El Alvia vuelve por la vía maldita

Mario Beramendi Álvarez
Mario Beramendi SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

Mónica Ferreirós

Los pasajeros del primer tren que circula por ella fotografiaron la curva

30 jul 2013 . Actualizado a las 17:37 h.

Antes de enfilar la curva de A Grandeira, el monitor de velocidad del Alvia procedente de Madrid y primero en circular por la misma vía del accidente del pasado miércoles marcaba en plena recta 190 kilómetros por hora. En otras circunstancias, nadie se habría fijado en la pantalla. Pero el vagón enmudeció. Poco a poco, el tren detuvo su marcha. Y en una suerte de alivio y respiro colectivo, los pasajeros dirigieron su mirada hacia la ventanilla. Eran las 12.49 horas. Y María y sus nietos pasaban por el lugar del horror. El tren circulaba a 30 kilómetros por hora. Jaime y Nicolás Fernández, los dos pequeños, jamás olvidarán el momento. Era su primer viaje en tren.

El primero, el hermano menor, cogió la cámara del teléfono móvil para fotografiar la curva. Y al bajarse al andén en Santiago, como quien muestra un trofeo, la exhibía ante los periodistas. A su abuela, detrás de los niños, consciente del horror vivido, se le empezaba a escapar alguna lágrima. Sus nietos, dentro de muchos años, podrán contar que fueron los primeros en pasar por la misma vía de la tragedia. Cuando el Alvia detuvo su marcha en la estación de Santiago, a las 12.52 horas, Joaquín Blanco, vecino de Caldas de Reis, ya estaba en el andén número cuatro. Miraba a la izquierda y a la derecha para buscar a sus ahijados, Irene y Rubén Suárez, de 12 y 14 años, respectivamente, que venían de Ávila. Antes de encontrase con ellos, a Joaquín se le escapaban las lágrimas.

«Iban a venir el día 22 o 23 de julio, yo les dije que evitaran el 24, que es el día del Apóstol y hay mucho follón; al final se decidieron por el 29 y se han librado; a mí no se me va esto de la cabeza porque ha sido horrible», recuerda Joaquín muy emocionado.

Ya en la estación los dos jóvenes bromean. «A ella le ha dado miedo, cuando iba a 50 por hora miraba por la ventana», ironiza Rubén sobre su hermana Irene. Ella solo recuerda que «el tren iba muy despacio, con todo el mundo muy callado».

Algo raro ocurre en un lugar como Galicia cuando el silencio es noticia en un sitio público. Y nada impresionaba más ayer en la estación compostelana, en pleno verano, que la falta de ruido. En la cafetería no se escuchaba ni el tintineo de las cucharillas. Y en el vestíbulo, donde se compran los billetes, se echaba en falta un grupo de boy scouts con una guitarra emprendiendo rumbo hacia cualquier lugar. Pero casi no había nadie. Y el Alvia procedente de Madrid, que acababa de trazar la misma senda del pasado miércoles, llegaba casi vacío.