
En toda la polémica sobre la libertad de expresión, sobre si los libros deben ser condenados a la hoguera, solo pienso en la hoguera de Ruth Ortiz y en por qué nadie pensó en ella antes de ponerse a escribir. El autor de El odio dice que lo consideró pero lo rechazó. Y Anagrama no se lo planteó. A Ruth nadie le preguntó qué le parecía que el psicópata de su exmarido, José Bretón, el hombre que sedó y quemó a sus dos hijos en la hoguera, explique ahora cómo lo hizo.
Yo no sé cómo Ruth se levanta cada mañana, cómo es capaz de soportar su dolor, cómo celebra cada cumpleaños de sus hijos, cómo se imagina en su cabeza la edad que tendrían ahora, qué les gustaría hacer, cómo los abrazaría. Pero Ruth se levanta y, herida de muerte otra vez, ha tenido que volver a defenderse y hacer oír su voz para decir que existe. Que nadie ha pensado en ella, que su dolor sigue vivo, que arde cada vez que el asesino de sus hijos da un paso al frente, sea desde la cárcel o a través de las páginas de un libro. Él puede, en nombre de la libertad de expresión, seguir quemándola viva, pero ni el autor de El odio ni la editorial Anagrama pensaron en Ruth. Ha sido ella, con su coraje y con su valentía, la queha removido cielo y tierra para hacer valer sus derechos y los de sus hijos muertos porque necesita protegerse, todavía necesita protegerse del psicópata que solo vive para hacerle daño a ella.