Guada Sánchez, psicóloga: «Si aprendiéramos a aceptar la ruptura como parte de una relación, el 50 % de los problemas se solucionarían sin terapeutas»

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez LA VOZ DE LA SALUD

SALUD MENTAL

Guada Sánchez es psicóloga y divulgadora.
Guada Sánchez es psicóloga y divulgadora.

La experta explica las emociones a sus cientos de seguidores en redes: «Sobre ellas hay mucha confusión», dice

11 ago 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Guada Sánchez es psicóloga, se formó en Psicología Aplicada y Sanitaria. Y también salió fuera para aprender. Se formó en países como Italia, Estados Unidos, México y Alemania y, además de divulgar en redes sociales, donde cuenta con más de 370.000 seguidores, le apasiona leer. Esa es una de las razones que explican que haya recopilado todo su conocimiento en un libro, Yo me transformo (Vergara, 2024), con el que pretende que los lectores se conozcan más a ellos mismos. «Me apetecía mucho traducir todo aquello que había investigado y aprendido a un lenguaje que fuese más entendible por todos, pero que no perdiera rigor científico», comenta. 

—Podemos empezar por la base, ¿qué son las emociones?

—Creo que sobre ellas hay mucha confusión, y se ve sobre todo estos días que acaba de salir la película Inside Out. Y fíjate que hay algo muy curioso porque en la propia Academia de la Psicología, no hay consenso aún de que son y cómo se originan. Desde la perspectiva que hablo en el libro, desde un enfoque constructivo de las emociones, estas emergen de diferentes factores internos y externos. Sí podemos decir que las emociones son experiencias internas complejas que emergen de diferentes factores. Y estos vienen tanto de las sensaciones corporales, como de la propia experiencia que tiene cada uno en su vida y de lo que está pasando ahí fuera. Creo que el punto clave es que emergen de diferentes factores, experiencias complejas, no es algo básico que se apodera de ti como puede llegar a reflejar la película. Diría que eso es lo complicado de entender. 

—Cuando estas emergen, sobre todo aquellas que no resultan agradables, como la ira, el enfado o incluso la tristeza, puede que provoquen una respuesta en el otro del tipo: «Controla tu enfado». ¿Hasta qué punto se pueden controlar nuestras emociones?

—Más que controlar, diría que gestionar. En el libro utilizo la palabra regular porque estamos utilizando nuestro cuerpo para que pueda estar en un lugar de relativo confort. Lo que sucede con las emociones negativas es que no son cómodas. No nos gusta ni sentirlas ni ser testigo de que el otro las está sintiendo. Por eso hay una tendencia general en la cultura popular, en la cultura emocional en la que hemos nacido, de evitar o negar, incluso controlar, ciertos aspectos emocionales; que la manera de gestión sea evitarlas. Por ejemplo, a un niño pequeño cuando se le dice que no llore. Ahí tenemos un ejemplo muy claro de cómo gestionar evitando y de cómo ese mensaje está presente. Más que enseñarnos a navegar, muchas veces nos enseñan a suprimir.

—Interpreto que tendrá repercusiones. 

—Nos sale el tiro por la culata porque en algún momento te explota en la cara. Porque casi toda experiencia interna es, de alguna manera, emocional. Tanto las más conscientes como las inconscientes. Toda experiencia interna tiene información. Eso sí que lo dice muy bien la película Inside Out y creo que es un buen mensaje: que cada emoción tiene información y que cuando la suprimes, le estás diciendo al cuerpo que no lo quieres escuchar. El feedback que te da casi siempre va a tener información importante para ti, que te ayuda a gestionar lo que sea que te está pasando en ese momento. 

—El cuerpo nos manda señales, pero las interpretamos como algo negativo y queremos aliviarlas de la forma que sea. 

—Todo lo que tiene que ver con sensaciones corporales, nos incomoda y queremos salir de alguna manera. Me desregulo porque tengo miedo de algo y muchas veces esto florece en las relaciones. 

—¿Un ejemplo?

—No tengo a mi pareja cerca o esta no me da feedback constante. Me siento insegura porque he vivido eso antes, porque a lo mejor mi madre me decía que era tonta y que no fuera pesada. Por eso hay una parte de mí que sí que cree que es tonta, pesada y dependiente. Por eso me siento insegura en las relaciones. Obviamente estamos hablando de una generalización, un pie de nota que creo que es importante que digamos es que cada caso es único, que unos podemos reaccionar de una manera y otros de otra. Pero si vengo de unas relaciones donde de pequeña no me siento insegura, de adulta tampoco me sentiré. Y si se da una situación como que mi novio se va con sus amigos, me siento insegura y me desregulo. Y voy a buscar formas para regularme, más o menos conscientes.

—¿A qué se suele recurrir para intentar regularse?

—Puede ser llamar a tu novio, otras rumiar, comer, hablar con una colega… Hay algunas más funcionales que otras. 

—¿Qué tipo de práctica para autorregularse sería disfuncional?

—Llamar a mi chico, gritarle y decirle que no salga. ¿Cuál sería funcional? Llamar a una colega esa noche y expresar lo que siento. Después cuando llegue mi pareja, ser vulnerable y contarle mi herida: «De pequeña me ha pasado esto y la verdad es que cuando no te tengo cerca y me siento insegura, para mí es difícil. Si me ayudas a buscar algo en común para intentar solucionarlo, como mandarme un mensaje». Y ahí tu pareja te dice: «Venga, si no es nada y estoy aquí para ayudarte». Eso sería una manera funcional, comunicándome, aunque ambas son ejemplos de regulación porque en realidad, estoy intentando gestionar de alguna manera ese miedo e intentar salir de ahí como pueda. 

—En el libro explicas los tipos de apego, categorizándolos, pero me imagino que en realidad no es tan fácil encasillarnos en uno u otro y que son variables. 

 —Totalmente. De hecho, el estudio del apego se hizo con niños. Es mucho más fácil categorizar una mente que lleva ocho meses, nueve o diez de experiencia, que una mente adulta con muchas más capas e información relacional. Se empezó en cuatro conductas que se veían, pero es mucho más complejo y hay mucha menos base científica de los diferentes tipos de apego en adultos. Imagínate categorizar a veinte niños pequeños solo interaccionando con su madre, a categorizar adultos y toda la realidad emocional que tenemos. Es mucho más complejo. Por eso animaría a la gente que las pueda aprender, sobre todo porque hay muchos aspectos de la teoría del apego que nos ayudan a entender el mundo relacional. Pero que se tomen con un grano de sal, no como etiquetas absolutistas. De hecho, se estudia que un 60 % de los bebés tiene apegos seguros, pero luego llega el instituto, tu primera pareja, tus amistades… Empieza haber más información relacionada, más experiencias. Puedo venir de un apego seguro y luego sufrir bullying. Que cada uno entienda su historia y utilice las etiquetas como vocabulario, como reconocimiento, y no como una verdad absoluta. 

—¿Qué es la vergüenza tóxica?

—Es un concepto muy interesante que aparece hace unas décadas en autores que estudian el trauma. Se refiere a esa sensación que todos podemos llegar a tener y conectar con ella cuando pensamos en la niñez. Cuando sentimos no que hayamos hecho algo mal, sino que estamos mal nosotros. Esa sensación de que yo estoy mal, yo mi ser, que esto que acabo de hacer, que forma parte de mi, es vergonzoso. Esa sensación o emoción de sentir que el que está mal eres tú. Como adulta, creo que en el lenguaje popular de hoy se hablaría de baja autoestima. 

—Rechazarnos a nosotros mismos antes de que lo haga otro, por el mero hecho de encajar. ¿Cuáles son las consecuencias?

—Nosotros no nacemos con vergüenza, crecemos con naturalidad, tirándonos pedos, eructos, y felices por la vida. Pero la sociedad empieza a decirme que estoy mal o que no he hecho algo bien. Es cuando empezamos a moldear y censurar. No es que sea más característico de la adolescencia, pero sí que normalmente va a empezar ahí, porque es tan importante integrarte con tus iguales, que hacemos de todo para sobrevivir ahí. Nos moldeamos, complacemos, nos ponemos máscaras para poder adaptarnos. Porque como no sabemos quiénes somos porque es una época de descubrimiento, existe mucha presión por querer ser querida por otros.

—¿Puede darse también en la adultez?

—Sí, suele empezar en la adolescencia, pero nos lo llevamos de adultas también. Si ese proceso de conocimiento no se realiza de una manera funcional o no sana, puede ser que continúe poniéndome esas máscaras, desconectada de mi misma, en la adultez. Tengo pacientes que han vivido con máscaras siempre. 

—¿Crees que todos tenemos un rol en el grupo?

—Sí, de manera natural en cualquier sistema acabamos tomando roles y esto lo podemos ver desde el inicio de los tiempos en las comunidades y familias. No es que todos los tengamos, pero sí que existe una tendencia a tomar uno que no siempre va a ser consciente y tiene que ver con muchos factores. Mi personalidad, por ejemplo. Si soy graciosa, voy a tener aceptación y validación de los demás porque hago gracia. Y por eso existe una mayor probabilidad de que lo siga siendo. O si soy más cuidadora y tomo ese rol en el grupo y la gente comparte conmigo sus historias… Probablemente voy continuar sacando bienestar de ahí y es un lugar al que voy a recurrir.

Por personalidad, por nuestra historia y por la tendencia que tenemos los humanos a repetir aquello que nos da placer y que nos vincula con los demás, tendemos de una manera más o menos consciente a tomar ciertos roles o conductas que se repiten dentro de los grupos. Aunque a veces cambia, en mi casa puedo ser la Grinch y luego llego a mi grupo de amigos y ser la cuidadora máxima. 

—¿En todas las relaciones existen pequeñas rupturas?

—Sí, siempre, desde el inicio de la vida. Creo que es una lección humana que, si la tuviéramos desde que somos pequeños, existirían muchos menos problemas sociales a todos los niveles. Si aprendiéramos aceptar la ruptura como parte de la relación y a desarrollar actividades que nos ayuden a repararla, el 50 % de los problemas relacionales se solucionarían sin necesidad de un terapeuta, por ejemplo. Yo tendría muchos menos pacientes, pero aún así, sería muy feliz. No por tener menos, sino porque me daría gusto ver a una sociedad que es funcional a nivel relacional en tanto y cuanto aprendemos a reparar y tenemos mayor calidad de vida. Fíjate que existe un poco el mensaje contrario, últimamente se oye mucho el: «Ahí no es». No siempre.

—Consideras que a veces sí existe una solución antes de salir de esa relación. 

—Sí. Imagínate que he aprendido a estar sola porque la gente me tiene harta, que lo he visto en muchos pacientes. El «ahí no es» refuerza esa idea mía: la gente es pesada, tonta, te puede descuidar… Obviamente, va a depender del caso, esto no es blanco y negro, siempre depende de cada uno. A veces hay que salirse. Pero creo que hay un porcentaje de casos que sí que sería «ahí es». Y toca reparar. Pero hacerlo no es cómodo. Es coger mi corazón, ser vulnerable y decirle al otro que eso te ha dolido. Es mucho más fácil evitarlo. 

—¿Qué claves tienen que darse para que sea posible esa reconciliación?

—Uno de los atajos que tenemos los seres humanos para regularnos son otros seres humanos, corregularnos. Puede ser de una forma no verbal, como pasa con las mamás y los bebés al inicio de la vida, pero otra gran herramienta es la comunicación. Creo que una de las primeras cosas necesarias para una reparación es tener ganas. La actitud de reparar. Corregularse es importante, se puede, y debemos ir a la conversación con actitud de reparar. Si vas desregulada, en actitud de lucha y defensa, hay un 80 % de probabilidad de que no vas a llegar a ningún sitio, de que va aumentar la cosa o que vas a salir de ahí sin ser entendida. Esto es lo que pasa en la mayoría de las conversaciones, que sentimos que el otro no nos ha entendido. Se debe ir con una posición de apertura, con ganas de conectar con el otro y entendernos. Creo que esa es la primera clave, la actitud.

—¿Y la segunda?

—El autoconocimiento. Es importante que yo misma entienda mis heridas para que tú también puedas hacerlo. Si yo no entiendo mi mapa es muy complicado que te lo explique a ti. Debemos tener un mínimo de conocimiento de mis heridas, de mi historia, para que pueda ayudarle a entender al otro quién soy dentro de la complejidad de cada uno. El ser vulnerable y poder explicarle al otro lo que sientes es uno de los pilares básicos, junto con un set de habilidades comunicativas como ser afectivo, comunicarlo, crear ese espacio y asegurarnos de que escuchamos al otro. Aunque venga de un apego inseguro, si pongo todo esto en marcha, voy a construir un vínculo seguro con la persona que tengo delante. Y eso es lo realmente importante. 

Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo
Cinthya Martínez Lorenzo

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.

De Noia, A Coruña (1997). Graduada en Periodismo por la Universidad de Santiago de Compostela, me especialicé en nuevas narrativas en el MPXA. Después de trabajar en la edición local de La Voz de Galicia en Santiago, me embarco en esta nueva aventura para escribir sobre nuestro bien más preciado: la salud.