Con frecuencia, el operador aeroportuario Aena realiza estudios para evaluar la demanda potencial de rutas desde las distintas terminales. Esos informes siguen constatando que un vuelo directo entre Santiago y Nueva York captaría un volumen de usuarios nada desdeñable. Podría rondar los 80.000 anuales. Y a buen seguro no es la única ruta transoceánica con masa crítica suficiente como para que alguna aerolínea mueva ficha en el Rosalía de Castro. Será difícil. Santiago ya tuvo su enlace directo con Nueva York. El primer vuelo entre Lavacolla y el JFK lo operó Iberia en 1980, año del despegue intercontinental de la terminal compostelana, que también estrenó una conexión de la extinta Viasa con Caracas. El enlace neoyorquino perduró algunos años con distintas compañías (Air Europa y Spanair también se implicaron) y combinaciones, en las que Santiago era la escala intermedia de vuelos con origen en Madrid o en Málaga. Pasaron los años y el Concello de Santiago propuso al comité de rutas una extensa lista de conexiones internacionales que incluía Nueva York. Como en todo lo relevante, el comité pasó palabra. Y ahora al otro lado del Atlántico se vuela desde Oporto.