Turismo: buscar el equilibrio

Javier Guitián
Javier Guitián EN OCASIONES VEO GRELOS

OPINIÓN

Paula Fernández | EFE

29 ago 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Para favorecer el desarrollo de Valdemorillo del Moncayo, un pequeño pueblo de Aragón, su alcalde Benito pretende convertir el lugar en un gran centro turístico, para que evitar así que los jóvenes tengan que emigrar a otros puntos del país. Para ello decide marchar a la Costa del Sol con su secretario municipal, Basilio, y ver qué es lo que han hecho en esos pueblos para atraer el turismo. La película con este argumento es de 1968, tiempos del ministro Fraga, pero todavía hoy Benitos y Basilios siguen buscando la manera de que sus pueblos se llenen de gente, de pisos turísticos, de fiestas y festivales, haciendo cada día la vida más difícil a sus habitantes. Les expondré mi posición.

En primer lugar hay que reconocer la importancia del sector turístico en la economía nacional, se calcula que a finales de la década actual alcanzará el 17 por ciento del PIB. Y en segundo, el hecho de que, aunque como país todos nos beneficiemos de los ingresos turísticos, la mayoría de la población no vive de eso; créanme, hay soldadores, marinos mercantes y hasta biólogos. Por tanto, buscar el equilibrio es necesario.

Aceptadas estas premisas, la llamada turismofobia se produce por varias razones. La primera, crucial en mi opinión, es la invasión del espacio público para fines privados: terrazas, aparcamientos, plazas, fiestas, etcétera, limitan el uso cotidiano de los residentes para que los visitantes vivan su experiencia turística plena.

En segundo lugar, las viviendas turísticas, legales o ilegales, se contraponen a las viviendas. En muchos lugares de nuestro país ya es imposible alquilar el año completo o el curso académico, porque es más rentable el alquiler por noches, aunque esto perjudique la paz de muchos barrios y sea ignorado por parte de los responsables del sector.

Finalmente, la masificación produce problemas en la gestión de residuos, del agua, en los centros de salud..., que hace que la población local esté insatisfecha con la situación. Añadamos a esto los costes ambientales del turismo, las condiciones laborales en el sector, no siempre dignas, y los comportamientos incívicos.

El problema es que cuando a un tonto se le acaba el camino, el tonto sigue, y así nuestros responsables turísticos, alcaldes, etcétera, continúan en una estúpida carrera de contar turistas sin abordar lo importante: el turismo es bueno hasta que deja de serlo y se convierte en un problema de difícil gestión.

Manifestaciones, cortes de carreteras, imposición de nuevas tasas, restricciones de acceso a playas o monumentos tratan de limitar los inconvenientes que genera la masificación turística. Pero, como decía un reciente artículo, «el viejo sueño del viaje como elemento de descubrimiento y transformación se trunca». El turista de masas no aspira a cambiarse a sí mismo, sino a su entorno. A mucho peor.