La peor angustia del mundo

La Voz

GALICIA

Tres hermanos de gallegos que desaparecieron hace más de un decenio explican cómo han sobrevivido a una tragedia que nunca se cierra

21 ago 2011 . Actualizado a las 06:00 h.

Esta semana se cumplió un año de la desaparición de Sonia Iglesias en Pontevedra. Desde entonces, su familia busca sin tregua algún indicio que los lleve a ella. En Galicia se presentan cada semana nueve denuncias por desaparición. Es una media elevada con respecto al resto de España, según la Guardia Civil. Tras las denuncias hay un variado abanico de angustias: el abuelo desorientado y con problemas físicos, el adolescente enrabietado o enamorado, el marido que se fue a buscar tabaco... La mayoría aparecen antes de una semana. Otros tardan más y su nombre acaba coincidiendo en un control, al testar un cadáver sin identificar o regresan por sí mismos. Pero algunos no aparecen nunca.

Pese al efecto paliativo del tiempo, las familias de algunos de estos desaparecidos han visto pasar los años en lo que califican como una suerte de doble vida: un tiempo para la familia y el trabajo y el resto dedicado a pensar en su desaparecido, en la investigación, en por dónde seguir, a quién pedir ayuda, en qué pudo haber pasado o, simplemente en el dolor de la pérdida. No pueden descansar, confiesan. No podrán hacerlo nunca hasta que sepan dónde está. Esta es la historia de tres gallegos que perdieron a sus hermanos de un día para otro y que, más de un decenio después, siguen trabajando en su búsqueda sin concederse un respiro.

ROGELIO NÚÑEZ. 1999

«Para nosotros ha sido como una bomba lapa. Hizo saltar por los aires nuestra forma de vida»

Mercedes Núñez fuma y fuma. Se tensiona por momentos. Piensa detenidamente lo que va a decir y se expresa como el maestro que enuncia un dictado. A veces, no. Por momentos la línea se rompe y su corazón se enciende. Escucharla es impresionante. Han pasado más de doce años desde que Roge salió de casa con su socio para no regresar jamás. Y el relato de Mercedes es tan intenso como si solo hubieran transcurrido unos días: el asombro y la preocupación en las primeras horas de su falta, los días de presión ante la Guardia Civil, la lucha en los juzgados... Una larga historia de puertas cerradas. Una historia que no se acaba nunca.

Rogelio Núñez era un joven jardinero que vivía en Bergondo y que pensaba vender su parte de la empresa por cuatro millones de pesetas (24.000 euros). Una tarde de enero salió con su socio, Julio López Lobo, a visitar a un cliente y nadie ha vuelto a verlo. «A mi hermano, alguien le impidió volver a su casa», asegura Mercedes. Sin embargo, durante meses esa no fue la principal hipótesis sobre su desaparición: «Julio nos decía que se había ido por una crisis personal y, aunque nos parecía imposible, por otro lado lo decía una persona de confianza».

Pruebas de vida

Cuando las búsquedas se intensificaban, el socio aportaba supuestas pruebas de vida, sobre todo, les decía, llamadas que recibía de Roge pidiendo que no lo buscaran. Pero eso hacía que la familia adquiriera esperanzas e intensificara las búsquedas. Llegaron a ir hasta Alicante, por otra falsa pista aportada por el socio. «Hasta el 19 de mayo, cuando todo cambió», recuerda Mercedes. Ese día, tras algunas contradicciones en las pruebas de vida que iba aportando López Lobo, la Guardia Civil requisó su agenda y allí apareció el DNI de Rogelio.

Con ese documento y la firma falsificada de Rogelio, López Lobo completó la transferencia a su nombre de una furgoneta registrada por su socio. Fue juzgado y condenado por estafa. Sin embargo, pese a haber sido interrogado e investigado, nunca llegó siquiera a ser juzgado por la desaparición de Rogelio Núñez.

El relato de Mercedes está lleno de críticas a la actuación policial y, sobre todo, judicial. Está convencida de que cada impulso en la investigación fue siempre motivado por la presión de la familia. Todo eso agota: «Para nosotros es como si nos hubieran puesto una bomba lapa. La desaparición de mi hermano hizo saltar por los aires nuestra forma de vida». Estos doce años largos han sido una lucha constante por encontrar a Rogelio, por presionar a los poderes públicos para que el caso de su hermano no quedara en el olvido. Ahora están en una vía muerta: «Pero siempre alerta. Debería existir un recurso para estos casos. No es posible que el hecho de que no aparezcan los restos sea suficiente para que el responsable no sea juzgado. La no resolución de casos como el de mi hermano es el primer paso para la desaparición de otras personas y Galicia tiene ya suficientes como para avergonzarse».

maría josé arcos, 1996

«Alguien tendría que velar por los derechos de la gente que desaparece»

Esta semana, como todos los años, la familia de María José Arcos organizó sus vacaciones para juntarse el 15 de agosto. Al contrario que en muchos hogares gallegos, la fecha no celebra una fiesta sino que recuerda una tragedia. Y todos quieren estar cerca, para ayudarse. El lunes se cumplieron 15 años de la desaparición de María José, una joven compostelana que iba pasar unas pequeñas vacaciones y se esfumó para siempre. Desde ese día, la familia vive un calvario idéntico al de los Núñez.

Rosa, una de las hermanas de María José, también se transforma al sumergirse en el relato. La doble vida, como Mercedes. Una para ella y otra para buscar a su hermana. En este caso, todas las sospechas apuntan también a un individuo con quien la desaparecida mantenía una relación sentimental. Ella salió por la mañana, supuestamente a pasar el fin de semana con Ramiro Villaverde. Pero nadie recuerda haberla visto más.

Su coche sí apareció, cerrado junto al faro de Ribeira, limpio de huellas y rastros como constató la Guardia Civil en dos fases distintas de la investigación. Allí empezó la pesadilla, la certeza de que a María José le había pasado algo: «Lo recuerdo de una manera tan vívida, que me parece mentira que hayan pasado ya quince años. Pero el dolor no se te pasa, porque no le puedes dar una resolución ni anímica ni racional. Hoy siento su falta de la misma manera que el primer día. Y sé que a mis padres y a mis hermanos les ocurre lo mismo».

Éxito con las mujeres

Rosa repasa de memoria datos y fechas; visitas día sí y día también a la comisaría para aportar información que contradecía las primeras declaraciones de Villaverde. Con poco éxito: «El comisario llegó a decirme que el único delito que tenía este individuo era tener dinero y éxito con las mujeres». Se le escapa una risa amarga y un minuto de reflexión en memoria de aquellos días negros.

Llegaron a entrevistarse con Jaime Mayor Oreja cuando era ministro del Interior y a reactivar una investigación que, en todos estos años, se ha movido a arreones. Hasta el último, hace unos meses, cuando el juzgado decidió reabrir el caso y detener a Villaverde. El sumario sigue en fase de instrucción y Rosa espera que esta vez sí haya un juicio y, tal vez, por fin, aparezca María José.

«Hemos estado con el caso archivado, sobreseído y olvidado durante muchos años. Y todas nuestras energías se han centrado en luchar contra la apatía, la desidia y la falta de profesionalidad. Todos quieren garantías para actuar. No garantías para la víctima, sino para ellos mismos. Y nadie arriesga nada». Rosa no se explica los años de plomo, del no: «Que los investigadores te digan que a tu hermana la han asesinado y que no se haga nada para resolver ese crimen es algo con lo que no puedo convivir».

En septiembre se espera que el juzgado decida si hay juicio o no. Rosa cree que esta vez sí lo habrá. ¿Y si se equivoca? «A veces lo pienso y creo que ya sería difícil abrir otra puerta. Pero no tenemos opción; no hay plan B. No podremos descansar hasta que encontremos a María José». Desde esos quince años de angustia indeseable, Rosa lanza otra idea: «Alguien tiene que velar por los derechos de la gente que desaparece. Y no tendrían que ser solamente las familias».

CLEMENCIA PONTE. 1991

«Vivir así, con isto martilleándote na cabeza, é moi duro»

Pablo Ponte se presenta con la denuncia doblada en el bolsillo. La que presentó ante la Guardia Civil cuando tuvo la certeza de que a su hermana le había pasado algo. Es un viejo folio doblado, una copia con papel carbón cuando las impresoras y los móviles eran todavía ciencia ficción en los cuarteles rurales. El día 15 se cumplieron ya veinte años desde que alguien vio por última vez a Clemencia Ponte. Fue un empleado de banca en Betanzos, que recuerda que la joven costurera sacó 900.000 pesetas y que estaba acompañada de su novio. Fin de la historia. Nadie volvió a tener rastro de Clemencia hasta la aparición un mes después después de su bolso, sin dinero, en una finca de Outeiro de Rei.

El novio de Clemencia fue detenido e interrogado: «Pero saíu libre. Nin o fiscal, nin o xuíz nin nadie se implicou. Por iso nunca houbo un xuízo pola desaparición da miña irmá», opina Pablo. Reitera el sufrimiento de las otras familias. Las pesquisas, las búsquedas, las visitas a la Guardia Civil. «Fun moitas veces, pero todo foi falar e falar». Incluso, tras la aparición de unos restos, un equipo acudió a tomar muestras a los padres de Clemencia para hacer unas pruebas de ADN. «Foi moito peor. Ao meu pai, canto menos se lle recorde, mellor». El análisis fue negativo y, desde entonces, el expediente se encuentra en punto muerto.

«A vida cámbiache. E, aínda que os anos fan que sexa un pouco máis levadeiro, pasa un día e non te acordas, pero ao seguinte si. Non o borras nunca. Non podes». Y han pasado ya veinte años. A Pablo no le quedan ya muchas esperanzas. «Eu penso que a única esperanza é que apareza algo dela. Algo con moita sorte. Que fagan unha excavación e dar con ela. Pero é moi difícil».

El hermano de Clemencia también expone severas quejas sobre cómo se llevó el caso de su hermana. Cree que, pese a que entonces no se disponía de los métodos de hoy, no habrían pasado veinte años sin novedades si el desaparecido hubiera sido una persona más relevante: «Iso está máis que claro. Se fose o fillo dalguén, faríase moito máis».

«¿Se quedaría sentado?»

La memoria de la costurera de Oza se va con Pablo, con su viejo papel doblado en el bolsillo y el hueco de la ausencia: «Se a atopáramos, dalgún xeito teríamos algo máis de tranquilidade». Pero no hay tranquilidad para estas familias, condenadas al dolor y torturadas por la sospecha de que quienes hicieron desaparecer a sus seres queridos tienen nombre y apellidos y de que el secreto que les mortifica es precisamente el que garantiza la impunidad del crimen. En Galicia hay una veintena de casos de desapariciones sin resolver.

«A veces, te llegas a sentir culpable por no ser capaz de encontrarla», confiesa Rosa Arcos. Pablo Ponte resume 20 años en una frase: «Vivir así, con isto martilleándote na cabeza é moi duro». Y Mercedes formula una pregunta planteada mil veces por los tres en despachos grandes y pequeños y tras la que se explican los años de lucha: «Si su hermano hubiera desaparecido y nadie hiciera nada, ¿se quedaría ahí sentado?».