David Uclés, el autor andaluz de uno de los libros del año que siempre vuelve en verano a Santiago y ahora sorprende tocando la campana de la Catedral
![Olalla Sánchez Pintos](https://img.lavdg.com/sc/jOMM4Yu95X2vuJKkcD5W0Vao4vM=/75x75/perfiles/215/1623409063363_thumb.jpg)
VIVIR SANTIAGO
El escritor publicó este año «La península de las casas vacías», una novela en la que recorre la Guerra Civil en clave de realismo mágico. La obra, en gran parte, fue escrita en Compostela, en bibliotecas como la de Historia o en la Conchi. «Escribía también mucho a los pies del Monte Pedroso, donde hasta pedí que echen mis cenizas», explica
23 jul 2024 . Actualizado a las 16:11 h.Este fin de semana un vídeo compartido en las redes sociales por la Asociación Cultural Campaneiros de Galicia, y en el que se ve a David Uclés, el autor del celebrado título La península de las casas vacías (Siruela) —una novela que, tras publicarse en marzo, ya suena a libro del año y en la que recorre en clave de realismo mágico toda la Guerra Civil a través de una familia— aprendiendo a tocar las campanas de la Catedral, reafirmaba la pasión del escritor andaluz, de 34 años, con todo lo que tiene que ver con Santiago.
«En pasajes de ese libro se habla del toque de las campanas, de cómo en los pueblos se sabía, según sonase, si había tocado a muerto, e, incluso, si el fallecido era adulto. En la obra también se habla de la tradición que había entre los campaneros por el repique francés, un toque que pude aprender a hacer este fin de semana en la Catedral de Santiago. Yo desde hace años conozco a José Andrés Barreiro, presidente de la asociación galega de campaneros, y él me ofreció la opción de enseñarme un día a tocar la campana del templo. No dudé. En las fotos se me ve con ropa de abrigo porque fue el pasado sábado. Con mal día, arriba, en los tejados de la Catedral, hace frío», explica riendo, y sin importarle que el clima de Compostela sea tan opuesto al de su Úbeda natal. «Para mí Santiago es la ciudad en la que ya me siento como en casa. Aquí vuelvo cada verano, a pasar los tres meses. Me gustaría poder comprarme una casa aquí. Yo no soy mucho de tatuajes, pero tengo uno, una cruz de Santiago, al lado del corazón», subraya, explicando su intenso vínculo con la capital gallega.
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«La novela, que me llevó quince años de trabajo, empecé a escribirla en el 2009. A pesar de que en el 2011 ya tenía 500 páginas escritas, la reescribí hasta en cinco ocasiones. En el 2015, llegó un momento en el que necesitaba encerrarme un año para avanzar, y a pesar de que yo no había pasado nunca de Madrid hacia el norte, decidí coger una maleta y plantarme en Galicia, una comunidad que, por la forma de ser de sus gentes, por su mitología, cuadraba muy bien con el realismo mágico buscado. Necesitaba, sobre todo, un lugar donde sentirme tranquilo, y Santiago me dio eso y mucho más», afirma, aclarando, entre risas, que a sus padres ya no les sorprendió. «Ellos querían que opositase. A mí se me daba bien estudiar, los idiomas, pero yo tenía claro que quería escribir esta novela. Ahora, al ver su gran acogida, se alegran», continúa, anotando que el libro, cuatro meses después, ya va por la la sexta edición.
«Hace diez años alquilé un piso en el barrio de Vista Alegre, cerca del lugar Lermo, un sitio al pie del Monte Pedroso que me enamoró. De hecho Lermo, en cuyo banco tengo escrito mucho, sale en otra novela que escribí, en Emilio y Octubre», desliza risueño. «Llené las habitaciones de anotaciones y avancé mucho. Escribía por el día en la biblioteca de Historia, que para mí es una de las más bonitas del país, o en la Ánxel Casal y, por las noches, en la Conchi. Le cogí tanto cariño a la ciudad que me quedé viviendo tres años. Desde entonces, vuelvo aquí cada verano», remarca, aclarando que, durante los tres meses de la época estival también se sufragaba los gastos de afrontar una obra tan magna y continuada en el tiempo, cantando y tocando por la noche en el Arco de Xelmírez, junto a la Catedral compostelana.
![David Uclés, tocando hace años en el Arco de Xelmírez, junto a la Catedral de Santiago](https://img.lavdg.com/sc/Qd-EMtQsjcSkf-7DcH_1X1f2Duc=/480x/2024/07/23/00121721737108799123367/Foto/dss.jpg)
«Cantaba tanto temas célticos como fados. También toco el arpa, el acordeón o la guitarra. Este año ya solo me traje este último instrumento, para recordar esas noches, que también eran mágicas, aunque duras», señala, rescatando una anécdota que no olvida. «A pesar de cantar en verano, había jornadas en que hacía tanto frío, que me quedaba afónico. Una vez fui aquí a un médico de cabecera y me recomendó, además de meter una revista por debajo de la camiseta, que me tomase un chupito de crema de orujo antes de cantar. Me gustó esa prescripción médica...», bromea, enlazando con otra vivencia que ahonda en su querencia por Compostela.
«Yo padezco una arritmia, controlada, pero en el 2016, sufrí un episodio severo que me coincidió estando en Úbeda, donde me hospitalizaron. Ante el miedo a que se parase el corazón, le pedí a mi padre que entrase y le dije que si eso finalmente pasaba, quería que mis cenizas se echasen en el Monte Pedroso. Él, que aún nunca había venido a Santiago, me dijo: ''¿pero, dónde está eso?''», confiesa ya riendo y aclarando que su salud, y su trayectoria laboral, ya solo mejoró.
«En la novela, y a pesar de que Galicia no es una de las zonas donde, a nivel estratégico, sucediesen grandes cosas durante la Guerra Civil, tenía claro que Santiago tenía que salir sí o sí en ella. Hice que el encargado de coger las llaves del Pazo de Meirás pasase por la ciudad para llevárselas a Franco. Aquí escribí buena parte de la obra», argumenta feliz por el resultado del ambicioso proyecto, de 700 páginas, para el que recorrió 25.000 kilómetros, y en el que, con una prosa desacomplejada, narra con maestría tanto la historia de la descomposición total de una familia como la deshumanización de un pueblo o transita por una Península de casas vacías. «Xa sei tamén galego», apunta, en un guiño lingüístico, que también aparece reflejado en la obra.
Este verano, y al igual que ocurrió en los anteriores, David Uclés reside en Compostela junto a una amiga, a quien conoció mientras trabajó como sustituto de un profesor de alemán en el colegio Peleteiro. «Hice distintos trabajos. Afrontar una novela de quince años es mucho, pero nunca tuve prisa. Tenía que quedar muy conforme con la novela, y lo estoy», asiente con plena satisfacción.
«Este año, tras publicarse el libro, estuve viajando cada dos días para realizar presentaciones. Necesitaba estas vacaciones en Santiago, yendo a la biblioteca de Historia a escribir, acercándome a la Catedral por la noche, comiendo en tabernas de caminantes, o bajando al río y subiendo al Pedroso, o aprendiendo a tocar como ahora la campana de la Catedral. Tenía que recogerme, y no hay mejor tierra», concluye.