Santiago, una capital mal comunicada: «Voy por trabajo y muchas veces no me queda otra que colarme en el tren para llegar»
VIVIR SANTIAGO
Las quejas son el tema común de conversación entre los usuarios del ferrocarril, pero sobre todo entre los del autobús regional, que sienten que las empresas de transporte «estanse a rir do pasaxeiro»
17 mar 2023 . Actualizado a las 20:33 h.Hace unas tres semanas que Celia Riande, periodista de La Voz en la comarca de Barbanza, conversó con Martín Hermida, un joven psicólogo con orígenes en Viveiro que trabaja en Noia y que acude muchas veces desde Santiago a su puesto por las mañanas. En el reportaje resultante de esa conversación, Hermida compartió con los lectores un lunes normal en su vida, concretamente el de esa semana: «Tenía consulta en Noia a las doce del mediodía. Como suelo hacer, compré un billete que me diera una hora de margen de error, porque siempre pasa algo. El autobús tenía que llegar a las diez, pero cuando llevábamos más de 40 minutos de retraso nos dijeron que había una avería y que mandarían otro vehículo. Al final, eran las 11.20 y tuve que acabar pagando un taxi de casi 50 euros para ir a trabajar».
No es un caso aislado, ni mucho menos. Unas líneas más abajo, en ese mismo reportaje, el propio psicólogo se mostraba ya hasta resignado con el servicio de autobuses regionales con destino o final en Compostela: «Siempre que pasan estas cosas, acabo hablando con la gente que está en la misma situación, y todos tenemos siempre una sensación de desesperación. Incluso los conductores de los autobuses son conscientes de lo mal que funciona el servicio de transporte y acaban haciendo la vista gorda o asumiendo responsabilidades que muchas veces no les corresponden».
Hasta ahí lo que relató Martín Hermida a La Voz en Barbanza hace tres semanas. A día de hoy, el joven profesional de la salud mental se ha hecho con un coche propio para completar la media hora que separa por carretera Noia de la capital de Galicia. Una decisión que cada día toma más gente, ante el cansancio que le supone esperar en la estación sin saber si habrá bus, si llegará a tiempo o si vendrá con sitio suficiente para que ellos se puedan subir.
Esto es justo lo que le ha pasado a Carla Varela, una muchacha de Silleda que todos los fines de semana se monta camino de Santiago en un autocar de Monbus, la empresa que cubre ese itinerario, así como la mayoría de los de Galicia. Su visita es fugaz, pues nada más llegar se sube al tren rumbo a A Coruña, donde estudia el cuarto curso del grado en Administración y Dirección de Empresas, ADE. Lo que a ella le ha pasado es la última de las posibilidades que da el párrafo anterior: cuando ya estaba metiendo su equipaje en el maletero del bus, le dijeron que no podía subirse a él porque ya estaba lleno.
Para entenderlo vale la pena leer el relato cronológico de la propia universitaria: «Todo isto aconteceu o 5 de marzo, domingo, cando o bus tiña que pasar ás cinco da tarde. Viña dende Ourense e remata a viaxe en Santiago, pero cando se detivo en Silleda e eu procedín a meter a maleta e subirme, baixou o chofer e díxome que a baixase, que non había sitio neste bus, pero que viña outro detrás… Deron as seis e alí non aparecía ninguén, polo que chamamos a atención ao cliente e á estación de Lalín, onde nos dixeron que tamén quedaba xente en terra, pero que non sabían máis nada».
Al final, la solución fue dispar para unos y otros. «Aos de Lalín puxéronlles un taxi para levalos a Santiago, mentres que a min tívome que acabar levando meu irmán, porque os de atención ao cliente da empresa de transportes remataron por dicirnos que non ía vir outro bus, que simplemente agardásemos ao seguinte, que pasa só en teoría porque esa liña na práctica non existe, a das 19.44». La siguiente sería a las ocho de la tarde, tres horas después del que ella había contratado en un principio.
«Con diferenza, o que peor me pareceu foi que, cando estaba poñendo a queixa en atención ao cliente, cortaran a chamada. É unha sensación de rabia moi grande que che fai pensar que, efectivamente, estanse a rir de ti como pasaxeira», reconoce Carla Varela, todavía enfadada. Señala, eso sí, que parece que estos días están siendo algo mejores en lo tocante al servicio, que se nota que su llamada algún resultado debió de haber dado porque no ha vuelto a tener problemas como los relatados antes.
Carla señala que no es la última ocasión ni la primera que sucede esto, pues muchas veces los autobuses llegan llenos ya desde Ourense, a pesar de que a ella le permiten coger el billete en Silleda. Argumenta que falta un control eficaz sobre las plazas que permita organizarse al usuario pues, si el vehículo tiene cincuenta plazas, no todas pueden ser para la ciudad de las Burgas.
Al exponer a Monbus los hechos que relata Carla Varela, desde la empresa responden que el procedimiento habitual cuando un autobús llega lleno a la parada es que el conductor avise a la central del percance en el siguiente punto de detención. De ese modo, según Monbus, lo que debió de haber pasado es que la estación siguiente a Silleda ya es Santiago por lo que, cuando el conductor avisó había pasado una hora.
En ese momento, otro autobús debía haber salido de Ourense para hacerse cargo de las personas que pudiera haber en el apeadero de Silleda. Además, destacan también desde la empresa de transportes que esos días se estaba celebrando el Entroido en toda la provincia, por lo que el aumento de viajeros fue considerable y más todavía un domingo, cuando todos pretenden volver a casa después de la fiesta.
Con respecto al asunto que relata Martín Hermida, sobre los problemas del enlace entre Santiago y Noia, en Monbus se muestran sorprendidos por las quejas, pues consideran es una línea que funciona bien y que es raro que reciban protestas. De todos modos, tanto en este caso como en el anterior, aseguran que seguirán trabajando para pulir todas las imperfecciones que pueda tener su servicio.
El tren no se libra
Para comprobar que todo este malestar no va solo por carretera basta con bajar a la estación intermodal de Santiago. Allí, además del bus, se coge el tren, el otro de los principales encargados de conectar la capital de Galicia con el resto del territorio. Suele estar frecuentado sobre todo por trabajadores que acuden a Compostela y luego vuelven a sus ciudades o pueblos de residencia a través de la vía férrea.
Una de esas usuarias es Laura Quiñoy, aunque no desde hace mucho tiempo. Ella se ha mudado a Pontevedra hace solo una semana desde Santiago, a pesar de que conserva en la capital su viejo trabajo. Laura, originaria de Zas, se enfrenta al mayor problema que tiene el tren de alta velocidad del Eje Atlántico: la carencia de asientos cuando se intentan comprar con el bono gratuito del Gobierno. Para este tipo de clientes se reservan parte de las plazas, lo que ocasiona que muchas de las restantes vayan vacías, a pesar de que en la web de Renfe el vagón figure como lleno.
De ese modo, Quiñoy indica que, cuando ella coge su asiento para moverse de Pontevedra a Santiago con poca antelación, le sale que el tren está completo. Es por ello que ya se ha hecho con la reserva de su tren de la mañana, en hora punta para llegar a tiempo a su oficina, desde esta semana hasta el último día de abril. «Ahora los mayores problemas me ocurren los viernes para la vuelta a casa, pues los estudiantes colapsan todo el sistema, ya que ellos también tienen el bono, evidentemente».
Para Laura Quiñoy convendría que en esas horas puntas «fácilmente previsibles» se ampliasen los horarios o las plazas en los trenes. Más allá de eso, sitúa el otro gran inconveniente de la intermodal de Santiago en sus escasas comunicaciones con el resto de la ciudad a través del transporte urbano: «A mi puesto de trabajo tan solo me lleva el 6 o el 6A, que está lleno de gente que va al aeropuerto. Me parece que convendría mucho reinstaurar el bus lanzadera a Lavacolla, como siempre hubo en Santiago».
Para llegar a la oficina, ella se pone de acuerdo con una compañera que la lleva en coche, «porque la otra opción sería dejar el mío siempre en el aparcamiento de la estación y usarlo solamente para ir y venir del trabajo al tren, quedándome sin él en Pontevedra y además pagando un pastizal por tenerlo allí, de modo que el ahorro del bono se evaporaría».
Hecha la ley, hecha la trampa. Situaciones como esta estimulan el ingenio de los más avispados, como un joven trabajador que va y viene todos los días de A Coruña a Santiago, donde está contratado. Prefiere no dar su nombre, pues reconoce que su comportamiento en la estación no es el más ortodoxo, a pesar de que, dice, es el único que se puede permitir.
«Si quiero llegar a mi puesto a tiempo no me queda otra que colarme en el tren, algo que hago bastante a menudo y todavía hacía más antes», indica el muchacho. Reconoce usar el transporte público con miedo a un posible despido por llegar tarde de manera continuada, ya que no se fía de la puntualidad de los trenes «y menos en la hora punta, que es cuando yo los uso».
El joven suele inventarse alguna excusa si le dicen algo «como por ejemplo que tengo el abono de transporte, pero que cancelé el viaje pensando que no iría y al final sí, porque así la reprimenda si me pillan no es tan grande como si me ponen una penalización ya que, como mucho, me hacen pagar el viaje, cosa que hago con gusto».