Miguel de la Cierva, propietario del local más icónico del verano gallego: «Solo entre julio y agosto en el Náutico habrá 180 conciertos»
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El icónico local de San Vicente mantiene el formato de conciertos sorpresa, combinando grandes figuras y artistas emergentes. El fin de semana actuaron allí Love of Lesbian, Depedro y Merino, entre otros
11 jul 2025 . Actualizado a las 13:06 h.Si hay un lugar icónico en el verano gallego, ese es el Náutico de San Vicente, en O Grove. Rebautizado en su día como «el refugio de los artistas», después de 33 años sigue siendo eso y mucho más. Su propietario, Miguel de la Cierva ha articulado un proyecto que se sustenta en la música, pero al que no es ajeno el entorno, el paisaje, el turismo, la tradición y la cultura. Desde el 2020, el Náutico no anuncia sus conciertos y todos tienen el mismo precio, 15 euros. Quienes fueron el fin de semana pasado se toparon, entre otros, con Love of Lesbian, Merino o Depedro.
—¿Cómo se presenta el verano en el Náutico de San Vicente?
—Este es el quinto año de programación oculta y tengo que agradecer el poder mantener el tipo en este contexto en el que se redobla la densidad de festivales y conciertos. Sigo con un proyecto que es diferente, sobrevivo razonablemente bien al hecho de que se repliquen un montón de propuestas parecidas a la nuestra y sigo disfrutando del privilegio enorme de mediar en regalos gigantes como el concierto que dieron el domingo Love of Lesbian.
—¿Cuántos conciertos habrá en el Náutico?
—En julio pasamos de los 50. Y en agosto habrá unos 130, contando los de músicos y bandas residentes. A eso hay que sumarle los que haré en septiembre y octubre y otros 30 o 40 a lo largo del resto del año. En total, creo que serán unos 250.
—¿Qué es lo mejor de este formato?
—En primer lugar, aporta sostenibilidad a la programación de artistas emergentes, esos que no podrían venir siendo anunciados debido a su falta de capacidad de convocatoria. También me permite avanzar en un modelo basado en la confianza del programador como prescriptor. Puse en marcha este modelo como una elección voluntaria para poder seguir haciendo conciertos en pandemia, evitando la masificación, y hoy ya es casi una obligación debido a las circunstancias que vive este sector.
—¿Llegaste a temer en algún momento que la inflación de conciertos y festivales te pasara factura o incluso pudiera echar por tierra el trabajo de 33 años?
—Sí, claro. De hecho, lo temo porque ya hay consecuencias muy evidentes. Grupos y artistas que antes se tomaban su visita al Náutico casi como una escala romántica en sus giras, ahora tienen tal volumen de carga de trabajo, que tocar un día más, aunque sea en el Náutico, ya no es algo que les haga ilusión. Más bien al contrario, ya miran con avaricia los pocos días libres que tienen para irse a casa. En un contexto así, los locales con aforos pequeños sufren más. Con todo, yo me siento un privilegiado porque en el ámbito de las salas la cosa se está poniendo realmente difícil.
—¿Contemplas la posibilidad de que el cartel oculto desaparezca?
—Creo que el año que viene habrá un modelo mixto en el que algunos conciertos se anuncien y otros no. Pero es un modelo aún sin articular. Lo único que tengo claro es que para que tenga credibilidad y atractivo también tiene que haber bandas grandes en la parte oculta de la programación.
—Y que pueda pasar lo que, por ejemplo, ha pasado este fin de semana.
—Sí, ha sido un lujo tener a Love of Lesbian, a Depedro, a Merino, a Los Telepáticos o a No Te Va Gustar, que es una banda uruguaya, que aquí se conoce poco pero que en Uruguay son muy grandes.

—Hay festivales con los que mantienes una línea de colaboración y artistas que actúan en ellos, después tocan en el Náutico.
—Sí, eso es algo que llevo persiguiendo desde hace años y parece que por fin se van creando esos vasos comunicantes. Yo tengo que agradecer, por ejemplo, al Portamérica su buena disposición. Como también a otros como el SonRías Baixas o el Revenidas. Me gustaría extender esta invitación a la colaboración al resto de los festivales, algunos muy recelosos, porque a muchos artistas les viene muy bien, sobre todo a los medianos y a los pequeños.
—¿Ha cambiado el perfil del público del Náutico a raíz de de la pandemia y de la implantación del cartel oculto?
—Hay un perfil de público que quiere conocer el Náutico, que lo vive y que acepta que le salga lo que le salga. Y luego hay otro perfil, que es el que está al acecho de alguna filtración, de escuchar la prueba de sonido por la tarde o de ver al artista cenando aquí el día anterior, para comprar solo cuando saben que es un «concierto premium». Para mí, estos últimos son mis antisistema. Porque el sistema necesita la afluencia a los grupos pequeños para luego poder también costear los grandes. Por suerte, tengo la sensación de que cada vez crece más la gente que acepta descubrir nuevos artistas y que de vez en cuando aparezca alguien conocido, lo cual me parece muy favorecedor porque detesto profundamente eso que llaman el acontecimiento social, que es que cuando viene un artista que es famoso y, aunque yo no sea fan, quiero estar allí. Eso normalmente genera malos conciertos en términos de respeto, atención a la música y conexión entre el público y los artistas.
—Con una previsión de 250 conciertos por delante, ¿cómo configuras la programación y la elección de artistas?
—Eso es lo que más estrés me genera. Porque en mi caso, la temporada es muy corta. Yo tengo que darle con el martillo al clavo todas las veces porque cuando no le doy al clavo me doy en el dedo [se ríe]. Pero he aprendido a tomar la dificultad como un elemento de emoción, como una nueva regla de juego y a tratar de disfrutar haciéndolo.
—¿Y aquello que nos dijiste hace dos años de que tu intención era decrecer?
—Yo soy lento aprendiendo. Aprendo con los años y muy despacio. Y me he dado cuenta de que la manera de vivir mejor es mantener una carga de trabajo estabilizada. Tener que contar siempre con un equipo preparado para que nos invadan durante seis o siete días en el verano sin saber cuáles van a ser es mucho peor que saber que, más o menos, vas a tener una estabilidad día tras día. Yo querría decrecer, pero lo más sencillo es armar un equipo estable para atender una programación estable.
—¿De qué es de lo que más satisfecho te sientes?
—De haber sido mediador en algo que han hecho los músicos, algunos promotores y managers y una clase de público entendedor. Gente que lo valora, lo entiende y lo disfruta y que me está dando a mí el regalo de vivir de lo que me gusta.
—¿Y qué es lo más duro?
—Lo más duro es, cuando acaba todo, mirar el calendario del año siguiente completamente en blanco y ver dónde está el listón. Dices: «Joder, soy un año más viejo, no puedo más...». Pienso que no me siento con cabeza, ni energía, ni posibilidades para mantenerme. Y también me da muchísimo vértigo sostener a un equipo que llega a superar las 50 personas. Eso a mí me da terror porque yo soy caótico. Soy un improvisador nato, pero hay veces en que, cuando llegas al límite de trabajo hay cosas que no atinas a controlar.
—¿Todos los años te sientes en el alambre?
—Exactamente. Es que tú puedes hacer las cosas bien, pero también dependes del público, de que la gente compre entradas, del tiempo... El cartel oculto es una osadía y veremos hasta cuándo funciona. Opero con la intuición. Una intuición que yo concibo como la formación de decisiones a partir de muchísimos datos que has ido acumulando, pero que no se pueden poner en una tabla de Excel.
—Está claro que el Náutico se ha convertido en un notabilísimo destino turístico.
—Sí, llevo aquí 33 años y prácticamente desde el inicio el Náutico ha sido una referencia para los turistas. Soy consciente de que uno de los planes que trae mucha gente cuando viene a Galicia es ir al Náutico. En estos últimos años, además estoy haciendo un esfuerzo desestacionalizador importante, abriendo y haciendo conciertos durante todo el año. No solo aprieto en verano. Digamos que el verano me da pulmón para poder abrir todo el año y mantener al núcleo duro de mi equipo. Pero sí, en el proyecto del Náutico confluyen la cultura, el entretenimiento y el turismo.
—En cualquier caso, y con ser la música importantísima, el Náutico es mucho más que lo que ocurre en el escenario.
—Sí, desde luego. Aquí se viven momentos excepcionales. La semana pasada, por ejemplo, de repente, sin ningún tipo de previsión, aparecieron Javier Olleros e Iván Cerdeño [los dos con dos estrellas Michelin] a hacer una fideuá con Tino, nuestro cocinero. El Náutico también es paisaje, es atmósfera... Me gusta poder devolver cosas al lugar, como ayudar a ir sembrando de dornas este rincón. La vida aquí es diversión, música, gastronomía, paisaje, naturaleza… La búsqueda de belleza. Uno de mis trabajos es llevar las redes sociales como un canal de prescripción de este lugar a través de la belleza de todas esas cosas.