Su palabra favorita...

carmen sampayo david DECANA-PRESIDENTA DEL COLEXIO ECONOMISTAS DE OURENSE. PROFESORA ASOCIADA EN LA UNIVERSIDADE DE VIGO

MERCADOS

La terminal de contenedores de Kwai Chung, en Hong Kong (China), ayer a vista de dron.
La terminal de contenedores de Kwai Chung, en Hong Kong (China), ayer a vista de dron. Tyrone Siu | REUTERS

18 may 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

En diversas ocasiones, el presidente de los EE. UU. ha señalado que tariffs (aranceles) es su palabra favorita y, además, la más bonita del diccionario No es cuestión de estética sino de significado. Es más que un vocablo. De hecho, ha conseguido reavivar un conflicto comercial con todas las características de una guerra, con su tregua incluida.

Según la Organización Mundial del Comercio (OMIC), los aranceles corresponden a derechos de aduana aplicados a las importaciones de mercancías. Son impuestos que se aplican a los bienes importados con el fin de modificar su precio relativo frente a los productos nacionales. Esta elevación de precios de los productos extranjeros otorga una ventaja competitiva vía precio a los bienes nacionales, además de ser una fuente relevante de ingresos fiscales.

A lo largo de nuestra historia reciente, los aranceles han sido instrumentos utilizados en las políticas comerciales implementadas por los Estados con cuatro objetivos: la protección de la producción nacional haciendo menos atractivos los bienes importados y fomentando el consumo de los bienes internos, fortaleciendo así los sectores estratégicos; la generación de ingresos fiscales al funcionar como impuesto indirecto; la regularización del comercio internacional compensando desequilibrios que puedan hacer vulnerables a sectores estratégicos y la corrección de la balanza de pagos al reducir la dependencia de las importaciones y fortalecer el comercio local.

Sin embargo, la aplicación de aranceles puede provocar también efectos negativos. El primer efecto es que suelen trasladarse a precios, por lo que estos se elevan, reduciendo así el poder adquisitivo e impulsando la inflación. Además, pueden provocar ineficiencias en la economía protegiendo industrias poco competitivas y encareciendo inputs clave. Existe también un riesgo de disminución de los niveles de empleo de sectores exportadores. Sin olvidar las posibles represalias y el efecto escalada que puede provocar que otros países respondan con medidas similares, afectando así a las relaciones diplomáticas y al comercio mundial, tal y como estamos viendo en estos últimos días.

En el contexto actual, los diversos estudios establecen que un incremento del 10 % de los aranceles estadounidenses a todas sus importaciones provocaría una reducción aproximada de 0,3 puntos porcentuales en el PIB mundial. En la eurozona, la contracción sería de hasta 0,4 puntos porcentuales. Para España, el impacto directo de un aumento generalizado de los aranceles estadounidenses hasta el 10 % sobre las importaciones se estima en 1.388 millones de euros, lo que representa aproximadamente el 0,1 % del PIB español.. Aunque la exposición de España al mercado estadounidense es relativamente baja (las exportaciones a EE. UU. representaron un 1,25 % del PIB), ciertos sectores muestran una mayor vulnerabilidad, especialmente los productos químicos, minerales y metales, y los bienes de capital (maquinaria y equipos), todos con altos volúmenes de exportación y bajos niveles arancelarios iniciales, lo que los hace muy sensibles a cualquier subida. Si los aranceles se duplicaran al 20 %, el impacto ascendería a más de 3.100 millones de euros, aunque efectos indirectos podrían incrementar aún más el coste final para la economía española.

Históricamente, el uso de aranceles se ha podido justificar en diferentes escenarios desde el punto de vista de la teoría económica, pero no hay que olvidar que la incertidumbre que genera «esta tensión arancelaria prolongada» puede provocar efectos negativos en términos de eficiencia, precios y crecimiento.

Algo me dice que va a seguir siendo su palabra favorita durante un tiempo….