Alberto Núñez Feijoo, una biografía política que sigue abierta

Juan María Capeáns Garrido
Juan capeáns SANTIAGO / LA VOZ

GALICIA

ED

Asumirá su quinta presidencia sin comprometer otra candidatura

16 jul 2021 . Actualizado a las 13:49 h.

Cabe la posibilidad de que el biógrafo de Alberto Núñez Feijoo (Os Peares, 1961) todavía esté aprendiendo a escribir. A diferencia de Manuel Fraga, que cuando recibía una visita en su despacho le regalaba un libro redactado por él mismo, el líder indiscutible del PPdeG en el siglo XXI ha renunciado a la literatura urgente de su predecesor para dejar que otros construyan la historia política de un chico de aldea que consiguió su plaza de funcionario de la Xunta con 25 años, que destacó en Madrid como gestor público y que regresó a Galicia con mocasines cuando su partido, al que no se afilió hasta el 2002, empezaba a oler a tierra quemada.

Es un enemigo malo, porque nunca ha perdido un duelo que dependiera exclusivamente de él. Desde el 2006, cuando asume las riendas del partido, ha visto desfilar a varios secretarios generales y candidatos de los partidos rivales, y también ha ido jubilando a cronistas que insistían en que antes o después iba a dejar la comunidad que elevó su perfil para regresar por donde vino, ya fuera para asumir responsabilidades mayores en la política o incluso en la empresa privada. Porque esa fama de buen gestor se la han reconocido hasta sus rivales, aunque pregonando que utiliza su don para recortar con eficacia letal las cuentas públicas. A Feijoo le tocó ver pasar las vacas gordas en la bancada de la oposición, diciendo que todo iba mal, y al menos en ocho de los doce años en los que ha gobernado ha gestionado estrecheces presupuestarias.

Herencia compleja

Antes de recuperar el rodillo de las mayorías en el 2009 y convertirse en el líder incontestable del partido en Galicia tuvo que segar las malas hierbas que había dejado crecer el fraguismo, que cuando quiso orientar su sucesión nombrando a dos vicepresidentes —José Manuel Barreiro y él mismo— ya había perdido el control de lo que ocurría en los diferentes territorios. Con el aval de su mentor, José Manuel Romay Beccaría, y el apoyo receloso de las provincias atlánticas, las más influyentes por peso específico, consiguió convertirse hasta hoy en candidato sin rival, condición que le ha permitido superar los congresos autonómicos sin emplearse a fondo.

Sí sufrió en el 2013, justo después de revalidar la primera mayoría, una licencia —la de celebrar el congreso tras las elecciones— que se repite ahora involuntariamente por otra crisis, la sanitaria, muy distinta a la de entonces pero igual de agresiva con la economía. El plus de confianza que le habían dado las urnas le sirvió para apuntalar un ideario hecho a medida, con pinceladas de galleguismo y gestión rigurosa, pero la fiesta, que se iba a celebrar en Lugo, lo fue menos porque el logotipo del PP empezaba a torcerse a nivel nacional de manera preocupante. Los casos de corrupción nunca lo desgastaron, pero tenía que responder por ellos como voz influyente y por momentos incómoda que empezaba a resonar en Madrid, el desvío que nunca cogió a pesar de las tentaciones.

En al menos cuatro ocasiones tuvo oportunidad de regresar a la capital de España. Que se sepa, y él nunca lo ha negado, tuvo ofertas para hacer carrera como consejero a la sombra de Esperanza Aguirre; Rajoy lo quiso como ministro; todo el partido miró hacia él cuando pasó lo que pasó, moción de censura mediante; y a continuación Pablo Casado le ofreció un cheque en blanco, hasta la vicepresidencia, se supone, para dar solidez a su proyecto.

Previsible pero con sorpresas

«Siempre escogió Galicia», responde Miguel Tellado cada vez que le buscan las cosquillas para alimentar una noticia de alcance nacional. El ferrolano fue la sorpresa que se llevó los grandes titulares en el congreso del 2016, celebrado en Ourense, el feudo que más quebraderos orgánicos le provoca. Su elección para sustituir a Alfonso Rueda no fue captada por el radar de los expertos en feijoología, esa ciencia mediática que consiste en adivinar las intenciones de un político muy reservado, que mantiene inalterable un círculo de confianza muy pequeño y que presume de previsible pese a agotar casi siempre los plazos para tomar decisiones.

Un Camiño por percorrer es el lema del congreso, y sin duda tuvo que superar su filtro. Atendiendo a los estatutos del PPdeG, tiene cuatro años por delante como presidente del partido, pero ya ha advertido que la coronación de mañana no conlleva necesariamente una quinta candidatura, que debería formalizarse en el invierno del 2024. Hasta entonces, su biografía política se mantendrá abierta, y él continuará cerrando cada reunión de trabajo y cada Consello da Xunta con un latiguillo que le acompaña desde hace años y que es toda una declaración vital: «Seguimos».