El «día C» en un barrio cualquiera

Uxía Rodríguez Diez
Uxía Rodríguez REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

SANDRA ALONSO

Todo el mundo sabe que la vida no va a ser igual durante las próximas semanas

14 mar 2020 . Actualizado a las 18:12 h.

«¿Vamos al parque?», pregunta Carmen nada más despertarse y ver que no llueve. «Los parques van a estar cerrados unos días», le contesto. «¿Y el parque de bolas?», es su segunda opción. «También está cerrado». Ella tiene dos años y no entiende de alarma, de coronavirus, de emergencias sanitarias… Su tercera propuesta pasa por ir a casa de Artai, su mejor amigo.

Es el día D, o mejor dicho, C, en una casa normal, en un barrio cualquiera de cualquier ciudad gallega. La gente todavía no conoce lo que va a implicar el decreto del Gobierno, pero todo el mundo (casi todo) sabe que la vida no va a ser igual durante las próximas semanas. En nada se parece ya a la de ayer mismo. En mi barrio nunca hay sitio para aparcar, pero este sábado sobran plazas. También suele haber la típica lucha por coger una mesa en la terraza más soleada. Es la una del mediodía y solo hay sillas hacinadas junto a la puerta. Un paseo rápido para comprar cuatro cosas básicas se convierte en un verdadero experimento social. Al llegar a la carnicería la imagen es de ciencia ficción. Hay una cola que da la vuelta a la esquina. Entre cada persona hay más de un metro y medio de distancia. No hay ningún cartel en la puerta, pero hasta que sale uno no entra otro.

Siguiente parada: frutería. Justo lo mismo. «¿No vas a entrar?», pregunta una chica al que está más cerca de la puerta. «Sí, cuando salga alguien», contesta tranquilo. En la farmacia (necesito un termómetro, por si acaso) la distancia entre mostrador y clientes está marcada. Hay una pizarra con el número de teléfono habilitado por la Xunta para el coronavirus. Todo son preguntas y siempre la misma respuesta: calma, lavarse las manos y seguir las recomendaciones que nos dé Gobierno. Repite la farmacéutica una y otra vez. No, no hay alcohol de 70 grados. Al pasar por al lado de la parada de taxis escucho como uno le dice a otro, de coche a coche: «¡Es mejor que nos vayamos a plantar patatas!». En el quiosco no quedan periódicos.

Los folios, las pinturas y la plastilina están casi agotados. En la puerta de la panadería se puede leer: «Sabemos que somos imprescindibles en épocas difíciles. Aquí estaremos». Me cruzo a una señora completamente equipada: mascarilla (de las buenas), guantes de látex y paso rápido. ¿Exagerado? Ya lo dudo cuando en la siguiente calle veo bajarse de un coche a una estudiante (esto lo presupongo por la edad y la mochila) con una maleta bien grande. Lo mejor de todo, escuchar una conversación de balcón a balcón. Miro hacia arriba y veo a dos señoras de charla. Ellas, como siempre, dando lecciones. Mi «tour de básicos» del «día C» termina en el portal. Un vecino llama al ascensor y los dos dudamos si compartirlo o esperar al siguiente. «¿Subes?», me dice mientras bloquea la puerta. Nos miramos, cada uno desde su esquina. En su bolsa, un paquete familiar de papel higiénico.