
El reducto musical que antes era la electrónica se ha convertido en un negocio que mueve 6.000 millones de euros; los disyoqueis más codiciados cobran hasta 300.000 euros por evento
29 abr 2018 . Actualizado a las 05:05 h.«Veni, vidi, vinci». Así podrían resumir los fundadores del International Music Summit de Ibiza la evolución de la música electrónica en el último decenio. La isla balear, epicentro de un género que hoy maneja 7.400 millones de dólares (más de 6.000 millones de euros), acogió en el 2007 la primera gran cumbre de este tipo de música con la intención, dicen echando la vista atrás los organizadores, de «que se reconociera la seriedad del negocio». Un negocio que, de vivir defenestrado por las más importantes emisoras de radiofórmulas del mundo, y al que el gran público miraba con recelo por tratarse de un tipo de música vinculado a la noche y los excesos, ha pasado a ser el niño mimado de la industria.
No es para menos. Según el IMS Business Report 2017, los tres festivales más potentes del panorama mundial de la electrónica -Tomorrowland (Bélgica), Electric Daisy Carnival (Las Vegas) y Ultra Music Festival (Miami)- han quintuplicado el número de asistentes en los últimos diez años, y los cabeza de cartel de estos eventos se han colado en la lista Forbes con sus millonarios cachés. De hecho, según esta revista, el dj escocés Calvin Harris se embolsa 330.000 euros por cada concierto que ofrece en Las Vegas, y su compañero, el holandés dj Tiësto, ganó 31 millones de euros con los conciertos que ofreció en el 2016. Fortuna que completó gracias a un jugoso acuerdo con la marca de refrescos 7 Up.
Son las nuevas estrellas del rock y se llevan de calle a las marcas con más categoría. Que se lo digan sino a David Guetta, que amasa una fortuna gracias a sus colaboraciones con Nike y a su línea de ropa con G-Star RAW. O a los futuros herederos de Avicii. El otrora candidato a ocupar el podio de los mejores pinchadiscos era hallado muerto la semana pasada tras dos años retirado de la escena musical con solo 28 años y con más de 70 millones de euros en su haber. Sobre las causas del fallecimiento del dj sueco poco se sabe todavía; igual que se desconoce cómo se repartirá su patrimonio. Ahora, el hecho de que medios de comunicación generalistas de todo el mundo desgranen al minuto las últimas informaciones en torno a este deceso dan buena cuenta de la importancia de la electrónica en el panorama mediático.
Del impacto económico de este género musical saben, y mucho, en Barcelona. La capital catalana tiene con el Sónar la gallina de los huevos de oro en casa. Este festival genera unos 75 millones de euros, a los que si se le suman las actividades paralelas al evento, la cifra rondaría los 124 millones. El territorio nacional es una cantera de eventos de electrónica. Sin embargo, genera más beneficios por la cantidad de turistas que vienen a disfrutar de importantes dj’s que por la pasión que despierta esta música entre los españoles. Lejos de lo que les sucede a norteamericanos y alemanes, que según datos de Spotify han colado la electrónica entre sus cuatro géneros musicales favoritos, todavía son algo reticentes.
Aún así, que el dance y el house forman ya parte del mainstream lo avalan los datos. Los mismos que demuestran que la electrónica no es capaz de deshacerse de su gran lastre, el sesgo de género: dentro del top diez de mejores disyoqueis, no hay ninguna mujer.