Sánchez y Aragonès juegan al parchís

Gonzalo Bareño Canosa
Gonzalo Bareño A CONTRACORRIENTE

OPINIÓN

David Zorrakino

17 sep 2021 . Actualizado a las 09:11 h.

Cualquiera que escuchara a Pedro Sánchez y Pere Aragonès tras su cumbre en Barcelona podría pensar que ambos están dispuestos a dejarse la piel por un acuerdo que solucione el «conflicto» catalán, aún a costa de sufrir un severo desgaste. Pero esa percepción solo es válida si sus declaraciones se toman al pie de la letra. Si se escarba un poco más en su discurso, y se atiende a lo que en realidad transmiten ambos, en lugar de a lo que verbalizan, la realidad es completamente distinta. De hecho, si en algo están de acuerdo Sánchez y Aragonès es en que de ninguna manera pueden ni quieren llegar a un acuerdo, porque eso sería su ruina política. No cuesta imaginar lo que sucedería si, después de negociar «sin prisas», como sugiere Sánchez, el Gobierno y la Generalitat, sin la participación de JxCat, alcanzaran un pacto. Bastaría que ese acuerdo se anunciara para que en Madrid sonaran las trompetas del apocalipsis y el PP, Vox y lo que quede de Cs, sin excluir a socialistas tipo Page y Lambán, pusieran el grito en el cielo y acusaran a Sánchez de traicionar a los españoles. Una campaña que haría daño al PSOE y podría costarle las elecciones y el Gobierno.

En el otro lado, no es difícil saber que si Aragonès, el valido de Junqueras, anunciara a los catalanes que ha llegado a un pacto con Sánchez, faltaría tiempo para que JxCat, la CUP, Òmnium, la ANC y la muchachada quemacontendores lo tachara de botifler -¿queda alguien en Cataluña que no sea botifler?- y para que alguna estrella del clan Puigdemont le devolviera a Rufián el tuit de las 30 monedas. De manera que todo lo que hemos visto -incluidos el cabezazo de Sánchez a la senyera y los agradecimientos de Aragonès a los indultos- no es sino una representación. Una obra de teatro con más capas que una cebolla, hasta el punto de que, mientras el espectador en una lectura lineal percibe a dos hombres de Estado sacrificándose por el bien de España y de Cataluña, lo que se esconde bajo una lectura profunda son dos pícaros a los que no solo no les interesa solucionar lo que llaman «el conflicto», sino que lo que pretenden, desean y les conviene, es marear la perdiz el mayor tiempo posible y no ponerse nunca de acuerdo. Así podrán ambos dar una o doscientas ruedas de prensa diciendo que aunque sus distancias son siderales, están seguros de llegar a un pacto.

Con esa comedia basta para que a los votantes socialistas les quede la idea de que Sánchez el magnánimo nunca aceptará una salida al laberinto catalán que no respete la Constitución, y para que los votantes de ERC crean realmente que fray Junqueras les llevará algún día a la tierra prometida de la independencia sin disparar un solo tiro y con todos los gastos pagados por el Estado español. Como esto es así, y como ni Sánchez ni Aragonès fueron capaces de explicar de qué hablaron en sus dos largas horas de reunión si no coincidían en nada, lo que cabe imaginar es que estuvieran jugando al parchís y dejando correr el reloj. «Y con estas veinte, meto las cuatro fichas. ¿Salimos ya, Pedro?». Que siga la farsa.