
- ¿Y la autonomía?
- Bien, gracias.
Pero, antes que discutir sobre generalidades, el presidente de la Xunta prefirió ayer centrarse en una medida estrella, el seísmo municipal, que terminó capitalizando la atención del debate sobre el estado de la comunidad, el tercero con él al frente de la nave. En el anterior, el del 2011, había puesto el acento sobre un asunto de menor recorrido, una ley, la de disciplina presupuestaria, cuya aplicación no cuesta, sino que ahorra. Hace 12 meses se habló más de aquella norma que de otra cosa, y ahora, más de vincular concellos que de ninguna, impuestos al margen. Feijoo, la magia y un conejo inesperado en la chistera.
Comenzó ayer a acabarse una legislatura atípica, condicionada por las estrecheces económicas, poco o nada propicia para las grandes inauguraciones. Muere casi un 16 % más pobre de lo que nació, dicen las cuentas públicas. Y eso, ayer de nuevo, se percibió en el Parlamento, al cual el jefe del Ejecutivo arribó sin un AVE al que subir, sin una autopista que poder duplicar, sin un parador donde dormir, sin una ilusión para vender. Esgrimió, por tanto, lo que a su alcance tenía: gestión de consejero más que política de altos vuelos. Enarboló su bandera, la del rigor en el gasto, y presumió de la niña de sus ojos, la austeridad. Menos conselleiros, menos chiringuitos, menos coches oficiales, menos altos cargos... Menos inversión. Recorta, pinta y colorea. «Máis con menos», como gusta de decir.
Y lo recibió la oposición dispuesta a hacer con él lo que él mismo había hecho con Zapatero hasta su ocaso: salvo del asesinato de Kennedy, culparlo de todos los males. Por la banda socialista, con su estilo desenfadado, Pachi Vázquez le imputó el paro, las lagunas de la sanidad pública y la mengua de las prestaciones sociales. Y por la nacionalista, en su estreno en estas lides, Ana Pontón le endosó la «liquidación» de las cajas, el crac del naval, el desastre del Gaiás, la crisis del turismo...
Fue la de ayer, en cualquier caso, una jornada de contrastes en el pazo de O Hórreo: tanto en el hemiciclo, donde la mañana plácida dejó paso a una tarde que asomó tibia y terminó caliente, como en la tribuna de invitados, dentro de la cual, tras la comida, la hinchada de la oposición dio relevo a la afición conservadora. No hubo olas, ni de izquierdas ni de derechas.
La cara de Corina
Se dejaron ver por allí arriba, entre el público madrugador y en zona vip, los presidentes de las diputaciones coruñesa, Diego Calvo, y ourensana, José Manuel Baltar, no así el de la otra popular (Pontevedra), Rafael Louzán. Tampoco faltaron, entre otros, los alcaldes urbanos de la gaviota: el de Ferrol, José Manuel Rey; el de Santiago, Gerardo Conde Roa; y el de A Coruña, Carlos Negreira, todos parte de una piña. Ni la otrora regidora de Vigo y ahora máxima responsable del Consello Económico e Social (CES), Corina Porro, cuyo gesto no transmitió gran entusiasmo cuando Feijoo anunció la futura desaparición como tal del CES.
Cuando Vázquez y Pontón pronunciaron sus discursos, los asientos del poder institucional tornaron de azul a rojo. Con las heridas del congreso del fin de semana aún supurantes, rindieron pleitesía a Pachi dos grandes valedores de Elena Espinosa: los alcaldes de Vigo y Ourense, Abel Caballero y Francisco Rodríguez, que compartieron bancada con el de Lugo, José Clemente López Orozco, uno de sus rivales en el reciente cónclave. Al Bloque, entre otros, lo representaron el regidor de Allariz, Francisco García, y sus líderes en las corporaciones compostelana, Rubén Cela, y olívica, Santiago Domínguez.