? Un asno descubrió las virtudes medicinales de sus lodos. Un sabio gallego, Antonio Casares, certificó que aquella leyenda, inmortalizada por Emilia Pardo Bazán, tenía base real: las aguas termales de la isla, ricas en sodio, calcio, hierro y magnesio, tenían propiedades curativas. Y dos ambiciosos empresarios, el marqués de Riestra y Laureano Salgado, atraídos por el potencial que manaba de las entrañas de la tierra, aúnaron esfuerzos y convirtieron A Toxa en lujoso destino turístico de la aristocracia europea.
27 mar 2011 . Actualizado a las 06:00 h.«El Colón de este nuevo mundo de salud fue... un borrico -escribe la condesa de Pardo Bazán-. Un verdadero borrico, cuadrúpedo, cubierto de mataduras y de tiña, al que abandonaron, por no descoyuntarlo, en la isla desierta. Y al cabo de algunos meses cual sería la sorpresa del dueño al encontrar, en vez de un esqueleto, al burro sano, saltando, con el pelo tan reluciente que envidiaría la cabalgadura de Sancho Panza. El animal se había revolcado en las saludables lamas. Sus heridas desaparecieron».
Ignoro si el eminente científico Antonio Casares, rector de la Universidad de Santiago durante dieciséis años -y tatarabuelo del rector actual, Juan Casares Long-, llegó a conocer la historia apócrifa del burro. En todo caso, él ofreció una explicación distinta al hallazgo de las burgas de A Toxa. Al igual que Colón tropezó con América cuando navegaba hacia las Indias, los manantiales fueron descubiertos por quienes, siguiendo el rastro de calor que exhalaba la tierra, buscaban el tesoro «guardado por un moro con una lanza de fuego».
PRIMERAS EXPERIENCIAS
Poco a poco trascendió que los baños en aquellas aguas ardientes eran saludables. Casares registra, entre los primeros usuarios, a «un francés achacoso» a quien «le produjeron buen efecto», un curandero llamado Mosquera que los recomendaba a su clientela y un cura párroco y su criado que también «observaron su eficacia en la curación de ciertas dolencias».
Cualquier duda sobre la composición y la calidad de aquellas aguas se disipa en 1841, año en que Antonio Casares publica su Análisis de las aguas minerales descubiertas en la isla de Loujo o Toja Grande. El folleto supone un espaldarazo a la isla y a su riqueza potencial. Pero el desarrollo basado en el turismo termal se haría esperar.
Veinticinco años después, en su Tratado práctico de análisis químico de las aguas minerales y potables, de 1866, el propio Casares constata que las aguas de A Toxa tienen «muy acreditadas sus virtudes medicinales en la curación de varias enfermedades, principalmente de la piel». Sin embargo, «en la última temporada acudieron a ellas [solo] 390 enfermos». La despoblada isla no cuenta con instalaciones adecuadas, ni siquiera «un establecimiento regular que proporcione a los enfermos comodidades». Cree el científico que los propietarios de los baños tiran piedras contra su propio tejado, «pues si edificasen un edificio cómodo y procurasen tener en él muebles, ropas y los enseres necesarios para los que fuesen allí a pasar la temporada, serían éstas [las aguas] mucho más concurridas». El guante lanzado por Casares será recogido, cuatro décadas más tarde, por dos singulares hombres de negocios: José Riestra López, el todopoderoso marqués, y Laureano Salgado.
EL proyecto del marqués
Se atribuye a Antonio Maura la mordaz afirmación de que España tenía 48 provincias, porque la número 49, la de Pontevedra, pertenecía al marqués de Riestra. A lo que Castelao, maurista en su juventud y enfrentado a Riestra, apostillaba con idéntica mala uva: «Chámannos separatistas, a nós, que pretendemos devolverlle a España a provincia de Pontevedra».
Los sarcasmos dan una idea del poder acumulado por el primer marqués de Riestra en el período fronterizo de los siglos XIX y XX. Es cierto que para muchos pontevedreses el mundo comenzaba en A Caeira, residencia y núcleo de la red caciquil del marqués. Pero también lo es que, como advierten los profesores María Jesús Facal y Xoán Carmona, Riestra «foi tamén un dos máis importantes empresarios galegos da época, banqueiro e industrial innovador, introdutor da luz eléctrica e dos fornos cerámicos continuos en Galicia e principal responsable do agromar dunha das máis elegantes estampas da nosa historia contemporánea, a do balneario e os produtos La Toja».
Su intervención en la isla llega precedida por una polémica incautación del balneario y de sus dependencias, y una alianza con Laureano Salgado, poderoso industrial de Caldas que ya había colaborado con Riestra en otros proyectos. Ambos encabezan en 1903 la nómina de fundadores de La Toja, sociedad que modernizará el balneario, construirá el majestuoso Gran Hotel e instalará la reputada fábrica de jabones y sales de baño.
Riestra presidirá la sociedad hasta su muerte en 1923, y en el complejo empeñará su fortuna y el crédito de su banca. Y las cosas, evaluadas en clave empresarial, no rodarían excesivamente bien. Los visitantes de alcurnia y el vaporoso glamur a duras penas ocultaban los agujeros contables. El marqués y sus socios intentaron blindar el negocio con la potenciación del turismo de élite en el entorno costero. Trataron de atraer al rey Alfonso XIII hacia las rías con el señuelo de la isla de Cortegada, pero el monarca se decantó por el palacio cántabro de la Magdalena para sus vacaciones veraniegas. La apuesta del marqués por A Toxa le originó más quebraderos de cabeza que beneficios. Sería, como escriben Facal y Carmona, «unha das causas da caída da [súa] casa a comezos dos anos 1930».
Proyecto final del Gran Hotel, del arquitecto ourensano Vázquez-Gulías | arquivo
Cuatro ilustres personajes, ante el Gran Hotel de A Toxa. De izquierda a derecha, Augusto González Besada, Eduardo Cobián, Estanislao Durán y el primer marqués de Riestra, quien también aparece en el dibujo superpuesto | foto: pintos