Quedan, siempre, muchas incógnitas detrás de tragedias en la carretera como la ocurrida, una vez más, en la N-547 el pasado viernes, en la zona de Arzúa. Lo mismo podría decirse de otros tramos teñidos de luto en vías del entorno de Santiago, en especial la AC-544 entre Ames y Negreira, la N-525 en la zona de Vedra, el aún no desdoblado entre Brión y Noia o la N-550 entre Mesón do Vento y Ordes, por citar solo algunos de los que han teñido con mayor frecuencia e intensidad la crónica negra de los últimos tiempos, una crónica inadmisible porque en tanta reiteración hay, ineludiblemente, además del factor humano, condicionantes estructurales de cada una de las infraestructuras que debieron haberse corregido hace mucho tiempo para evitar semejantes sangrías. Si la conclusión de la autovía AG-54, Santiago-Lugo, no acumulase a estas alturas más de tres décadas desde que se proyectó y un cuarto de siglo desde que se abrió el primer tramo, el de Lavacolla; si no se hubiese vuelto a incumplir el compromiso de tener terminado este año 2025 el tramo que falta entre Melide y Arzúa; si no tuviésemos dudas de que se puedan cumplir las nuevas promesas para acabarla en el 2026, no tendría sentido plantearse el por qué de otra tragedia en la que el factor humano pudo ser minimizado. No tendría sentido plantearse si el matrimonio que se dejó la vida este viernes en la parroquia arzuana de Burres —a dos kilómetros de acceder a la autovía para seguir su trayecto hasta el aeropuerto— podría estar hoy disfrutando de su vida apacible en un pueblo de Fuerteventura, como era su intención antes de salirse en ese tramo zigzagueante de la N-547 y chocar de frente contra un camión. Es verdad, un vial en buenas condiciones como la AG-54 solo garantiza que se produzcan menos accidentes, no que deje de incrementarse la dramática nómina de muertes, como ya se ha demostrado, este mismo año, al producirse dos siniestros con tres fallecidos en el tramo de la autovía entre Arzúa y Lavacolla. Lo que sí garantiza es un mayor peso del factor humano, siempre presente. Por eso, lo inexplicable es que Galicia, no solo el entorno de Santiago, siga arrastrando proyectos de modernización de sus infraestructuras viarias reiterada y trágicamente demorados.