Kilómetro 4, la nueva aventura de una familia de Santiago unida en los fosos de la hostelería y construcción

SANTIAGO

Samuel, de 18 años, está al frente del bar de San Lázaro con el respaldo de sus padres
06 feb 2025 . Actualizado a las 05:00 h.Cada profesión tiene lo suyo, pero la hostelería y la construcción siempre han sido sinónimo de sacrificio, de jornadas largas y trabajo duro. Imagínense ahora ganarse el pan bregando a la vez en ambos fosos. Eso es precisamente a lo que se dedica una familia de Santiago muy bien avenida, en la no hace mella ni siquiera el compartir espacio y responsabilidades tanto en lo doméstico como en lo laboral. «A nosotros siempre nos ha gustado el trabajo de cara al público y desde muy joven estuve en contacto con la hostelería, que es la profesión familiar. Soy una persona muy curiosa. Me gusta aprender y desarrollarme personal y profesionalmente», dice Samuel Becerra Iglesias, que a sus 18 años comparte ilusiones y frustraciones con sus padres en Kilómetro 4, el nuevo local abierto en el barrio de San Lázaro el mes pasado, así como en Rocmar, la empresa familiar especializada en cubiertas y tejados.
Aunque estudió un ciclo de Informática, este joven de 18 años dice estar encantado: «Sinceramente, con mi madre siempre he tenido una relación de absoluta confianza, me ha ido guiando y llevando por el buen camino y nos apoyamos mutuamente. Trabajar con ella es una maravilla, son risas y aprendizaje. Me enseña un montón sobre la profesión, como a cremar la leche, y es muy bonito vivir esto juntos». Lo mismo sucede en el campo de la construcción, asegura. Aunque en este momento está volcado en Kilómetro 4, eventualmente va a ayudar a su padre, Marcelino, de 48 años. «Mi marido está más centrado en las obras y yo llevo la parte técnica y administrativa de las dos empresas. Soy la cabeza pensante, por así decirlo», puntualiza entre risas Rocío Becerra Pérez.
Esta santiaguesa de 45 años explica que antes tenían un negocio hostelero en Ames, «era un local grande para atenderlo solo los tres y llevábamos 5 años sin parar. Estábamos un poco saturados y tuve una lesión en el hombro. Esta casualidad me llevó a relajarme y delegar en mi hijo, me dio tiempo para pensar y pasear... así es como vi el anuncio de este bajo, en la rúa do Valiño. Teníamos ganas de trabajar en Santiago, porque conocemos el barrio y a mucha gente: excompañeros del instituto, vecinos... Hubo mucha afinidad con el hijo de los anteriores inquilinos y todo se cerró en cuestión de días, casi sin pensarlo».
Aquí cogen el testigo del antiguo Café Bar Rasem, toda una institución en el barrio que desapareció hace 5 años, con la pandemia. «No hizo falta hacer mucha reforma. Los propios clientes nos pedían que lo conserváramos como estaba. Querían mantener la esencia del local. ‘No lo pongáis muy moderno, que ahora todos hacen lo mismo y está bien así', nos decían», comenta Rocío. Para ella, Kilómetro 4 destaca porque «somos muy familiares, se respira mucha cercanía y es un lugar acogedor, al que viene gente de todas las edades, de los institutos, de las consellerías, vecinos... es muy dinámico».