La fotografía analógica se revaloriza al crear tendencia entre los nativos digitales

Carmen Novo REDACCIÓN / LA VOZ

SOCIEDAD

MABEL RODRÍGUEZ

La demanda de carretes y de cámaras hace que sus precios se disparen

26 feb 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

La fotografía analógica vuelve con fuerza, pero los carretes se venden a precio de oro. A principios del 2012, Kodak, una de las grandes empresas suministradoras, anunciaba su quiebra. Parecía el batacazo definitivo para la fotografía química, que llevaba tiempo sufriendo el imparable crecimiento de la digital. No obstante, diez años más tarde, cuando todos los teléfonos móviles incluyen lentes cada vez más sofisticadas, la compañía anunciaba que había iniciado una serie de contrataciones. Lo mismo puede decirse del segundo fabricante mundial de películas, Fujifilm, que se ha convertido en la segunda empresa de fotografía en Japón, desbancando a Sony.

«Cuando la fotografía digital se empezó a estandarizar, hubo un gran parón. Una vez que parecía que estaba todo perdido, volvió. Hace tres años hubo un repunte que cada vez va a más», explica Pili Ugarte. Trabaja en Foto Loly, una tienda coruñesa que lleva cuarenta años vendiendo carretes, cámaras y aplicando la técnica del revelado analógico. Mientras habla por teléfono con este periódico, atiende a un joven que pregunta por un rollo a color. No obstante, solo les queda stock en blanco y negro. «Llévalo, que salen muy bien. En color te va a costar encontrar», le dice la dependienta.

«Los distribuidores no están mandando películas. Es un problema que viene desde hace seis meses, antes no lo habíamos tenido», indica Ugarte. A la falta de abastecimiento se suman los precios, que, al igual que la demanda, han experimentado una tendencia ascendente. «Un carrete que antes estaba en seis euros llega a diez», continúa. Aún así, la cifra no es fija. «Como ahora mismo no hay stock, no te puedo decir algo exacto. Cada vez que llegan, aumenta», concluye.

Huyendo de esta tendencia y con la voluntad de hacer accesible su pasión, la fotógrafa viguesa Noemi Parga fundó hace un año junto a una compañera, Andrea Costa, el primer laboratorio social de fotografía analógica en la ciudad. Reconvirtieron el espacio de una antigua peluquería de las galerías Park, en la calle Urzaiz, en la Heladería Mari. Allí organizaron exposiciones, talleres y cursos orientados a esta disciplina. Cuenta como, al ser uno de los pocos espacios especializados de Galicia, les fue mejor de lo que pensaron en un principio. Acudían desde Ourense, Lugo o Santiago hasta que, recientemente, por no conseguir de nuevo la ayuda que les permitió abrir, tuvieron que bajar la verja definitivamente.

«Estábamos intentando acercar la fotografía analógica a la gente joven, cuando la película llegó a estar entre un 400 % y un 600 % más cara de lo que había estado diez años antes», explica Parga. Hacían todo lo posible para conseguir el material a un precio asequible, desde comprar lotes al peso hasta inspeccionar cada vez que había una subasta. «La gente no se lo creía. Están acostumbrados a ver la cámara Olympus que antes tenía todo el mundo por doscientos euros», explica.

Ahora, aparte de dedicarse profesionalmente a la fotografía, sigue impartiendo charlas y conferencias. El denominativo común con su proyecto es el tipo de gente interesada en el tema: predominan las personas jóvenes que quieren experimentar. La hipótesis es la siguiente: hoy en día, los nativos digitales son los que mantienen la fotografía analógica. Desde Labográfico, un laboratorio de revelado en Vigo, lo explican de la siguiente manera: el 70 % de sus clientes les piden únicamente el formato digital de la imagen.

«No quieren que les envíes el negativo de vuelta. Pasan por todo el proceso de manipulación, asumen que la calidad puede ser mala, se adaptan a los tiempos de espera y a la posibilidad de que la toma no salga bien para, después, desechar la copia física», explica María Millán, una de las trabajadoras. Observa que muchas fotografías son de momentos puntuales y especiales, como fiestas o viajes. También, frente a los selfies, predominan los retratos grupales o los individuales de alguna persona cercana —presumiblemente, porque son rostros diferentes en cada una de las tomas—.

La segunda característica definitoria del tipo de cliente es que no se trata de profesionales. Aseguran que la mitad de lo que revelan proviene de cámaras desechables. También de aparatos viejos que uno encuentra por casa y con los que siente curiosidad de experimentar. A nivel técnico, les llegan películas caducadas y sin una imagen bien enfocada. «La cantidad de carretes bien expuestos es reducida. No se trata de algo malo, si no de un indicativo», reflexiona.

Desde el laboratorio trabajan para tiendas y particulares de toda Galicia. Desde hace relativamente poco, ha abierto su campo hasta llegar a clientes de ciudades como Pamplona o León. Con el bache que sufrió lo analógico frente al digital, dejaron de fabricarse las máquinas con las que revelan. La escasez del soporte técnico sumado a la demanda hace que, cada vez, tengan más pedidos. Notan el auge del formato en función de los carretes que les llegan. «Si hace tres o cuatro años se revelaban 10 o 12 por semana, últimamente estamos revelando 50. Antes no encendíamos la máquina todos los días. Igual, una vez por semana. Ahora, si no son todos, es uno sí y uno no», dicen.

¿Por qué la gente joven se decanta por el formato?

Noemi Parga es fotógrafa profesional. Trabaja con cámara digital, pero cuando sale del estudio no imagina disparar con algo que no sea una cámara analógica. Apela a un mal generacional: «La gente necesita no tener el control de todo». También al afán por la diferencia: «Soy totalmente incapaz de ir por ahí con una cámara que no me dice absolutamente nada. La analógica no produce una imagen estándar, es experimentación».

Sobre esta teoría reflexiona Cristina Pérez, que afirma haber comprado su primera cámara analógica —una Olympus por la que pagó menos de la mitad del precio que está viendo ahora— para huir de la fatiga digital. También por curiosidad: «Me gustaba tanto la fotografía y me estaba aburriendo tanto la réflex, que sentí que necesitaba probar algo nuevo», indica. Dedicada profesionalmente a la industria audiovisual, reflexiona que cada vez son más las editoriales que se hacen eco de la estética analógica. Imitan el color e incluso añaden a las imágenes un borde negro que simula el del carrete. Así, queda clara su procedencia. En la era de Instagram, los influencers editan sus fotografías con filtros que llegan a simular las manchas negras que produce el mal estado del carrete. El color y la sobreexposición son también denominadores de estilo.

Otro joven aficionado, Iván, es el prototipo que describen todos los profesionales: roza la veintena y asume que los conocimientos técnicos no le importan. Para él, «lo interesante es que es diferente». Cuando se va de viaje, siempre lleva una Kodak de usar y tirar. Aunque la mayoría de las fotos las saca con el móvil, guarda los disparos contados para inmortalizar los momentos que cree más especiales.