El mundo se aclara ante una «cunca de viño»

SANTIAGO CIUDAD

XOAN A. SOLER

A los nocturnos que rondan por Santiago la noche no les confunde si llevan la marca de un buen tinto escrita en la boca

25 mar 2018 . Actualizado a las 10:41 h.

No, claro. Los peregrinos no se paran en San Lázaro, por mucho que estos días les tiente el contundente plato que da nombre a la Festa da Uña. Tienen prisa por llegar al centro de Santiago. Pero no a la Catedral, que no se acaba allí el Camino. Confortada el alma tras el abrazo del Apóstol, hay que darle gusto al cuerpo, y a este se le mima en las tascas tradicionales, en los restaurantes de la nueva cocina, en las vinacotecas, en las marisquerías, en las mesas de hule, en las barras de formica y en los barriles de vino que dejan sabor, olor y marca de la casa en los labios de quienes cada noche arreglan el mundo al calor del Franco.

La Rúa do Franco, la de Raíña, la plaza de Fonseca y la Praciña do Franco son un microcosmos que midió a lo largo de la historia la personalidad de Santiago, la de su ambiente estudiantil, la del paisano que sobrevivió a la modernidad, la de la masificación del turismo... De las típicas tascas que traían por Mazarelos los barriles borrachos de ribeiro para calentarle el cuerpo al peregrino franco a las más selectivas tablas de quesos, las tapas deconstruidas o las tremendas lampreas que compiten en los escaparates con los tentáculos de los pulpos y las tenazas de los bogavantes... Los bodegones del Franco imitan la majestuosidad de las pinacotecas que alimentaron la imaginación de Cunqueiro.

El nostálgico de la «cunca de viño» sigue haciendo parada y fonda en el Orella, en el Gato Negro o en el bar Orense, donde a Jorge, hijo de los propietarios, no le dio la gana de cambiar la decoración porque «crieime aquí e sempre nos foi ben así», y porque cada noche en su barra se arregla el mundo y las tapas salen de la cocina vestidas con mandil de cuadros, en claro contraste con la camarera oriental que las presenta con finura en alguno de los lugares de tapeo que se subieron al carro de la gastronomía de altura en los últimos tiempos. Y unos y otros están bien en ese universo internacional que es el Franco, donde proliferan, salpicadas entre tasca y restaurante, esas tiendas de recuerdos que lo mismo pueden abrir en Compostela que en Edimburgo, no hay más que cambiar el color de las banderas y el idioma de los mensajes más o menos originales que lucen sus tazas.

Hasta el mítico París-Dakar ha sobrevivido en el Franco, solo que su presencia en las guías de turismo ha modificado el perfil del grupo de bebedores que se recorren los 160 metros que separan el punto de partida de la meta. Antes eran estudiantes, ahora son turistas que aparecen en el París con el callejero en la mano. Juan, que les sirvió el primer vino o la primera caña hace diez años y que ha vuelto a la barra de la mítica y renovada cafetería, les sella la etapa de salida y les indica el camino por el que proseguir ese otro peregrinaje que nada tiene que ver con los desiertos africanos de los que el rali heredó el nombre. «Ahora se toma cerveza, mucha cerveza». Está claro, ni los estómagos son los de entonces ni los bolsillos dan para más, que recorrer la veintena de bares de la ruta por veinte euros, como antaño, es un portento con el que no puede ni el todopoderoso Apóstol ni las aguas milagrosas de la fuente de Santiago que amansó a los bueyes que trasladaron los restos del discípulo de Jesús.

Pero no solo del buen comer y del mejor beber va la cosa. La calidad es marca de la casa también en la artesanía y en las joyas que lucen los escaparates de establecimientos como Maeloc, desde cuyas vitrinas ha visto Vicente Sande pasar la vida del Franco. «El ambiente cambió mucho, el turismo es cada vez más internacional y la gastronomía del Franco se fue adaptando a eso. Das un paseo por la calle y los negocios se han puesto al día; el Franco entró en el siglo XXI».

Y más arriba de la Catedral, acogedoras boutiques que venden zuecos de diseño que reinterpretan y calzan las nietas de las abuelas que hace décadas pisaban las losas de piedras mojadas por la lluvia.

Misceláneo. Internacional. Mestizo. Abierto. Franco.