Sergio Ramírez: «Soy una figura incómoda desde antes de que Ortega ordenase mi detención. Y lo seguiré siendo»
INTERNACIONAL

El escritor y exvicepresidente de Nicaragua, de 79 años, no ha decidido su futuro tras verse forzado al exilio por novelar las protestas de su país del 2018
18 sep 2021 . Actualizado a las 05:00 h.El exilio forzoso le llegó cuando viajaba a España para participar en unas jornadas literarias y todavía no ha decidido su futuro. Sergio Ramírez podría vivir en Costa Rica, España o México, donde es bien recibido, pero prefiere aferrarse a un dicho de su abuela: nada es eterno. «Un régimen político es como un organismo vivo que nace, crece y muere. La gran pregunta es si yo, en mi tiempo de vida, veré ese cambio», dijo el escritor nicaragüense, de 79 años, esta semana en Madrid. La represión instigada por Daniel Ortega, que gobierna Nicaragua desde hace 15 años, llegó con la publicación de su novela Tongolele no sabía bailar, ambientada en los acontecimientos del 2018, cuando la población salió a protestar contra el régimen y fue acallada con un saldo de 400 asesinatos e incontables torturas.
-¿Cuándo siente el impulso de encarar la represión política de Nicaragua a través de la ficción?
-Mi personaje [Dolores Morales] representa distintas etapas de la historia reciente de Nicaragua. Participa de la revolución como guerrillero que lucha por derrotar a Somoza y con el triunfo del Frente Sandinista pasa a la policía. Lucha contra el narcotráfico y después con la corrupción de la alianza entre Ortega y los nuevos ricos. Ante la represión de las protestas populares, la necesidad me mandaba a que este personaje entrara a los acontecimientos reales. Yo había escrito una serie de crónicas sobre aquello, pero eran de segunda mano, porque no había sido yo el que había entrevistado a las víctimas y familiares. En cambio, en una novela no hay segunda mano. Si los hechos tienen fuerza, entran.
-Usted sabía que retaba al poder, ¿imaginaba las represalias?
-Mientras iba escribiendo este libro, aprovechando la calma que llegó a mi vida con la pandemia, me di cuenta que estaba tocando temas explosivos. No solo la corrupción. También la concepción del poder desde el punto de vista mágico, esotérico. La magia negra propia del ejercicio de poder de la Nicaragua de hoy es algo tan singular que para un novelista es irrenunciable. Busco los hechos singulares y extraordinarios, y estaban ahí. Todo esto es una tentación para un escritor que supera a la idea del riesgo. El escritor que no se arriesga termina siendo un escritor rosa.
-¿Entonces era plenamente consciente de lo que hacía?
-Sí, era plenamente consciente del riesgo que estaba corriendo.
-Ortega ganará las elecciones fraudulentas y querrá negociar con la comunidad internacional para legitimarse. ¿En ese contexto resulta usted una figura incómoda para el régimen?
-Ya lo soy. Soy una figura incómoda desde antes de que prohibieran mi novela, desde antes de que ordenaran mi prisión. Y lo voy a seguir siendo mientras pueda. Yo tengo una voz y la voy a seguir alzando más allá de mi condición de escritor. Sería una inmoralidad que se reconozca su poder a cambio de que libere a los rehenes, esas personas que son hoy sus prisioneros.
-¿Qué paralelismos existen entre los estudiantes que se levantan contra Ortega y los que se enfrentaron a Somoza?
-La edad, son los mismos jóvenes. Unos se enfrentaron con las armas y otros sin ellas. Es una gran ventaja para el país que a nadie se le haya ocurrido que la solución para echar a Ortega sea una guerra civil. La gente va a despertar, aunque la represión es muy cruda.
-¿Por que eligió a Tongolele, un matón del oficialismo, para guiar al lector por esta realidad? -Hay una confrontación entre el inspector Dolores Morales y Tongolele, que es su antítesis, viniendo los dos de la guerrilla sandinista. Tongolele sigue creyendo en los viejos mitos de la revolución, que Ortega encarna. Esta confrontación entre los dos es la esencia que quiero representar en la novela.
-¿Su mejor sueño para Nicaragua?
-La oportunidad de democracia y desterrar la dictadura, de vivir en un país en que la libertad sea el día a día. No aspiro a la democracia perfecta. No lo hay en América Latina. Pero sí a la oportunidad de elegir periódicamente y no forzar a la gente a la violencia por no tener alternativas, como sucede en Nicaragua, Venezuela o Cuba.