David Uclés, el terremoto literario de la temporada con «La península de las casas vacías»: «Fascina que Sabina devore el libro y le dedique un soneto»

Olalla Sánchez Pintos
Olalla Sánchez SANTIAGO

FUGAS

David Uclés, durante la presentación el pasado año de su novela en Santiago
David Uclés, durante la presentación el pasado año de su novela en Santiago ALBA FURELOS

La novela, que narra la Guerra Civil en clave de realismo mágico, está en los ránkings de mejores obras del momento. Se escribió en gran parte en Santiago, en bibliotecas como la Conchi o el Monte Pedroso. Ya se negocia su adaptación cinematográfica

30 ene 2025 . Actualizado a las 14:22 h.

David Uclés (Úbeda, 1990) , escritor, músico, dibujante y traductor, admite que todo lo que le ocurre con su monumental novela, La península de las casas vacías (Siruela), es «sorprendente». En la obra, acontecimiento literario de la temporada, asume con maestría la épica de recrear, de una forma nunca contada, en clave de realismo mágico, toda la Guerra Civil a partir de la descomposición de una familia y de un país. Una meta que le llevó 15 años de trabajo —«La empecé en el 2009 y la reescribí en cinco ocasiones»— y 25.000 kilómetros recorridos por toda España, llegando también a Santiago, donde quiso residir dos años, volviendo también en diez veranos, y donde escribió gran parte del libro. Publicado finalmente en marzo del 2024, fue durante el otoño cuando la obra ya no dejó de coger vuelo, encadenando ediciones, hasta llegar a 13, y aupándose en sucesivos ránkings, con su humor, lírica, imaginación y prosa desacomplejada, como obra del año. «Eso es casi como realismo mágico», bromea el autor. 

­—¿Qué es lo más fascinante que le ocurrió?

—Algo muy bonito es saber que cada vez más lectores sienten Jándula, el pueblo imaginario de donde parte la novela, trasunto de Quesada, un enclave de la sierra de Jaén de donde procede mi familia, como parte de su imaginario, como su propio Macondo. Ese lugar se ha convertido en destino de peregrinaje, algo que para mí es el mayor hito del libro. Ya se han hecho camisetas con imágenes de la obra... En agosto daré el pregón en Quesada y sé que hay gente, de Asturias o Cataluña, que reservó habitación para ir... Eso fascina y emociona, igual que encontrar a alguien leyendo tu obra en el metro, que suene a libro del año, leer elogios de gente que admiras, como de Iñaki Gabilondo, o que la novela te permita ir a casa de Joaquín Sabina y que él, «tras devorarlo», le dedique un soneto porque le encantó. Varias recomendaciones, como la del historiador Ian Gibson, llegaron en diciembre. Eso ayudó a que en ese mes la novela explotase y, como en un sueño, hoy sigue la bola de nieve. Una realidad inimaginable para mí. Me ofrecen talleres, retiros con lectores y tengo presentaciones en países como Suecia, Irlanda, Dinamarca o Argelia. Este mes fue elegida Libro del 2024 en los prestigiosos Premios Cálamo. Se negocia su adaptación cinematográfica...

­—¿Compensa el esfuerzo de 15 años?

—Para mí sí, pero yo no tendría el valor de recomendarle a alguien que hiciera lo mismo, porque fue un salto al vacío. En mi caso no dudé porque yo padezco una arritmia, controlada, pero que me dispara un carpe diem. Desde joven preferí vivir la vida intensamente residiendo en países como Alemania, Francia o Portugal. Del libro también pensé que si era la obra de mi vida, y que necesitaba 15 años, por qué no dárselos. La empecé con 19 años. Con 21, la registré con 500 páginas y la envié a premios y editoriales, recibiendo varios noes. Hasta hace año y medio no tenía editorial.

­—¿Suponía el realismo mágico un freno?

—En parte sí. Nadie quería publicar una obra en ese género, que decían que ya no vendía. Me aconsejaban que apostase por la autoficción. Yo insistí porque pensaba que iba a gustar, y que lo mío era narrar lo grotesco desde la fantasía. Y ahora el realismo mágico, injustamente desprestigiado, parece vivir un nuevo bum. Es curioso que tanto ese impedimento como el de narrar la Guerra Civil, un tema sobre el que se decía que ya no había resquicio para sorprender, sean las dos señas con las que emerge la novela. Al inicio yo tenía claro centrarme en una extensa familia, en las desventuras de sus miembros, pero no en narrar la guerra. A los 25 años, con puertas cerradas en las editoriales, comencé a leer ensayos sobre el tema y ahí decidí contarla repartiendo más de 100 personajes por toda la Península. Creo que otro tópico que desmonta la obra es que la historia no interesa a los jóvenes. De la Guerra Civil se ha escrito mucho, pero poco desde la perspectiva de los bisnietos, con su aire fresco.

—Otra particularidad de la obra es el narrador, muy presente, que juega con el lector, habla con los personajes o se entrevista con Franco...

—Sí, críticos y catedráticos de literatura valoran ese rasgo como el más novedoso, pero yo creo que no inventé nada, aunque sí a lo mejor incluí mucho artificio narratológico. La única norma que me impongo al escribir es la libertad absoluta.

­—¿El libro contribuye a suavizar la polarización actual de la sociedad?

—Eso me transmiten... Yo intenté que la obra fuese objetiva, con rigor histórico, aunque no neutral. Sirve para hacer memoria... Al final esa honradez histórica la viven los lectores. He realizado entrevistas en medios muy de derechas y de izquierdas y no he tenido críticas negativas. Pude haber encontrado el tono, que es el de escuchar al otro y no soslayar nada. Contar lo que pasó. No se puede hablar de la Guerra Civil pintándola solo de blanco o negro. Hay grises, matices.

—¿Qué siente al ver que en Santiago se agotó la novela en varias librerías?

—Imagina... Yo este libro lo concebí y escribí sobre todo en Compostela, donde pasé en total casi 48 meses. Trabajaba en bibliotecas, como la de Historia o la Conchi, y también en el monte Pedroso, un lugar en donde hasta pedí que echen mis cenizas. Santiago me acogió; me permitió sobrevivir tocando en la calle para los peregrinos... Yo solo tengo dos tatuajes al lado del corazón. Uno me recuerda la arritmia y otro es la cruz de Santiago. Ahora que ya gano dinero, estoy considerando pagar la entrada de un piso y puede ser en esa localidad que adoro.

—El éxito le llega con la siguiente novela ya escrita. ¿Supuso eso un alivio?

—Sí, así ya no tengo la preocupación de pensar: «¿y ahora qué escribo?» (se ríe). Esa novela, que se publicará en el 2026, narra las 24 horas de un día en el que la luz se va en Barcelona, una ciudad donde reviven antiguos escritores y artistas y a la que regresan arquitecturas que ya no están. Estoy contento porque el texto, en realismo mágico, es fiel a mí. Mi idea es publicar los años pares. En el 2028, si es que me da la vida en el sentido del tiempo, plantearía la segunda parte de La península, centrándola en la posguerra. Cuando cumpla los 40 —ahora tiene 35— a lo mejor me empiezo a acercar a otros géneros, pero, por ahora, me quedan años de realismo mágico, donde me siento muy cómodo y me gusta.