Declaración en Berlín

Xosé Carlos Arias CATEDRÁTICO DE ECONOMÍA. UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

Manuel Elías | EFE

28 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

A medida que las costuras del orden económico internacional se van abriendo de una forma visible, parece que cualquier posibilidad de llegar a amplios consensos políticos y económicos se reduce drásticamente. Sin embargo, hace unos meses el panorama era más oscuro de lo que es ahora: se temía un avance irresistible de las fuerzas de extrema derecha en toda Europa que pusieran en peligro el modelo de integración operativo desde hace décadas, sustentado políticamente por la gran coalición de los partidos centrales. Pese a darse algunos cambios en esa dirección, tal peligro no se ha consumado, lo que abre una buena oportunidad para un nuevo arranque de la política europea. Habrá que saber aprovecharla, pues los márgenes para evitar males mayores en términos de democracia liberal y europeísmo son cada vez más estrechos.

La otra clave está, desde luego, en Estados Unidos, donde —la candidatura de Kamala Harris mediante— quizá se consiga salvar otro matchball, en este caso frente al alt right trumpista. De algunos otros países llegan mejores señales, desde el Reino Unido a la lejana India. Pero el mundo no se acabará, o eso suponemos, en el 2024, y las señales de alerta siguen escintilando de cara al futuro. Con esa perspectiva tan problemática, limitarse a mantener las inercias sin afrontar los grandes problemas de fondo acabaría por resultar letal.

Aunque no sea la única cuestión en juego, es claro que la economía tendrá un papel fundamental en todo ello. ¿Cómo afrontar las grandes desigualdades existentes en la distribución de la renta y la riqueza? ¿Cómo hacer compatible el cambio energético y la descarbonización con la innovación a gran escala y la justicia social? ¿Es posible hacer de todo eso una fuerza de choque contra las tendencias de fondo hacia el estancamiento? ¿Qué papel deben jugar en la transformación los hasta ahora omnipresentes mercados financieros? ¿Hasta qué punto deben mutar las políticas internas, como las industriales, en un entorno de creciente fragmentación? Esas son algunas de las preguntas fundamentales para las que en estos días se exigen respuestas a los economistas.

En el pasado reciente estos últimos se han mostrado a la altura del reto, siendo capaces de producir un buen número de argumentos renovados para salir al paso de la continua aparición de situaciones imprevistas de dificultad. Lo que ha faltado, al menos hasta hace muy poco, es una nueva visión ampliamente compartida de los procesos económicos, que sustituya a la predominante en las décadas precedentes, que tanto enfatizaba la idea del puro mercado, tanto en el ámbito interno como el transnacional (es decir, el llamado Consenso de Washington).

Pero esto está cambiando. Hace un par de meses un número importante de economistas de primer nivel (desde el premio Nobel Angus Deaton a Olivier Blanchard, de Laura Tyson a Barry Eichengreen) firmaron la Declaración de Berlín, en la que se sustancia un conjunto de razonamientos comunes para sustituir de una vez aquel viejo orden de ideas. La mirada se dirige ahora a conseguir que el funcionamiento de la economía y las respuestas de política económica contribuyan a reconstruir la confianza de los ciudadanos. Para ello definen un nuevo equilibrio, con mayor presencia de las políticas públicas, entre mercados y acción colectiva, pues se constata que la simple maximización de la eficiencia puede traer consigo infiernos sociales. Lo ha resumido Branko Milanovic: «Políticas que parezcan eficientes sobre el papel pero que causen destrucción social no serán realmente eficientes y tendrán un efecto de retroceso». Lo diré con mis palabras: la idea de Economía política está de vuelta. Un nuevo consenso parece ya forjado en torno a ello.