Los banqueros centrales, por una vez humildes

Xosé Carlos Arias
Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA DE LA UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

ANN SAPHIR | REUTERS

03 sep 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Como cada mes de agosto, en Jackson Hole, estado norteamericano de Wyoming, se han vuelto a reunir los dirigentes de los principales bancos centrales y a un nutrido grupo de académicos para discutir sobre los nuevos escenarios que se van conformando para las políticas monetarias. Las crónicas dicen que en esta ocasión el ambiente ha sido un tanto melancólico, con dos hechos fundamentales a destacar.

El primero es que se redobla el temor a una persistencia de la inflación más allá de lo que inicialmente se pensaba. Porque, siendo cierto que por casi todas partes las tasas dan señales de moderación, aún parece lejano su embridamiento por debajo del objetivo del 2 %. Y ante este hecho ya se sabe que el instinto básico del banquero central es atender a los niveles de precios antes que a cualquier otra cosa (y cueste lo que cueste). El horizonte restrictivo de la política va a continuar —y ahí está el anuncio de la Reserva Federal de alguna subida adicional de tipos para confirmarlo—, con un riesgo creciente de provocar un deterioro en los ritmos de unas economías que ya están dando señales de debilidad.

En todo caso, lo que ha trascendido es que a esos altos responsables económicos les atribulan ahora mismo algunas dosis de desconcierto. Varios de ellos han reconocido que el manual que usaban para resolver situaciones más o menos difíciles en el pasado ya no sirve. Y es que en los últimos años se acumulan los fenómenos inesperados, sobre todo —una novedad de gran importancia— por el lado de la oferta de la economía. La insuficiencia energética, los cambios que impone la digitalización, la mutación de los mercados de trabajo, las rupturas cada vez más visibles en las cadenas de suministros, el reshoring de los procesos industriales, que parece anunciar una nueva geografía económica: todo ello está resultando de difícil digestión para los banqueros centrales (y no solo para ellos), acostumbrados más bien a lidiar con problemas de exceso o insuficiencia de la demanda, multiplicando sus dudas sobre los márgenes que tienen para actuar y sobre los resultados efectivos de las decisiones que puedan adoptar.

Un ejemplo claro está en los debates en torno al llamado «tipo de interés neutral» (el famoso R-star), es decir, aquel que no bloquea la economía, pero tampoco la estimula, favoreciendo la estabilidad de precios sin provocar recesión. La impresión reinante es que ese tipo es ahora mayor de lo que se pensaba (lo evidencia el hecho de que subidas de tipos como no se conocían en treinta años no hayan provocado hasta ahora una significativa contracción), pero no hay acuerdo alguno sobre cuál es exactamente su nivel en las diferentes economías.

Los comentarios anteriores nos llevan al segundo asunto que probablemente será recordado de Jackson Hole 2023. Lo ha expresado con gran claridad la presidenta del BCE, Christine Lagarde, quien en su comunicación al foro afirmaba: «Podemos estar entrando en una era de cambios en las relaciones económicas y de rupturas en las regularidades establecidas. Para los dirigentes políticos con un mandato de estabilidad esto supone un notable reto». A partir de ahí, para construir una política robusta, proclama Lagarde, serán necesarias «tres elementos clave: claridad, flexibilidad y humildad».

¡Humildad! Pocas palabras habrá que cuadren peor con la historia de estos organismos; un mundo propenso a la hybris, en el que durante mucho tiempo han prevalecido los sabelotodos y que sin embargo en los últimos años parece abrirse a la dificultad, la incertidumbre y la idea de tránsito que es propia de este tiempo. No me parece mala cosa.