Tercera jornada del juicio del crimen de Cabanas: los investigadores dicen que Elisa Abruñedo «agonizó aferrada a una zarza del dolor»
 
			GALICIA
 
	
											Ayer declararon agentes del equipo de la Guardia Civil que desenmascaró al acusado de matar a Elisa Abruñedo
19 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.La tercera sesión del juicio por el crimen de Cabanas en la Audiencia de A Coruña fue estremecedora. Declararon once de los agentes que participaron en un caso que durante un decenio parecía un pozo sin fondo. Para empezar, por la dureza con la que el asesino había tratado a la víctima, Elisa Abruñedo, una vecina de Cabanas que estaba a 200 metros de su casa cuando la atacaron por la espalda el 1 de septiembre del 2013.
«Fue brutal, completamente desmedido», tras violarla, su depredador «le asestó tres puñaladas certeras para causar su muerte, primero en el cuello, luego en el pulmón y el corazón». Así lo contó el capitán de la UCO, que en el 2021 comenzó a colaborar con la Guardia Civil de Galicia para dar un impulso a una investigación que llevaba ocho años sin un sospechoso claro.
Agentes de diferentes unidades fueron detallando su parte del trabajo. Todos coincidieron en la saña que el corpulento asesino empleó contra una mujer menuda de 46 años. «Elisa agonizó aferrada a una zarza, su mano izquierda se cerró con la fuerza del dolor sobre la planta de tal modo que tuvimos que cortarla para llevarla así a la mesa de autopsias, con la zarza entre los dedos», apuntaron los tres agentes de la Policía Judicial de la Guardia Civil de Ferrol que elaboraron el informe donde se recopilan todas las pruebas de cómo se encontraba el cuerpo en el bosque. Mientras respondían a las preguntas de la fiscala y de los abogados, se visualizaron fotos terribles en dos pantallas. La de la mano de Elisa aferrada al tallo verde conmocionó a toda la sala, menos a Roger Serafín Rodríguez, a quien se juzga.
				
		
			
		
		
												
								
 
    	
Roger Serafín, casi dormitando
El acusado se mostró más ajeno al juicio que nunca: con los ojos bien cerrados cuando se hablaba de las heridas mortales o de cómo llegaron hasta él. Tanto, que en algunos momentos su respiración era tan pausada como si estuviese dormitando. Vestido con la misma sudadera de los tres primeros días (la misma prenda con la que lo detuvieron), cuando el juicio se acabó se levantó con naturalidad y sin reparar en nadie más. Atrás quedaba una sala conmocionada en la que incluso el juez pidió a las partes que, por favor, dejasen de exhibir más imágenes de las heridas de Elisa y de cómo estaba en el bosque cuando la encontraron. «Está la familia aquí y estamos revictimizando», alertó mirando hacia la zona donde se sentaba la madre de Elisa (sus hijos se ausentaron ayer y lo harán hoy), que soporta el juicio con una entereza que forma parte de una promesa. «La madre siempre nos pidió que encontrásemos al culpable, que no quería morirse sin verlo sentado en el juicio», explicaba un investigador que acompañó a la familia en las primeras sesiones, poco después de salir de declarar.
El jefe del grupo de Delitos contra las Personas de la Policía Judicial de la Comandancia de A Coruña de la Guardia Civil y tres de sus agentes explicaron cómo llegaron hasta Roger Serafín: en septiembre del 2023, tras una larga labor de investigación de ADN, tuvieron la primera certeza de que podría ser el autor. Comprobaron que tuvo un coche como el que llevaba el asesino y hasta llegaron al desguace donde se achatarró.
					
		
			
		
		
												
								
 
    	
Montaron un operativo para conseguir una prueba de ADN actual y, como el acusado apenas hacía vida social, optaron por recogerlo de la manilla de su coche y del retrovisor, que siempre plegaba cuando aparcaba. El 3 de octubre lo siguieron hasta su casa de Narón, desinfectaron la carrocería por la noche para que, cuando lo abriese por la mañana, se pudiese recoger con un hisopo una muestra sin contaminar. Y eso hicieron el día 4, cuando volvió a aparcar ante el astillero de Navantia en Ferrol, donde trabajaba.
El 17 de ese mismo mes, ya con los resultados que lo incriminaban, acudieron a ese mismo lugar para detenerlo. «Al principio se mostró sorprendido y dijo que era un error», señaló un agente que mostró pruebas que desacreditan la primera versión que les dio el acusado sobre que Elisa se subió a su coche y después discutieron. Los investigadores peinaron la escena del crimen en un bosque donde incluso llegaron a actuar los guardias especialistas en explosivos para localizar el cuchillo del crimen; un espacio entre pinos que se desbrozó palmo a palmo para no perder ni una pista y del que se realizó un informe del terreno.
Por eso, los once investigadores resaltaron que todas sus pruebas desmontaron la primera versión del asesino confeso: Roger Serafín actuó con saña, sorprendió a Elisa por detrás y ella no le vio la cara; la arrastró en volandas y hasta perdió las sandalias. La redujo con tanta brutalidad que el cable de sus cascos y su reloj quedaron incrustados en su piel.