El hombre es un animal de costumbres. No lo digo yo, lo dijo Dickens. Nuestra especial naturaleza nos mantiene atados a la rutina y por norma general, salvo excepciones, nuestra vida es semejante a la de un hámster dando vueltas en su noria. Hay excepciones, como digo, individuos que se rebelan y se lanzan como locos a viajar al quinto pino, conocer sitios exóticos o explorar el Orinoco; y eso está bien, pero bueno, el derecho al pataleo les supone apenas unos metros al exiguo radio de la noria tipo. Todos somos hámster girando sin sentido. Mi caso es uno más de esa rutina giratoria colectiva. Me encuadro en el modelo cuerda corta e intensidad constante pero floja, pues mi fuelle no es el que era y mi escasa autonomía se reduce a unos kilómetros de meneo sin lugar a extravagancias; y aunque hay días en que llego hasta la Ronda, lo normal es que me quede por la Ousá de Frigsa o por el parque y que no pase de A Milagrosa. Y todo ello a ritmo suave, como digo, que no hay prisa: soy un crack en ese aspecto, sé sin duda contener mis ímpetus. En ocasiones, resoplando, algún runner de mi quinta me rebasa intentando desafiarme… pues va dado el Zátopek caduco este. Ni me altero. Podría picarme y aceptar el reto Avenida de A Coruña abajo ambos bufando, pero no, aunque soy creyente no quisiera anticiparme. Usted delante, caballero. Allá ellos, que se apunten a la próxima olimpiada si es que antes no derrapan y se esnafran. Dado pues el corto radio que manejo, les confieso que aún no he visto rematado el centro urbano; y eso es pecado, creo. En fin, me acercaré un día de estos y en penitencia le daré una vuelta a la muralla. Se lo prometo. Sin excesos.