Dana: ninguna tecnología puede sustituir al sentido común
OPINIÓN
Dos meses después de los trágicos sucesos de Valencia, la situación comienza a normalizarse. Una vez superada la fase de emergencia, es posible ya analizar los factores involucrados. Entre ellos, el papel de la tecnología digital destaca como un aspecto crítico que requiere evaluación pormenorizada.
El debate público inicialmente se centró en el retraso en la emisión de la alerta por desbordamiento y sus efectos en el agravamiento del desastre. Si bien las investigaciones aclararán los detalles en su momento, pueden ya extraerse lecciones preliminares. La tecnología, por sí sola, no basta. Apenas unas semanas antes, analizábamos aquí el sistema público de alertas, al hilo de las pruebas organizadas por la Axencia Galega de Emerxencias simulando un accidente industrial en el área coruñesa. Enfatizábamos la importancia de estas pruebas para asegurar su buen funcionamiento y difundir su existencia entre la población. Lo sucedido en el caso de Valencia puso de manifiesto un aspecto fundamental que tendemos a olvidar: la naturaleza política de la tecnología. Herramientas digitales como el sistema público de alertas requieren implementación adecuada, coordinación y comunicación eficaz para ser útiles, por lo que dependen de la correcta interacción entre instituciones, protocolos y cadenas de mando. Así lo ilustra el caso de las inundaciones de Ahrtal en Alemania en 2021, donde murieron 135 personas. En buena lógica, y al igual que en España, las responsabilidades primarias en la gestión de emergencias en Alemania recaen en las estructuras locales y regionales, ya que estas son las más capacitadas para evaluar la situación e identificar los recursos y acciones más apropiados para gestionarlas. Sin embargo, las carencias identificadas en los mecanismos de coordinación revelaron vulnerabilidades que tornan ineficaces la más sofisticada tecnología. Otro desafío fue la desinformación. Aunque las redes sociales facilitaron la autoorganización ciudadana, también difundieron información falsa. La falta de liderazgo en la comunicación oficial generó incertidumbre y debilitó la confianza ciudadana en las instituciones. Para evitar este problema, las autoridades deben priorizar la transparencia y la claridad en sus respuestas. Esto no implica suprimir el disenso, sino asegurar una comunicación responsable que oriente a la población de manera efectiva.
Ni las instituciones ni la tecnología son infalibles. La seguridad pública debe concebirse como un proceso iterativo, evaluado y mejorado continuamente. Identificar errores, asumir responsabilidades y abordar vulnerabilidades estructurales es clave para prevenir tragedias similares. En esta evaluación, se debe repensar la excesiva dependencia de una sola herramienta, integrando otras, como radares de precipitación o sistemas de predicción meteorológica, en los procesos de toma de decisiones. Métodos tradicionales como altavoces o las campanas de las iglesias han demostrado ser útiles en el pasado y podrían ser igual de efectivos, y no deberían ser descartados sin análisis previo.
La tragedia de Valencia deja una lección contundente: la utilidad de la tecnología está vinculada a su naturaleza política. Ninguna tecnología puede sustituir el sentido común.