«Me levanté a las dos de la mañana durante 42 años para vender fruta y no cogí ni una baja»

Rubén Nóvoa Pérez
Rubén Nóvoa OURENSE

RIBADAVIA

Santiago Martínez estuvo al frente de la Frutería El Murciano, en la calle Progreso
Santiago Martínez estuvo al frente de la Frutería El Murciano, en la calle Progreso Santi M. Amil

Santiago Martínez, cierra el almacén de fruta El Murciano, que iba por la tercera generación en la villa de Ribadavia

21 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

Hay negocios que dejan huella en las villas. Es el caso de Frutería El Murciano, un comercio de venta al por mayor que llevaba abierto siete décadas en Ribadavia y que acaba de cerrar sus puertas. El comercio lo regentó durante las últimas cuatro décadas Santiago Martínez Gómez. Era la tercera generación, toda vez que el almacén de frutas lo abrió su abuelo (Santiago Martínez Lucas) que emigró desde la localidad de Beniaján (Murcia) —de ahí el nombre del negocio— a la provincia de Ourense aconsejado por su hermano Daniel, que había montado un almacén de plátanos en el barrio ourensano de A Ponte. Luego le tocó el turno a su padre y después a él, que comenzó a trabajar con 18 años y que ya no se movió más laboralmente hasta que hace unas semanas, con 59, optó por cerrar el almacén familiar. «Llevaba casi veinte años sin salir ni un día del negocio. Me levantaba a las dos y media de la mañana para trabajar y así estuve 42 años sin coger ni una baja ni vacaciones. Todos los días al pie del cañón. Vivía para la frutería», resume.

A pesar del sacrificio personal y profesional habla con orgullo de haber sostenido un negocio que en su día fue un referente en la zona y que abasteció durante décadas a proveedores de la comarca y de la zona de A Cañiza. «Nosotros sobrevivíamos por el servicio y la calidad, no por el precio. Nos cuidábamos mucho de que lo que vendiésemos fuese bueno, y eso nos dio fama en la zona. La gente confiaba en que nuestra fruta era de calidad y ahí estuvo siempre la clave», explica.

De esa atención personalidad y de pelear por los clientes se encargaba Santiago Martínez. Sus jornadas comenzaban a las dos y media de la mañana. Él se encargaba de comprar la fruta, de transportarla y de preparar los pedidos para el casi centenar de clientes. A las seis se encontraba ya recogiendo la fruta y repartiéndola. A las once solía ya estar fuera y ahí le daba el relevo en el puesto de la calle Progreso —la última ubicación de un negocio que pasó por varios locales desde su apertura— a Natividad Pérez, la única empleada que ha tenido en estos 42 años en los que él ha estado al frente del negocio familiar. «Era una parte esencial de la frutería. Después de tanto tiempo trabajando juntos, ya no había nada que decirle porque sabía perfectamente lo que tenía que hacer», recuerda Santiago.

Fin de ciclo

El cierre del almacén de frutas no lo vive como una derrota, sino como el fin natural de un ciclo, toda vez que sus hijos no quieren seguir con la actividad: «Desde los 18 hasta los 59 años viví para la fruta. Ahora quiero masticar la vida, porque antes no pude». Reconoce que una de las cosas que mejor lleva de su decisión, es la de dejar la vida nocturna: «Yo no coincidía en casa con nadie. Comía a las once de la mañana, cenaba a las seis y me acostaba a las ocho de la tarde. Y así día tras día, ¿sabes? Pum, pum, pum, pum, pum. Sábados incluidos. Y el domingo que abrías los ojos ya tenías que pensar en el lunes que estaba ahí a la vuelta de la esquina. Era una vida muy esclava».

Desde que dio sus primeros pasos tras el mostrador del negocio familiar hasta ahora, Santiago Martínez asegura que el negocio ha cambiado mucho y que ya no es tan rentable como antaño. «Nosotros recibíamos la fruta directa desde Lérida, Valencia o Murcia. Luego empezamos a ir a buscar la fruta nosotros. Teníamos fama de tenerla muy buena, no la regalábamos pero teníamos una gran fama.», explica.

Natividad Pérez fue la única empleada que tuvo Santiago durante 42 años
Natividad Pérez fue la única empleada que tuvo Santiago durante 42 años Santi M. Amil

«¿Comer fruta? Nada, nada. Te puedo decir que ni la pruebo»

En casa del herrero, cuchillo de palo. Ese dicho popular encaja como anillo en el dedo a la historia de Santiago Martínez. Pese a dedicar cuatro décadas a llenar de fruta de primera calidad a los establecimientos de la comarca de O Ribeiro y también de la vecina A Cañiza, lo cierto es que la fruta no se encuentra entre sus alimentos de cabecera. «Nada, nada. Te puedo decir que ni la pruebo. Además podías pasar por algo que a la gente le gusta mucho, como son unas cerezas o unas fresas que te llenan a la vista, y nada, me era imposible. Bueno, ¿sabes cuándo comía fruta? Como soy fumador, para coger algo de paladar y ponerlo en el cigarro. Un bocado y a la basura. Era la fruta que comía yo, pero es que ahora ni pienso en ella», explica.

Tanto ha desconectado estas semanas que lleva con el negocio cerrado Santiago que ni siquiera se atreve a entrar en las fruterías a las que suministraba la mercancía: «Estos días fui a una frutería con mi mujer, que ella sí come fruta, y ni quise entrar. Prefiero ver los toros desde la barrera». De cara al futuro, Santiago no cierra la puerta al mercado laboral y asegura que está abierto a cualquier propuesta que le pueda aparecer. Mientras tanto, disfrutará de los suyos y de Ribadavia, la villa que acogió a esta familia de origen murciano.