Charles Koch, el último republicano en Moscú

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El propietario de la segunda empresa privada más grande de Estados Unidos mantiene su presencia industrial en territorio ruso para no regalar las instalaciones y evitar que sus empleados queden en situación de desamparo

27 mar 2022 . Actualizado a las 05:00 h.

Coca-Cola, Inditex, McDonald's, Netflix, Starbucks, Visa, Mastercard, Exxon, BP ... la lista de multinacionales occidentales que han hecho las maletas y abandonado temporalmente Rusia desde que Putin invadió Ucrania hace ahora algo más de un mes es larga. Mucho. Más de 400, según los últimos recuentos. Pero no todas se han ido. Las hay que se resisten a hacerlo. No son muchas. Unas 40, apuntan esos mismos recuentos. Un nombre sobresale entre los otros: Koch Industries. No es muy conocida por el gran público a este lado del Atlántico, pero es todo un coloso. Nada menos que la segunda empresa privada más grande de Estados Unidos, por detrás del gigante agroalimentario Cargill.

No quiere su propietario Charles Koch (Wichita, Kansas, 1935) entregar el fruto de años de trabajo a Putin. Se niega a regalarle sus instalaciones. Eso, y que dice que, si se van, sus empleados quedarán desamparados. Allí tiene el conglomerado Guardian Industries, dedicada al vidrio; Molex, un fabricante de componentes electrónicos y Koch Ingeneered Solutions, un proveedor de productos industriales. Dan empleo a más de 600 personas. Mantiene Koch que están cumpliendo a rajatabla las sanciones impuestas a Rusia a pesar de seguir instalados en su territorio.

Pero en su país le llueven las críticas. Sobre todo, las procedentes del Partido Demócrata. Lo acusan de anteponer sus intereses a la defensa de la democracia y hasta han tachado de «vergonzosa» su decisión. Y eso de que los demócratas lo pongan de vuelta y media tiene su explicación. Les cuento: Charles y su hermano David, ya fallecido, asfaltaron con su dinero (el suyo y el de una influyente red de donantes alineados con sus ideales, conocida como Kochtopus) el avance del radicalismo conservador en Estados Unidos.

De su padre heredaron una compañía petrolera fundada en los años veinte del siglo pasado y la convirtieron en un gigante con presencia en sesenta países y negocios en sectores tan dispares como el crudo, los productos químicos, la pulpa de papel o la ganadería.

Pero son sus tejemanejes políticos los que más han dado que hablar. Sus maniobras habían sido más o menos silenciosas hasta que en el 2012 le declararon abiertamente la guerra al presidente Obama y se conjuraron para que no lograra la reelección. Hicieron lo imposible por ganar esa batalla «a vida o muerte» por el país. Se gastaron unos 400 millones de dólares en tratar de evitar que Obama habitara otros cuatro años la Casa Blanca. Fracasaron.

Hasta entonces, sus intrigas habían permanecido más o menos ocultas tras los cristales ahumados de su cuartel general en Wichita, en el corazón de la América profunda. Pero su visceral oposición —con especial inquina en el capítulo de la reforma sanitaria y la ley del clima) a Obama los delató. Siempre han negado su directa vinculación con el Tea Party. Pero la hay.

De los dos, Charles ha sido siempre el más discreto. David hasta se lanzó directamente a la arena política. Sin demasiada fortuna, eso sí. Fue allá por 1980. Como candidato a vicepresidente por el Partido Libertario. En frente: Ronald Reagan, a quien consideraban un peligro. Entre sus propuestas: acabar con el FBI, la CIA y la Seguridad Social, entre otras ocurrencias. Y, claro, no podía faltar: una drástica reducción de impuestos. No hubo suerte. Cuatro años después se hizo republicano; y su hermano, también. David ya no está. Y Charles dice ahora que se arrepiente. Pocos le creen. Y es que de casta le viene al galgo: heredaron el credo ultraconservador de su padre.