El ciclista, con 20 años, fue líder hace 35 años en las cuatro etapas gallegas de La Vuelta de 1985, algo que nunca más volvería serlo en su carrera deportiva
26 abr 2020 . Actualizado a las 05:00 h.Miguel Indurain nunca ganó La Vuelta a España. Por cuestiones del calendario (en su época como ciclista se disputaba en abril) sus objetivos siempre miraron más hacia el Tour y el Giro. Pero el nombre de Indurain sí que se dio a conocer al mundo en La Vuelta, y más en concreto en Galicia y en Lugo. Corría el año 1985, y con 20 años y ocho meses, y en su primera temporada en la élite del pelotón mundial (edad que entonces era muy prematura para un profesional), vistió el maillot amarillo durante cuatro días. Fue el más joven de la historia de La Vuelta en hacerlo.
Lugo tuvo el privilegio de verlo llegar y salir vestido de amarillo, algo que con el paso del tiempo se ha convertido en histórico, ya que nunca más lo volvió a lucir en La Vuelta pese a haber sido uno de los grandes campeones de la historia del ciclismo.
Fue el 25 de abril cuando el joven Mikel, como le llamaban en TVE, alcanzaba el liderato en la segunda etapa, con meta en Ourense. Y así estuvo cuatro etapas, entre ellas la cuarta, con llegada a Lugo, en concreto a la Ronda da Muralla, a la altura de la Praza da Constitución, con el mismo ganador de etapa y en la misma llegada de 1982, el esprínter belga Eddy Planckaert.
En el mundillo ciclista de la época ya se destacaban las cualidades de aquel joven Indurain (había brillado en el Tour del Porvenir de 1984) pero para el gran público pasó desapercibido y poca gente en Lugo podía imaginar que seis años más tarde, en 1991, ganaría el primero de sus cinco Tours de Francia.
Por este motivo, Lugo tiene el honor de haber sido, junto a Ourense, Santiago y Oviedo, las únicas ciudades que vieron llegar y salir al campeón navarro vestido de amarillo de La Vuelta. Nunca más en su trayectoria, que finalizó en 1996, volvió a ser líder de la ronda española, siendo el segundo puesto de 1991, tras Melchor Mauri, su mejor posición. En aquel iniciático 1985 acabó en el puesto 84 y salvo los días que estuvo de amarillo, apenas tuvo protagonismo en la carrera.
[Consulta aquí la página completa de La Voz de 1985]
En las crónicas que escribía para La Voz de Galicia Benito Urraburu, Indurain afirmaba vestido de amarillo por Galicia: «No me lo creo, al final acusé algo los kilómetros, pero todo el equipo me apoyó mucho».
Indurain se había plantado en a salida de La Vuelta en Valladolid para aprender y para ayudar a su jefe de filas, el también joven Julián Gorospe, dentro del equipo Reynolds que dirigía José Miguel Echávarri, escuadra que luego fue Banesto, Illas Balears y actualmente Movistar. Una formación que los siguientes años hizo también en el Tour al lado de Pedro Delgado, hasta que en su madurez ciclista estalló como campeón. Indurain sorprendió en la etapa prólogo de aquella Vuelta de 1985 al quedar segundo a 8 segundos del mejor prologuista del momento, el holandés Bert Oosterbosch (fallecido en 1989 por un paro cardíaco, vinculado al dopaje) y su equipo forzó la máquina en la segunda etapa, con meta en Ourense, para conseguir el liderato, y así fue.
Pánico en el pelotón
La etapa de aquel 27 de abril entre Santiago y Lugo fue de todo menos tranquila, y eso que se llegó al esprint y no hubo cambios en la clasificación general. La etapa salía de la Praza do Obradoiro y los ciclistas se dirigían a A Coruña, donde un enorme caos y desorganización provocó que parte de los ciclistas fuesen por calles distintas. Pero la guinda vino cuando un grupo rezagado de diez ciclistas pasaba por O Portazgo y un perro asustado por las sirenas se cruzó a su paso, dejando una de las imágenes más dramáticas que se recuerdan en la historia reciente de La Vuelta, con los modestos ciclistas Jaime Salvá y Ludo Loos tumbados en el asfalto, rodeados de sangre y con conmociones. Se vivieron escenas de pánico, fueron llevados al hospital. Al final todo quedó en un susto.
«En las calles lucenses hubo más público que en el San Froilán»
La llegada de La Vuelta a Lugo volvía a ser todo un acontecimiento social en la ciudad. El buen sabor de boca que había dejado la meta de 1982, con abarrote junto a la Praza da Constitución, y al ser el ciclismo un deporte en clara progresión mediática en la época (José María García desplegaba programas especiales en Antena 3 y TVE ofrecía las etapas en directo) provocaba un enorme interés.
Excursiones desde concellos
La crónica del día previo que publicó La Voz anunciaba el éxito: «Más de treinta mil personas, según cálculos estimativos, presenciarán en la tarde de hoy la llegada a Lugo de la cuarta etapa de la Vuelta a España, El ambiente es superespecial y se espera un abarrote en él centro de la ciudad. Los grandes hoteles agotaron las plazas y hay auténtica expectación por la llegada de la «serpiente multicolor». De diferentes puntos de la provincia, programaron excursiones para presenciar la llegada de los ciclistas.
El Ayuntamiento, que había pagado a la organización dos millones de pesetas, lo tenía preparado para que fuese un día especial. Lejano quedaba abril de 1965 cuando el gran Van Looy ganaba en un día horrible de lluvia en la meta de Ramón Ferreiro, y lo de 1982 había sido un aperitivo. La crónica de La Voz de 1985, sin firmar pero con el estilo del añorado Rafael Vilaseca, así lo confirmó: «La llegada de la Vuelta a Lugo deparó un movimiento de gentes tal que, sin error a equivocamos, puede afirmarse ha sido superior que al registrado en el San Froilán. Las anécdotas y curiosidades podían vivirse en cualquier lugar.. ‘Yo no distingo a los españoles' comentó una joven. (Y eso que aún no hemos entrado en el Mercado Común). El palco de meta, con pocas autoridades y muchos autoinvitados y ‘asaltantes' mediante escalo, parecía la ONU con tantas banderas. Ayer, posiblemente la zona más habitada del planeta no era Hóng Kong, ni la llanura holandesa, sino el área de meta, entre la Muralla y la explanada de la Estación de Autobuses».
A nivel extradeportivo, aquella etapa también se hizo famosa por los puñetazos que le propinó en la meta el belga Dejoonckeere a su compatriota René Martens. Rencillas que traían del pasado. O cómo el gran Sean Kelly interpuso una reclamación por esprint irregular del ganador, Planckaert. Ambos ya eran zorros de las clasicas belgas.
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