Cuando el mundo se para y tú estás lejos de casa: 24 horas de incredulidad, incertidumbre y caos

GALICIA

Renfe pasó del «no se acerquen a las estaciones» al «vengan que los trenes salen ya» y en una ciudad como Madrid conseguir llegar a la estación en cuestión de minutos puede ser tarea imposible
30 abr 2025 . Actualizado a las 17:12 h.A las 12:33 minutos del pasado lunes, 17,30 euros era toda la cantidad de dinero en efectivo que había en mi cartera. Nunca pensé que eso pudiera convertirse en una preocupación. Por delante tenía una tarde de relax, de comer con una amiga y pasear hasta que fuera la hora de marcharme a la estación de tren para volver a Galicia. Era un viaje relámpago, con llegada el domingo a la capital para poder cumplimentar unos trámites el lunes a la mañana y regresar por la tarde. Algo que nunca sucedió. Me pasó como con el coronavirus, porque yo fui una de las que dije, lo reconozco, «aquí nunca nos van a encerrar». Cuando en el bar en el que estaba se fue la luz mi primera idea fue, «tenían enchufadas demasiadas freidoras, esto vuelve en cuestión de minutos». Tampoco eso era cierto.
Mi ingenuidad sobre lo que estaba pasando todavía se prolongó unos minutos más. Porque cuando mi móvil se quedó sin datos pensé, «en este local no tienen cobertura». El camarero nos contó, primero, que estaba afectando a toda la Gran Vía, porque hasta los semáforos estaban apagados. Después, que había sido en toda España, Portugal y Francia. Y ahí seguí yo en mis trece, «pues ya empiezan los bulos». Mi primer problema tuvo fácil solución: los 17,33 euros fueron suficientes para pagar la cuenta, porque ya entonces las tarjetas no iban. Pero me dejó con poco más de un euro para afrontar lo que estuviera por llegar. Porque fue entonces cuando empecé a tener consciencia de que aquella media hora que llevábamos ya sin luz igual era algo más serio.
En Madrid las telecomunicaciones fueron de lo primero en fallar. Visto desde la distancia yo tuve suerte, mucha suerte. Porque que el mundo se pare cuando tú estás lejos de casa tiene muchos inconvenientes, empezando porque en ocasiones no tienes a quien recurrir. Yo tenía una amiga con casa y dinero en efectivo. Así que decidimos hacer tiempo hasta ver que pasaba. Entonces, estaba convencida de que tendría que marchar a Chamartín, por lo menos, para decirle a Renfe que me reubicara en el primero de los trenes que saliera con destino a Galicia cuando la luz volviera. De nuevo, esto nunca sucedió.
Bares y tiendas empezaron a cerrar sus puertas y nosotras decidimos buscar un sitio para comer, porque en el piso de mi amiga todo es eléctrico y, de hecho, como buena gallega, estaba muy preocupada por lo que iba a pasarle a la comida que guardaba en el congelador. Pocos fueron los negocios que decidieron mantener abiertas sus puertas. Pero los bares y tabernas sí lo hicieron. En uno de ellos nos metimos y pasamos las siguientes tres horas esperando por la comida. «Hay que tener paciencia que solo tenemos un hornillo de gas, estamos haciendo todo lo que podemos», decía el camarero. De repente, me di cuenta que en la mesa de al lado tenían una radio y allí pegué mi oreja. Poco más sabíamos del apagón que había afectado a todo el país y a las telecomunicaciones, porque muy pocos tenían datos y casi nadie línea en el móvil.
A mis nuevos amigos de radio les conté mi problema, que tenía un tren a Galicia y que no sabía que hacer, pues la hora de salida se estaba acercando. Minutos después, ellos mismos vinieron a avisarme de que por la radio Renfe había dicho que nadie se acercara a las estaciones, que estaban colapsadas. Fue un alivio. Porque llegar desde la puerta del Sol, donde yo me alojaba, hasta Chamartín, se me hacía tarea imposible sin cercanías ni metro. Además, sospechábamos que las carreteras estaban todas colapsadas y que ni el bus sería capaz de llegar. Ir andando sería un trayecto de dos horas, aproximadamente, sobre todo para alguien que no conoce la capital ni tiene GPS en el móvil.
Vuelvo a decir que tuve suerte. Porque yo tenía una casa donde quedarme y dinero en efectivo. Así que nuestro siguiente paso fue hacernos con una radio de pilas. Habíamos visto una tienda en la que la gente hacía cola unas horas antes para hacerse con un transistor. Y allí nos fuimos. Era la típica tienda de barrio regentada por un señor ya mayor que nunca se vio en tal tesitura. Los vecinos tuvieron que bajar a ayudarle para despachar pilas y radios. Tengo claro que vendió todo lo que tenía porque la radio se convirtió en un bien muy preciado y, en la calle, la gente se arremolinaba alrededor de uno de esos transistores.
«Hoy no habrá tren, pero mañana seguro que sí», pensé. Y me fui a buscar una parada donde coger el bus que me llevara a la estación al día siguiente. Las calles estaban llenas de gente, pero relajada y tranquila. En la puerta del Sol unos chavales jugaban al balón y cientos de policías nacionales y locales daban toda la información que tenían a quién se la preguntara. En Cibeles, en cambio, la situación era bien distinta. El atasco de tráfico era monumental y por ella bajaban riadas de gente que, se supone, habían venido andando desde sus trabajos. «El bus funciona, pero de los últimos tres que han pasado ninguno ha parado», se lamentaba una señora.
A las ocho de la tarde aplausos y vítores anunciaron el regreso de la electricidad en el centro, en Sol. Los semáforos volvieron a funcionar y, poco a poco, se fueron recuperando las telecomunicaciones. «Bien, mañana tenemos tren», pensé. Así que el mazazo a las siete de la mañana fue bueno. Renfe anunció entonces todos los servicios recuperados, entre los que no estaban los de Galicia. La línea estaba suprimida hasta nuevo aviso y, de nuevo, se nos pedía que no fuéramos a las estaciones. La situación había mejorado notablemente: teníamos datos y línea de móvil, podíamos usar las tarjetas y metro y cercanías empezaron a recuperar la normalidad.
Así pasó el día, paseando por Madrid, pendiente de X, donde Renfe tenía una línea de avisos, y de los medios de comunicación y haciendo planes para pasar otra noche en la capital. A las cuatro de la tarde volvimos a casa a descansar un rato y todo cambió de repente. Una alerta de La Voz informaba de que se había recuperado el tren. ¿Y ahora qué hago? Primero, llamar a la compañía, nada de nada. ¿Web?, no me deja cambiar los billetes, ni comprar otros nuevos porque dice que los primeros trenes, de las cinco y de las siete de la tarde, están ya completos. Son las cuatro y media y yo estoy en Sol. Llegar hasta Chamartín supone, como mínimo, media hora. Teniendo en cuenta la cola que habrña para cambiar todo, al primero no me da tiempo.
Lo intento de nuevo por teléfono y, esta vez sí, consigo hablar con un agente, que me indica que tengo que ir a la estación, solo allí pueden cambiarme el billete. Recojo las cosas y vuelo hasta Sol. Quiero comprar un billete de Cercanías y veo que todas las máquinas están fuera de servicio. «Hoy no cobramos, puede usted pasar sin problema», me explica un interventor. Entonces me doy cuenta de que las barreras están abiertas. Llego al andén justo en el momento en el que llega el tren. Son las cinco y diez de la tarde y mi máxima aspiración es lograr plaza en el AVE de las siete.
Por el camino, mi enfado va creciendo. Porque nadie avisó con tiempo, tal y como habían dicho. Porque los primeros trenes deben estar llenos por la gente que sí fue a la estación y reclamó. Como yo me quedé en casa, ahora me voy a quedar fuera. Además, seguro que tengo que hacer una cola interminable... Por suerte, entonces también estaba equivocada. «Pase el control de seguridad y busque a un interventor. Ellos los recolocarán en los trenes», nos dice una amable señorita a la entrada de la estación sin haber hecho ni un segundo de cola. «Prioridad para los que tengan billete de ayer», informa la primera interventora. «A Galicia hay un tren que sale ahora, pase para delante», añade. «El tren ya está cerrado», nos cuenta una tercera, que también pregunta a un compañero. «No, pueden pasar, vía 20», añade casi inmediatamente.
A las cinco y media de la tarde, casi ni me creo que esté sentada en un tren con destino a Vilagarcía. Lo curioso es que viaja casi vacío y en mi vagón apenas hay una decena de personas. Entonces me doy cuenta de que nadie nos ha pedido el billete, ni lo hará a lo largo de todo el trayecto. El tren para en todas las estaciones, pero el viaje transcurre sin mayores incidentes, salvo los quince minutos parados en Ourense para dejar pasar a otro tren. Circunstancia de la que se nos informa con detalle. A las diez y media de la noche entro por la puerta de mi casa. He llegado un día más tarde de lo que tenía previsto. Pero sigo pensando que he tenido mucha suerte. El mundo se paró en seco y se volvió a recuperar en esas 24 horas. Y yo he conseguido llegar a casa sin mayores percances.