Superada la crisis, países como España o Portugal han recuperado parte de su influencia política en Europa. Alemania sigue marcando el rumbo de los nombramientos
24 mar 2019 . Actualizado a las 05:07 h.Portugal, Italia, Irlanda, Grecia y España. Los cinco PIIGS. Ese fue el término acuñado por la prensa anglosajona para referirse de forma despectiva («cerdos») a los países, mayoritariamente del sur, altamente endeudados, poco competitivos y, en algunos casos, rescatados por la UE. La crisis los sumergió en un largo invierno del que van despertando a diferentes ritmos. Grecia sigue su particular vía crucis. España, con las cuentas más saneadas y los deberes casi hechos, emprende el camino de vuelta para recuperar el peso que perdió en la UE en esta media década de ensimismamiento y repliegue político.
Dominio alemán
Según un estudio de Bruegel, en el 2015 Alemania consolidó su poder en la UE abarcando el mayor número de altos cargos vinculados a carteras como la económica o la presupuestaria a pesar de las ampliaciones al este. Y eso no ha cambiado desde entonces. En la Comisión Europea, los germanos copan aproximadamente el 16 % de las jefaturas de gabinete y adjuntos al cargo y un 11,6 % de las direcciones generales y puestos adjuntos. En el Parlamento Europeo, hasta el 18 % de los jefes de comisiones eran de esta nacionalidad. Un statu quo que apenas ha cambiado. Aunque Berlín no ostenta la presidencia de ninguna de las instituciones de la UE, maneja el engranaje técnico y de gobierno en la sombra. ¿Quién lidera la Junta Única de Resolución (JUR) encargada de liquidar bancos como el Popular? La alemana Elke König. ¿Qué hay del Banco Europeo de Inversiones (BEI)? Lo dirige el político teutón Werner Hoyer. ¿Quién pilota el Mecanismo Europeo de Estabilidad, el organismo encargado de insuflar fondos comunitarios a países en crisis? Un germano: Klaus Regling. ¿Quién maneja la hucha de la UE? El comisario alemán de Presupuestos, Günther Oettinger. La impronta germana está detrás de expedientes fundamentales para la Unión Europea. Aunque el francés Michel Barnier es quien negocia el brexit en nombre de los Veintisiete ante las cámaras, la mano de Berlín escribe la letra. El cerebro pensante del divorcio británico y número dos de Barnier, Sabine Weyand, también es de esa nacionalidad. Fue ella quien cambió con nocturnidad y alevosía los términos del acuerdo de salida, provocando la amenaza de veto de España al texto en noviembre del 2018 a costa de Gibraltar.
No acaba ahí el dominio teutón. Hasta tres secretarías generales están monopolizadas por Berlín. La de la Comisión Europea, dirigida por el controvertido y maquiavélico Martin Selmayr, protegido del presidente, Jean Claude Juncker, la del Parlamento Europeo, pilotada por Klaus Welle, y la de la diplomacia exterior, con Helga Schmid al frente.
Bajo perfil
El denominador común entre los gobiernos de los países rescatados es el bajo perfil político que mantienen en la UE tras media década de crisis. Su voz sigue siendo ignorada en los debates de gran importancia social y económica, como la creación de un fondo europeo de depósitos o el seguro de desempleo europeo. Ninguno verá la luz a medio plazo porque los países de la denominada Nueva Liga Hanseática (Holanda, Finlandia, Suecia, Dinamarca, Estonia, Letonia, Lituania, República Checa, Eslovaquia e Irlanda) se oponen rotundamente. A pesar de no tener tanta presencia en las instituciones que gobiernan el euro, su peso político y económico es indiscutible. Guste o no, la política en la UE se sigue dictando desde las capitales, como bien sabe París. Francia ha pasado de ser el país con más cargos altos e intermedios en la UE en el 2009 a ser la quinta potencia, por detrás incluso de España. Ni siquiera la sobreactuación de su presidente, Emmanuel Macron, se ha traducido en éxito alguno para el país galo. Todas sus propuestas en torno a la tasa digital a las grandes multinacionales, migración o reforma de la eurozona han sido diluidas o dilapidadas por los halcones y Berlín.
Italia
El caso italiano ejemplifica cómo la visibilidad no siempre se traduce en influencia. Ni la presidencia del Parlamento Europeo, en manos de Antonio Tajani, ni la jefa de la diplomacia europea, dirigida por Federica Mogherini, han otorgado más peso a Italia en negociaciones sobre migración o el futuro de la UE. Recientemente, Roma ha optado por la vía del pulso político a la UE para hacerse oír, como ha ocurrido con los expedientes migratorios y las negociaciones presupuestarias. Sí es cierto que, puntualmente, han podido aprovechar su posición de dominio en el BCE, dirigido por Mario Draghi, para conseguir un trato más benevolente para sus bancos, a diferencia de españoles como el Popular, hoy liquidado. Incluso para seguir manteniendo a raya el hambre germana por subir los tipos de interés. Pero en octubre se termina el mandato de Draghi y las quinielas vuelven a apostar por el científico loco de la austeridad, el gobernador del Bundesbank, Jens Weidmann. El país alpino también ostenta la presidencia del Mecanismo Único de Supervisión, en manos de Andrea Enria.
Portugal y Grecia
Portugal ha sabido jugar mejor sus cartas. Tras una salida más modesta de la crisis, los vecinos lusos han aprovechado los vacíos de poder para arañar silenciosamente puestos europeos e internacionales relevantes. Las dos presidencias consecutivas de la Comisión Europea (2004-2014), con Durao Barroso al frente, no le reportaron un trato más ventajoso durante la crisis, que se saldó con recortes salvajes. Tras la encarnizada lucha por la presidencia del Eurogrupo en el 2015, a la que De Guindos no se volvió a sumar por orgullo, el portugués Mario Centeno surgió como una figura de perfil moderado para mediar entre halcones y los países del sur, frustrados por el trato desigual, y a veces abusivo, que les dispensaron sus socios del euro durante la crisis. El carácter conciliador del Gobierno lisboeta y su tenaz labor diplomática también llevó a Antonio Guterres a la Secretaría General de la ONU en el 2017. En el lado opuesto se encuentra Grecia. Los sucesivos rescates y su dramático pulso político del 2015, que casi termina con la ruptura del euro, han pasado factura a Atenas. De los ocho altos y medios cargos que ocupaba en el 2009, hoy casi no queda nada, apenas una portavocía de la Comisión, la cartera de Migración y dos direcciones generales de escasa influencia.
España
En términos cuantitativos, España dispone de una gran masa funcionarial y un buen puñado de cargos intermedios, como Italia, pero es incapaz de alcanzar los puestos clave para marcar la agenda europea. No dirige ninguno de los altos cargos de la UE, ni Consejo, ni Comisión, ni Parlamento. Lo más cerca que ha estado de alcanzarlos ha sido la designación de Clara Martínez como jefa de gabinete del presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker, tras el ascenso del alemán Selmayr. Berlín marca el ritmo y sus directores generales en Bruselas dirigen la orquesta. No solo la apabullante presencia alemana es responsable de este desequilibrio. El Gobierno de Mariano Rajoy, debilitado por la crisis y el rescate a la banca española, se mostró torpe a la hora de tejer alianzas y buscar apoyos para ganar influencia. El popular prefirió mantener un perfil político bajo durante los años de crisis, años de sequía en los que se perdió la vicepresidencia de la Comisión que venía ocupando Joaquín Almunia (Competencia) para conformarse con la cartera de Energía, en manos de Miguel Arias Cañete. Las candidaturas del ex presidente popular, a menudo erróneas desde el punto de vista estratégico, minaron la imagen y los intereses del país, infrarrepresentado en la UE. También ha frustrado las aspiraciones de algunos ex ministros, como Luis de Guindos, quien tuvo que ver cómo en el 2015 el holandés Jeroen Dijsselbloem le arrebataba la presidencia del Eurogrupo. La maniobra fue compensada a posteriori concediéndole la vicepresidencia del BCE al madrileño el 1 de junio del 2018. Su nombramiento llegó tras un largo proceso de recuperación económica. La guinda llegó el pasado mes de febrero con el nombramiento de José Manuel Campa como presidente de la Autoridad Bancaria Europea (EBA). Aunque se trata de puestos técnicos, no políticos, es indudable el peso y la influencia que tienen en la esfera comunitaria. España perdió en el 2018 la dirección general de Presupuestos cuando la coruñesa Nadia Calviño fue nombrada ministra de Economía. Ahora el barco lo dirige el holandés Gert-Jan Koopman. El país sí ha logrado mantener otros puestos de enorme relevancia, como el que ocupa el gallego Alejandro Alvargonzález, tercer hombre más poderoso de la OTAN, el de Jorge Domecq al frente de la Agencia Europea de Defensa o el de Eduardo Ruiz García, secretario general del Tribunal de Cuentas Europeo. Así las cosas, el brexit, la deriva eurófoba en Italia, Polonia y Hungría, la debilidad del eje francoalemán y la ralentización de la economía en la eurozona abren en este 2019 una ventana de oportunidad para que España recupere parte del terreno perdido.