Mendoza, el alfil de la literatura

César Casal González
César Casal CORAZONADAS

OPINIÓN

Alberto Paredes / | EUROPAPRESS

01 jun 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Es el alfil de la literatura. Se desplaza en diagonal por el tablero sin aparente esfuerzo. Es capaz de obras mayores como La verdad sobre el caso Savolta o La ciudad de los prodigios. Pero es el genio que dio a luz a Sin noticias de Gurb, el libro perfecto para llevarte a un hospital para un posoperatorio. Le buscan parentescos en nuestra literatura y los tiene todos. Cervantes, por supuesto. Pero también los de su generación, a los que él siente que también les corresponde el premio Princesa de Asturias de las Letras, con el que lo han vuelto a honrar, a él y a sus lectores, que los hay de todas las generaciones. Mendoza se declara deudor de compañeros que ya no están como Juan Marsé. Pero si de verdad le quieren encontrar el ADN de sus novelas cómicas, vayan a una biblioteca y busquen en la W. Es Wodehouse, el genio de la carcajada blanca, un caso claro del que bebe Mendoza. Como lo hace de otro británico, Evelyn Waugh. Noticia bomba, de Evelyn, la podría haber firmado Mendoza sin problema. Se ríe de su sombra, una cualidad que suele dar calidad y tiempo de vida. Lo hizo cuando habló del galardón que le acababan de otorgar. «Dicen que prescribo felicidad con lo que escribo, creo que sobre todo la prescribo para mí mismo». Es un grande: «Soy un vago y lo único que me gusta es escribir, así que no me ha podido ir mejor». Dan gusto en medio de tanta amargura y de tantos amargados, en medio de un país, un continente y un mundo polarizado, los tipos como Mendoza que no odian, que van de señores normales. Tiene un cierto aire de caballero inglés, que le gusta cultivar. Pasa temporadas en Londres, donde vive uno de sus hijos. Pero eso no lo distancia de la normalidad con la que se expresa, de su naturalidad muy de pisar la calle, de sentido común. Sobre Cataluña, comenta que lo único que desea es «concordia, toros, fútbol y juerga». Una receta espléndida para salir de un conflicto que solo llena bolsillos. La literatura es un universo dotado de egos gigantescos, de veneno y de odiadores. A Mendoza le sucede que cae bien a todos. Es imposible que haya quien lo quiera zancadillear. Así se lleva todos los premios. Le queda el Nobel. No descarten que lo alcance. Sus libros más ligeros son auténticas obras maestras. Nada es más difícil que hacer reír con la apariencia de que no era lo que buscabas. Las frases que te sacan cosquillas solo están al alcance de los ases. Como los dos ingleses que les cité y con quienes emparento a Mendoza, este catalán de Nueva York, traductor universal de profesión y de los sentimientos, es un ciudadano del mundo, un galán del buen rollo. No hay en él estridencias, una maravilla en este siglo XXI de vértigos, de rapidez y de puñaladas. Si quieren tener un verano relajado y sonriente, lean El misterio de la cripta embrujada, donde nació su detective loco. O vuelvan una y otra vez al extraterrestre que se convierte en Marta Sánchez en Sin noticias de Gurb. Entre esas páginas estarán arrullados y se sentirán de verdad de vacaciones, al final, a salvo. Otro hallazgo que nos regala Mendoza: se puede ser una figura sin ser un elemento, sin despreciar, sin pisar cabezas.