Sin pasar por los tribunales, el tenor español ya ha sido condenado en el ámbito de las redes sociales
19 ago 2019 . Actualizado a las 19:19 h.«El problema es valorar con las normas de hoy hechos del pasado». Adela Asúa, catedrática de Derecho Penal de la Universidad del País Vasco y exvicepresidenta del Tribunal Constitucional, advierte sobre los peligros de juzgar y condenar socialmente -con frecuencia no hay demanda judicial alguna- en casos como las acusaciones de acoso sexual lanzadas esta semana contra el tenor Plácido Domingo, que han causado un terremoto en el mundo de la lírica.
Un texto de la agencia estadounidense AP difundido el martes 13 de agosto recogía las acusaciones de nueve mujeres -ocho cantantes y una bailarina-, referidas a hechos ocurridos hace tres décadas. Solo una de ellas daba su nombre, la mezzo Patricia Wulf, quien asegura que Domingo no llegó a tocarla pero que su insistencia y sus proposiciones «han afectado» a su forma de tratar a los hombres el resto de su vida. Paradójicamente, la cantante presumía hasta el jueves en una red profesional de haber tenido «la suerte de cantar ópera como solista con algunos de los más famosos artistas, incluyendo a Plácido Domingo».
El escándalo golpea a un sector, el de la música, que ya ha vivido episodios semejantes con los directores de orquesta James Levine, Charles Dutoit y Daniele Gati. Y, sobre todo, con Robert King, condenado a tres años y nueve meses de cárcel por abusar de cinco jóvenes, tres de ellos menores de edad. La gravedad de este último caso no tiene relación alguna con los restantes. En las horas posteriores a la denuncia, mientras algunas orquestas y teatros líricos, sobre todo estadounidenses, anunciaban la cancelación de las actuaciones de Domingo, numerosas cantantes y un puñado de agentes salieron en su defensa. Ainhoa Arteta («es una canallada»), Pilar Jurado, Davinia Rodríguez y María José Suárez («siempre ha sido un caballero») y Angeles Brancas («es educado y respetuoso») fueron tajantes. Nancy Fabiola Herrera, que ha coincidido con el tenor en muchas ocasiones sobre el escenario, va un poco más lejos y asegura que «todo huele a venganza solapada» a partir de una denuncia en la que las acusaciones más graves son anónimas. Y ahí está una de las claves que convierte lo que debería ser una demanda judicial en un juicio social, con los problemas que supone. Porque en los casos citados con anterioridad, los denunciantes se identificaron y avalaron así sus testimonios.
«Por supuesto, las denuncias anónimas no son tolerables en una justicia democrática», recuerda Asúa. «Ni se puede dar por bueno algo que no esté mínimamente documentado», añade. Desde el punto de vista penal, además, algo ocurrido hace treinta años habría prescrito, con independencia de que las leyes sobre acoso sexual que hoy existen no habían sido promulgadas en aquella época en la mayoría de los países. «Es cierto, no obstante, que en esta clase de delitos, las denuncias aparecen mucho después, cuando han pasado las turbulencias». No siempre ha sido así: hace unos años, un cantante español, haciendo caso omiso de quienes justifican el anonimato de las denuncias demandó judicialmente al directivo de un teatro por acoso sexual.
Sin garantías hoy por hoy, el caso Domingo no es un asunto de la Justicia ni parece, a tenor de lo visto hasta ahora, que vaya a serlo. Es lo que ha sucedido en buena parte de los escándalos que salpicaron primero Hollywood y luego se han extendido a otros ámbitos de la cultura y el espectáculo. El problema es que en el ámbito social no existen las garantías que caracterizan a los procedimientos judiciales. No solo eso: en el mundo de las redes sociales, Domingo ya ha sido condenado. Y con él, quienes han osado defenderlo o darle al menos el beneficio de la presunción de inocencia. La escritora Karina Sainz Borgo se preguntaba a propósito de este asunto si, en ausencia de pruebas, pesa más la palabra de quien acusa (anónimo) o la de quien se defiende. Twitter lo tiene claro. Quien se defiende y quienes lo apoyan han sido objeto estos días de un verdadero linchamiento.