos sacado Vivir con alegría, que hay muchas que hablan de esto, pero queríamos una nuestra para transmitir el mensaje.
—¿Cuál es la canción con la que más disfrutas?
—Es muy difícil, pero me lanzo. Cosquillas me gusta mucho, es pura diversión. Y luego, en este espectáculo, canto una que se llama Tengo un barco de papel, porque es muy nostálgica, a la vez que te da mucha fuerza. Es como venga, vamos a la aventura, en grupo... Me recuerda mucho a mi tierra, a Canarias, al mar... Es especial para mí.
—Tú te pones dos coletas y un mal día se queda en nada encima del escenario, ¿no?
—Totalmente, porque entre que la música ya tiene bastante marcha, y esto ya te activa el cuerpo, y además, cuando salimos al escenario, nos reciben con mucho cariño...
Al final, somos como vampiros de energía, nos quedamos con lo que nos transmiten en cada sitio.
—Somos adultos, nos pasan cosas buenas y malas, pero ahí arriba os contagiáis de esas caras de ilusión, ¿no? ¿Cómo se vive?
—Es muy emotivo, te hace estar en el presente, porque uno puede traer cansancio o tener un día un poquito más flojo, pero entre nosotros hacemos piña, hacemos mucho grupo. Y el público también ayuda. Muchas veces bajamos a estar con ellos en alguna canción, y eso ya te hace olvidarte de todo. Ves las sonrisas, las caritas de ilusión y te llena el corazón.
—En vuestros espectáculos cantan tanto niños como mayores.
—A veces son más los mayores. Muchas veces los niños se quedan tan expectantes por haber visto a Coco, a Pepe, a los chicos de Cantajuego, la luz, los colores, los vídeos... Están fascinados con tanto estímulo, y son los papás quienes están más arriba. Eso me encanta.
—¿Una se cansa de ser una taza?
—Pues, mira, cuando una se cansa de ser una taza, puede ser una tetera. [Risas]. Vas cambiando por todo el menaje.
—Pero aunque lo tengas que hacer por los niños, ¿cansa? ¿O hay algo que mantiene esa chispa que hace que quieras cantarla siempre como si fuera la primera vez?
—Están las dos cosas. Hay días que uno dice: «Hoy cuesta, ¿no?». Todos somos humanos y venimos cansados, pero llevar 15 años aquí, que más o menos es lo que llevamos todos, es que lo tenemos dentro. Todos en algún momento sentimos que aquí es donde tenemos que estar. Es nuestro himno. Y cuando viene esa cosilla del bajón piensas en todo lo bueno que esto te trae, en todo lo positivo que tiene ser una taza. Vas por la calle, y cuando menos te lo esperas te vienen los niños y te dicen: «¿Tú eres de Cantajuego?», ¡con una ilusión!... Es como si fuera algo eterno, porque siempre vienen niños nuevos. Ahora se está dando el caso de que incluso vienen a vernos adolescentes, y te cuentan: «Es que sois nuestra infancia».
—¿Te ves con 60 años cantando «Soy una taza»?
—Esa pregunta nos la hacemos mucho. De hecho, Rodri en el concierto dice que llevamos 20 años con la misma ropa. Y pensamos: «¿Pero esto cuánto podemos mantenerlo a nivel físico?». ¿Seremos los cantayayos? Porque con esa edad... No lo sé, nos dejamos sorprender por la vida, porque de repente lo mismo seguimos pareciendo unos niños con 60.