
Los nuevos aranceles de Trump, nuevo hábitos alimentarios y el cambio climático ponen contra las cuerdas el futuro de un sector clave para la economía del país
12 oct 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Giorgio, treinta años, es un autónomo originario del norte de Italia. De niño solía comer bistec, embutidos y pasta todos los días. Ahora, compra hamburguesas vegetales y frecuentemente cena ligero: sopas, menestras o sushi. «Entre los amigos de mi edad, ninguno come como se hacía en los años 80 y 90», dice. La cuestión es que los gustos alimentarios de los italianos están cambiando rápidamente y de forma bastante radical. Y esto tiene un impacto en la industria agroalimentaria, uno de los pilares de la economía italiana. En el 2024, el sector generó casi 70.000 millones en exportaciones y, según una encuesta del centro de investigación Censis del 2023, la cadena de suministro en su conjunto dio trabajo a más de 3,5 millones de personas.
En el país transalpino, las nuevas generaciones dan cada vez más importancia a la línea y buscan una dieta saludable con menos carne, cereales refinados y alcohol. Su interés por lo saludable preocupa a muchos en el sector. «Ahora resulta que la carne se ha convertido en lo peor», se queja un directivo de una empresa que produce salchichas, hamburguesas y pasteles de carne.
También se bebe menos alcohol; en cambio, aumenta el consumo de vinos y cervezas sin alcohol o con bajo contenido alcohólico (por ejemplo, en el 2024 se incrementó en más de un 13 % el consumo de este tipo de bebidas). En la tierra de los espaguetis y los tortellini, incluso el consumo de pasta está cambiando. Los productores se están preparando y ofrecen una gama cada vez más amplia de pastas proteicas, sin gluten, integrales, ecológicas, a base de legumbres o incluso de arroz con espirulina. Algunas marcas piden a sus expertos que estudien cómo elaborar pasta con teff, un cereal muy extendido en Etiopía, pero desconocido en Italia hasta hace unos años.
Otra dificultad, mucho más grave, es la crisis climática. Italia está en medio del Mediterráneo, un área que se está calentando más rápidamente que otras, con efectos devastadores para el país transalpino. Según Fabian Capitanio, profesor de Economía y Política Agraria de la Universidad Federico II de Nápoles, «los riesgos son más graves aquí que en otros países con vocación agrícola, porque Italia tiene peculiaridades orográficas y morfológicas que hacen que esté mucho más expuesta a los fenómenos climáticos extremos. Por ejemplo, hay un mayor peligro de inundaciones y muchos más riesgos desde el punto de vista hidrogeológico. Además, la llanura del Po, en el norte, está muy expuesta a la sequía, y toda la ganadería italiana depende de manera crucial de esa parte del país para el suministro de forraje italiano».
También suponen un reto los aranceles impuestos por la Administración norteamericana, que repercutirán negativamente en las exportaciones de productos agroalimentarios del país transalpino, como los quesos de Cerdeña y los vinos tintos de la Toscana. Directivos del sector y analistas señalan la resiliencia de la industria agroalimentaria italiana y la capacidad que ha tenido de diversificar los mercados. Pero el de EE. UU. es un mercado fundamental para las exportaciones del sector, que el año pasado supusieron casi 8.000 millones de euros, y la preocupación es palpable. Y acaba de aumentar, ahora que las autoridades estadounidenses están barajando la posibilidad de imponer un arancel adicional de más del 90 % a la pasta italiana, ya que se han acusado a algunos productores del país transalpino de dumping, es decir, de vender sus productos en el mercado de EE. UU. a precios artificialmente bajos.
La respuesta de la industria ha sido empezar a apostar aún más por mercados alternativos y tratar de captar otros nuevos, como México y Asia. Pero el camino no es tan fácil, se necesita tiempo para asentar nuevos mercados.