
En febrero del 2016, Mark Zuckerberg entró en una sala de conferencias repleta de centenares de periodistas y ninguno de los que estábamos allí nos enteramos. Fue en Barcelona, en el marco del Mobile World Congress, durante un evento de Samsung en el que habían dejado unas gafas de realidad virtual en la silla de cada uno de los asistentes. Llegado el momento, la compañía coreana pidió que nos pusiéramos la máscara y así, mientras nos camelaba con un vídeo promocional, el CEO de Facebook avanzaba por el pasillo sin que su presencia fuera advertida hasta que estuvo en el escenario y volvimos a la auténtica realidad (la física). La escena guardaba cierto paralelismo con el famoso anuncio de Apple emitido durante la Super Bowl de 1984 para promocionar el primer ordenador Macintosh; en él, una audiencia humana abducida contemplaba al Gran Hermano en una pantalla, en una analogía con la novela de George Orwell.
Zuckerberg, que estos días se enfrenta a un juicio antimonopolio por la concentración de empresas en Meta (Facebook, WhatsApp, Instagram, Threads...), al igual que Steve Jobs en su día, o que otros gurús de la era digital —Bill Gates, Larry Page y Sergey Brin, Jeff Bezos, Elon Musk— están denostados por haber creado esos gigantes globales de la tecnología que dictan nuestro día a día: Windows, Google, Amazon, Tesla, SpaceX... Dicen que son una «tecnocasta» y a mi me suena como el discurso trasnochado de Pablo Iglesias contra los empresarios. Curiosamente, todos ellos son producto del sistema universitario privado de EE.UU. al que Donald Trump, al igual que Pedro Sánchez en España, quiere meter mano. Nerds que crearon imperios desde un garaje y que han pasado «de empollones a abusones», según sentenciaba un reciente reportaje en el diario woke de la mañana. Por muy mal que nos caiga alguno de estos personajes no se puede infravalorar lo que han conseguido, ni actuar como si nos hubieran puesto una pistola en la cabeza para usar Gmail, su navegador o sus redes sociales. Su alineamiento con el Gobierno de su país «no es nada personal, solo son negocios». Creo que algunos todavía siguen con la mascara de realidad virtual puesta.