Narcos gallegos buscan hacer negocio en Algeciras ante la presión policial en Galicia

Javier Romero Doniz
JAVIER ROMERO ALGECIRAS / LA VOZ

GALICIA

La Voz

Los sobornos y su elevada actividad comercial hacen del puerto gaditano un coladero de alijos

04 nov 2021 . Actualizado a las 16:58 h.

El crimen organizado evidencia en el puerto de Algeciras que la sangre no es la única prueba de su existencia. Valiéndose de generosas mordidas, su figura en el recinto es omnipresente, aparentemente imperceptible y muda. Y todo ello en el primer puerto de España y del Mediterráneo, el cuarto de Europa y el decimoctavo del mundo, que atornilla las rutas comerciales entre Oriente, Occidente, África y el Viejo Continente. Un vasto flujo de mercancías legales que mueve 7.400 contenedores al día -Vigo, el mayor puerto de mercancías de Galicia, no llega a 600- y esconde toneladas de cocaína procedentes de cualquier país de Sudamérica o Centroamérica. La actividad tampoco cesa en todo el año, ni de noche. 1.800 trabajadores de la estiba se reparten en tres turnos al día para cohabitar con centenares de transportistas que entran y salen a cada hora, decenas de agentes portuarios o funcionarios de las fuerzas del orden (200 de la Policía Nacional y la Guardia Civil y 90 de Vigilancia Aduanera). Un trajín constante que espesa todavía más la turbia cortina de humo que oculta a los narcos que hacen del puerto algecireño la principal puerta de entrada de cocaína en Europa.

En medio de este escenario de delincuencia generalizada y globalizada, pudiente y profesional, en el que también figuran como notables las mafias del Este y de Italia, la marsellesa o los carteles de la droga llegados del otro lado del Atlántico, existe una importante conexión con Galicia. Y más concretamente con las Rías Baixas. «Es indudable que aquí operan narcos gallegos», reconoce el máximo responsable de Vigilancia Aduanera en Algeciras, Lisardo Capote. Un mando en la zona de la Unidad de Drogas y Crimen Organizado (Udyco), especializada en delitos de cocaína, va más allá: «Ahora mismo tengo a tres implicados en otras tantas causas, y alguno importante. Casi todos conocen el negocio, o al menos su ficha policial dice eso. Vienen buscando nuevas vías por la presión que se ejerce en Galicia. Casi todos proceden de las Rías Baixas y se desplazan a Algeciras el tiempo justo para mantener las reuniones y coordinar los envíos. Aquí ya tienen los contactos para sacar la mercancía. Posiblemente los hicieron durante alguna estancia en la cárcel, no hay mejor universidad para el narcotráfico».

«La corrupción existe en casi todos los puertos -detalla Lisardo Capote-. Es duro decirlo, pero aquí la hay en abundancia. No hay nada parecido en Europa. Estamos en Algeciras y el contrabando seguirá. Es un puerto estratégico como pocos en el mundo. Encuentro de civilizaciones y con la anomalía gibraltareña. La zona se presta. Y si hay contrabando, siempre hay corrupción». Capote añade: «A esa realidad hay que sumar la dificultad que supone investigar sin entorpecer ese flujo comercial de 7.400 contenedores diarios. Determinar si llegan infectados bajo las corrientes comerciales establecidas. Esa es la gran dificultad, dar con ellos en ese mar de pececitos en el que todos se parecen, pero en el que a uno le falta la aleta. Resulta fácil verlo a toro pasado, pero en el conjunto del banco de peces es más complicado. Ahí está el valor de un buen trabajo». 

1.800 estibadores

«Toda la coca que llega por mar, que es mucha y no deja de aumentar, solo puede salir del puerto de cuatro formas: en el coche de algún agente portuario, en la basura, por empresas de servicios externos o por los propios estibadores en mochilas», explica otro agente de la Udyco enseñando en su móvil fotos de alijos de funcionarios corruptos: «La estiba es un gran problema: son 1.800 y los implicados se organizan en grupos que se pelean entre ellos si unos ganan más dinero que otros. En su convenio laboral hasta tienen una cláusula que les garantiza el puesto de trabajo tras una condena de cárcel». Un aduanero especializado en trabajo de calle, añade: «Cualquier camión que circula por el puerto puede llevar una o dos mochilas con coca o un doble fondo con mayor capacidad, igual que cualquier trabajador puede colgar una bolsa a la espalda con mercancía. Cualquiera, incluidos funcionarios, puede saber qué contenedor guarda el polvo para coordinarse con el transportista, también sobornado, que trasladará el alijo a cualquier nave. O al extranjero. Por una mochila puedes llevarte 35.000 o 40.000 euros, si te arriesgas con dos, hasta 90.000. Y todo ello por hacer un par de kilómetros». Sobre el transporte por carretera, Capote deja clara la postura de Aduanas: «La libre circulación es un cheque en blanco para mover droga una vez que entra en España para ir a Europa».

Algeciras recibe buques de todos los países de América. Viajan de puerto en puerto cargando y descargando hasta que atracan en la ciudad gaditana. «A diferencia de Galicia, con Colombia, principalmente, y Venezuela, aquí los puertos de origen sospechosos se multiplican. Pueden ser de la ruta del norte de Sudamérica, por Ecuador recalando en Colombia y Panamá. O de la brasileña, que implica contratar el alijo en una zona de producción, Bolivia, Ecuador o Colombia, para hacer un transporte previo por carretera hasta el puerto establecido. Pero también por la costa argentina. Hasta hace unos años jamás se detectaba nada y ahora va en aumento. Vamos, que pueden salir desde cualquier lugar. Pensemos por un momento las dimensiones geográficas que abarcamos muchas veces, con países enteros que vigilar para dar con unos fardos. Por aquí entra mucha droga, ni sabemos la cantidad», expone Lisardo Capote, que reclama más medios: «Somos 90 funcionarios, pero tendríamos que llegar a 140. Teniendo en cuenta que somos 4.000 en todo el país y que este es el primer dique del continente...».

El mercadeo de voluntades en Algeciras no es nada comparado con la presión que existe en los puertos de Sudamérica. Un mando del Grupo de Respuesta Especializada contra el Crimen Organizado (Greco) de la Policía Nacional expone: «Cualquier trabajador de un puerto de allí está en riesgo. Nosotros aquí podemos hablar con personas que facilitan información. Allí, si lo hacen, los asesinan directamente. Aquí hemos tenido casos de gente que trabajaba en el puerto que al caer admitió que a su familia no le faltaría de nada. “Mi silencio está pagado. Eso o la muerte”. Y si este es el nivel de presión aquí, allí, en Sudamérica, es apabullante con cualquier trabajador. O aceptas el dinero y haces que no ves nada o la muerte, incluso de familiares».