«Hai que pedir permiso ao xabaril para plantar unha leituga?»

OPINIÓN

BASILIO BELLO

30 abr 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

Con permiso do xabaril

Hai que felicitar á Xunta, ou a quen sexa que se encarga de xestionar a praga de velutina. Chamas e xa atenden. É preciso, xusto e razoable facer saber cando algo funciona ben. Pero, qué pasa coa invasión dos xabarís ocupando hortas? Por qué non se procede do mesmo xeito? É menos importante para os galegos o produto da horta (leitugas, repolos, berzas, puerros, cenorias...) que a mel? Cantas veces, e dende hai tempo, vimos escoitando historias dos xabarís que asaltan unha e outra vez as hortas, fozan os campeiros, rebentando os cerrados e deixando unha desfeita onde a xente gastou cartos e tempo sachando con moito esforzo? E ninguén fai nada para solucionar este problema. Coma sempre, ó rural, nin caso. Solución particular: un pastor eléctrico, por conta do labrego, claro. Para alindar ao xabaril por fóra. Quen teñen ou poderían ter a posibilidade para facer algo ao respecto pasan o tempo tratando un montón de asuntos, dende a distancia e o descoñecemento dos despachos e dos faladoiros varios, ás máis das veces tan absurdos coma inútiles. Resulta evidente que nin a caza nin o lobo (este ten preferencia por un becerro ou un potriño, que lle saben mellor) reducen o número de xabarís. Agora que están os prezos dos alimentos subindo dun día para outro, por qué hai que pedir permiso ao xabaril para plantar unha leituga? M. J. Vilasuso. As Pontes.

El fugitivo

Mi vida es un película gracias a la Administración del Estado. En concreto, gracias a la Tesorería General de la Seguridad Social. Es una historia de esas en que el protagonista es falsamente acusado de un delito y debe luchar para demostrar su inocencia, ante la pasividad de la policía. Algo así como El fugitivo.

Llevo trabajando en lo que hoy es Navantia y antes era Bazán desde 1979. Es mi única fuente de ingresos y es a lo único que me he dedicado toda mi vida. Pues bien, hace un par de meses la Tesorería decidió que yo debía más de 2.000 euros en cuotas por los empleados de una empresa de hostelería en una céntrica plaza de A Coruña de la que por lo visto soy titular. ¿Perdón?

A la vista del error, me pongo en contacto con ellos:

—Oiga usted, que yo no tengo ninguna empresa.

—Ah, es verdad. Es un error. No se preocupe, que lo solucionamos inmediatamente. Haga las alegaciones al requerimiento y ya está.

Una semana después, dos nuevos requerimientos advirtiendo que ahora son 500 euros más en concepto de recargo y casi 400 de intereses. Total: más de 3.000 euros. ¿Y las alegaciones? Imagino que archivadas en la sección de «cosas que me importan un bledo», también llamada papelera.

¿Investigar, ir a esa empresa a hacer una inspección, comprobar mis alegaciones? ¿Para qué? Nueva notificación ignorando mis alegaciones y vuelta a explicar que no tengo ninguna empresa. ¿Solucionado? ¡Ja! Esta vez se trata ya de diligencias (y no de las de las películas del Oeste): orden de embargo de salarios, cuentas, créditos y derechos. Gracias a los ineptos funcionarios, acabaré en la mendicidad. Jesús M. Arnoso Barro. A Coruña.

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