La comunidad asiste a un proceso de estancamiento en lo que atañe a la convergencia con España y el resto de Europa, un problema cuyas causas hay que buscar en la menor productividad, el comportamiento del mercado de trabajo y las dinámicas demográficas, claramente regresivas
02 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.Las dinámicas de crecimiento de las áreas territoriales muestran que, en los últimos años, no todas las regiones de la UE con un PIB per cápita inferior a la media europea están convergiendo. Si procedemos a medir el crecimiento anual del PIB per cápita a lo largo del período 2001-2020 respecto al nivel del comienzo de este siglo, vemos patrones de comportamiento sorprendentes. La tónica general subraya el estancamiento económico en muchas regiones, generando lo que se denomina una «Europa a varias velocidades e impulsos».
Las regiones incluidas en la parte superior e inferior de las escalas de ingresos han sido, en general, mucho más dinámicas que muchas regiones situadas entre los dos extremos. Es decir, en un número considerable de regiones europeas los ingresos han experimentado largos períodos de bajo crecimiento, se registran aumentos débiles de productividad, y se anota una baja creación de empleo e incluso pérdidas de tasa de ocupación.
Nace así el concepto de trampa de desarrollo. Significa el estadio en el que una región se ve incapaz de mantener una dinámica de crecimiento económico en términos de ingresos, productividad y empleo, manteniendo un desempeño inferior al de sus pares nacionales y europeos en las mismas dimensiones. O sea, la trampa del desarrollo se manifiesta cuando una región está atrapada en el desarrollo, pues la prosperidad de sus residentes no mejora en relación a sus desempeños anteriores y a las condiciones prevalecientes en los mercados nacionales y europeos.
Las causas
Dicha situación se suele asociar a un estado persistente y estable de bajo desarrollo, que genera un estancamiento de ingresos. Se vincula esta situación a fallos institucionales y a un escaso avance de la productividad, por lo que se requiere de shocks políticos o de algún cambio estructural para poder corregir las tendencias y lograr imprimir un sesgo disruptivo positivo. La trampa del desarrollo de una región se produce, pues, cuando el crecimiento de su PIB per cápita se estanca tras alcanzar un nivel de PIB per cápita entre el 75-100 % de la media de la UE.
Bajo estas circunstancias, la trampa del desarrollo es consecuencia de elevados constreñimientos y hándicaps de una región para poder competir con otros territorios, fundamentalmente menos desarrollados; o cuando sus sistemas de innovación no son lo suficientemente robustos para poder competir con los territorios más avanzados. De esta manera, las regiones con trampas en su desarrollo quedan en terreno resbaladizo, en una especie de círculo vicioso, no pudiendo escapar del mismo y con dificultades para lograr un mayor PIB per cápita.
Por sus características, las regiones atrapadas en la mencionada trampa del desarrollo tienden a poseer una menor participación industrial en el total de su economía; registran una disminución de sus niveles de instrucción y cualificación universitaria; y presentan bajas inversiones en innovación y desarrollo tecnológico. Se denominan trampas porque implican una dinámica circular que puede perpetuarse en sí misma, limitando la capacidad para alcanzar mayores grados de desarrollo. En la actualidad se apuntan cuatro nuevas trampas del desarrollo. Y hacen referencia a: 1) la productividad, que mantiene estancado de manera persistente a los sectores, constituyendo un verdadero lastre al desarrollo; 2) la vulnerabilidad social, que se manifiesta por los abultados índices de pobreza y exclusión social; 3) las trampas institucionales, derivadas de contar con instituciones y servicios públicos de calidad mediana y que no responden con eficacia a las mayores y crecientes exigencias; y 4) las trampas ambientales, que se manifiestan cuando un país está sesgado hacia sectores intensivos en materiales y recursos naturales agotables y no renovables.
Nuestro caso
Galicia es un buen ejemplo de lo comentado. Forma parte de las comunidades poseedoras de un PIB per cápita inferior a la media nacional y europea. Afrontó su proceso de ajuste y transformación transitando desde una economía tradicional a una economía abierta. Las dinámicas transformadoras fueron notables y acentuadas sus especializaciones productivas, al punto de convertirse en una de las economías regionales con una muy elevada tasa de apertura y saldos comerciales positivos. Sus apuestas hacia el exterior se llevaron a cabo a través de una intensa segmentación de actividades de baja intensidad tecnológica y en base a una sustitución progresiva de capital por trabajo, dentro de una sociedad que va envejeciendo y perdiendo tasa de reposición. En una primera fase, 1981-2000, la economía gallega progresa en la convergencia. Luego, Galicia no puede evitar caer en la trampa del desarrollo. Las razones hay que buscarlas en los tres elementos que definíamos anteriormente: la productividad, el empleo y las dinámicas demográficas.
En lo que respecta a la productividad, los promedios gallegos han estado siempre por debajo de las medias nacionales, revelando una menor eficiencia. En lo que atañe a los ocupados, las diferencias son muy notables, sobre todo si las reflejamos en términos de crecimiento y de absorción de puestos de trabajos.
Galicia apenas ha movilizado nuevos empleos después de cuarenta años, lo que equivale a decir «nos cuesta mucho generar empleo». Y, finalmente, la dinámica poblacional gallega es regresiva; esto es, contabiliza una pérdida de población. De ahí las innovadoras reflexiones que, en el campo de la economía regional, tienen lugar en la actualidad con los estudios en torno a los factores de resiliencia, de la competitividad y respecto a la atractividad territorial. Son, pues, tres apuestas sobre las que deberíamos insistir y posicionarnos, so pena de perder la carrera de la convergencia y el acompasamiento con las dinámicas positivas.
Fernando González Laxe. Catedrático de Economía Aplicada. Universidade da Coruña