Cincuenta años de la tragedia aérea de Montrove: «El piloto forzó la situación al límite, pero estos accidentes no suceden por una sola causa»

GALICIA

Xosé Castro

Experto en sucesos aéreos, Pedro Carvalho recuerda las deficientes cartas de navegación de 1973, y que entonces la seguridad era un asunto secundario

15 ago 2023 . Actualizado a las 00:56 h.

El 14 de agosto de 1973, martes, víspera de fiesta en parroquias de todo el país, Galicia amanecía con esta portada de La Voz, en letras mayúsculas, esas que se reservan para los eventos extraordinarios: «Ochenta y cinco muertos al estrellarse el Caravelle Madrid-La Coruña contra una casa en Montrove». Unas líneas más abajo aparecía la imagen de Rafael López Pascual, veterano piloto cordobés que también perdió la vida en ese siniestro. No hubo supervivientes, y toda la responsabilidad de aquel accidente en Montrove (Oleiros) recayó sobre él; había intentado en tres ocasiones aterrizar en Alvedro, a pesar de la intensa niebla, y la última maniobra acabó como ya se sabe.

«Fue un error humano, el piloto forzó la situación al límite, pero los accidentes aéreos no ocurren por una sola causa», explica Pedro Carvalho, uno de los mayores expertos en desastres de este tipo, autor de ¡Preparados para el impacto! y Algo espantoso está a punto de ocurrir, obras en las que analiza medio centenar de incidentes aéreos ocurridos en los últimos cincuenta años. Los mismos que cumple ahora este siniestro de Montrove, el más grave en la historia de Galicia.

¿Y qué otras causas pudo haber? «Hay que ponerse primero en el contexto del año en el que sucedió, 1973, entre esos años e inicios de los ochenta hubo varios accidentes seguidos en España, y los sistemas de seguridad no eran los que hay ahora».

Carvalho recuerda, por ejemplo, que las cartas de navegación que se disponían entonces eran más rudimentarias, y en ellas no figuraban elementos que podían ser determinantes para el piloto. «Esa poca calidad en las cartas hizo que, en este caso, no se supiera que había un bosque de eucaliptos ahí», apunta. Esas carencias en las cartas provocaron, por ejemplo, que años después, en 1985, un vuelo de pasajeros entre Madrid y Bilbao chocara contra una antena de televisión instalada en el monte Oiz y que no figuraba en los mapas. Tampoco hubo supervivientes; murieron las 148 personas que viajaban a bordo.

«Es fácil echar la culpa al piloto, que está fallecido, pero siempre hay más cosas», insiste este experto. En el caso del siniestro en Galicia, se añade una circunstancia sin aclarar aún hoy: por qué sigue sin desvelarse en su totalidad el informe oficial. «Es algo irritante, que ha pasado en otros casos, y que no nos permite conocer, por ejemplo, qué medidas se planteaban para evitar que este tipo de siniestros volvieran a pasar, que es un elemento que se incorpora en esos documentos». En el 2014 sí se dio a conocer una parte del informe. «Ahora hay una transparencia total, y todos los informes de accidentes son públicos, pero en aquella época solo se emitían notas parciales, por ejemplo para dárselos a los periodistas. Y una verdad a medias —dice Carvalho— es peor que una mentira». Conviene de nuevo no perder de vista el contexto: 1973, en una España tensionada en los últimos años del franquismo. «No sé si eso pudo afectar en la información pública, lo cierto es que en este caso no había víctimas extranjeras, como pasó en Los Rodeos [583 fallecidos en 1977, casi todos extranjeros], un accidente que sí impactó en la imagen de España en el exterior».

Del accidente en las inmediaciones de Alvedro se extrajo al menos una lección: se suprimieron las primas a los pilotos por aterrizar en el aeropuerto asignado, evitando desvíos. «Eso es impensable ahora, los pilotos cuando salen tienen en su plan de vuelo ya fijado un aeropuerto alternativo por si pasa algo en el destino. En el caso de Montrove se debería haber ido a Santiago, pero entonces primaba más la comodidad y el coste que la seguridad. Eso hemos aprendido», dice este piloto privado gaditano, que machaca con esa máxima: volar es muy seguro. «Es más fácil tener un accidente de camino al aeropuerto que una vez en el avión», concluye.