Las ruinas del balneario de Tskaltubo, en Georgia, evocan el esplendor de la era soviética
29 jul 2024 . Actualizado a las 05:00 h.En algunos sitios existen los espíritus, o las reencarnaciones, o la inmortalidad. Pequeños personajes o detalles que solo se explican mediante la fantasmagoría. Se aparecen como puentes entre mundos o civilizaciones. Así, como un emisario del pasado, llega Nurgay. No puede evitar hablar con el único extranjero del pueblo, que se refugia en una marquesina de hormigón de los mosquitos y el sol implacables de la desierta Tskaltubo, en el centro de Georgia. Nurgay habla un ruso estropeado y de acento caucásico. Es azerí y roza los 80 años. De los últimos 30, solo un verano faltó a su cita con el baño número 6, que es el único que queda activo en esta ciudad-balneario que llegó a acoger a 125.000 soviéticos al año. Nurgay sigue disfrutando de las terapias de kurortologia, que es una especie de hidroterapia retrofuturista. Le gusta Tskaltubo porque a todo el mundo le gusta recordar los buenos tiempos, porque es aquí donde también veraneaba cuando era un oficial de seguridad soviética en Bakú. Recomienda al extranjero que pruebe uno de los masajes subacuáticos que todavía se ofrecen en el baño número 6, y no le permite negarse.
Atraviesan la ciudad, un territorio lobotomizado por la naturaleza. La magnitud y monumentalidad de los sanatorios son estremecedoras; tanto más, porque su estado ruinoso los deforma hasta una siniestra burla de su pretérito esplendor. El extranjero se imagina descubriendo Pompeya, Éfeso o Angkor Wat. Accede al corazón de otra civilización, con la diferencia de no saber si está del todo extinta. Las cenizas aún echan humo. El pecio todavía no se ha hundido. Y hay quien, como Nurgay, aspira a reflotar el imperio.
Por eso, al llegar al baño número 6, rejuvenece. Se dirige a las recepcionistas y fisioterapeutas por su nombre, en ese ruso roto suyo. Tuerce una esquina, recorre un pasillo y, con un guiño, le dice a la última empleada que el extranjero debe ver lo que ella guarda. Ha ocurrido. El duende Nurgay hace su trabajo y abre la puerta a otra dimensión.
La pulcritud del sanatorio cede ante el polvo y el óxido. «Pasa, es la sauna personal de Stalin», dice en presente. «Es una sala triple para invitados de alta categoría. Es posible que el propio Stalin se haya sentado en estos sillones», afirma mientras señala dos orejeros de cuero marrón que todavía tienen estampada una silueta humana. Un fantasma sigue sentado, como advirtiendo que el santuario es intocable; quién sabe si por sagrado o por maldito.
Baños en aguas de radón
La segunda sala es amplia, luminosa, con mosaicos y decoración de estilo imperio estalinista. «Aquí Stalin tomaba los baños en aguas de radón», que hicieron de Georgia una referencia balnearia. «Aquí se bañaba el señor Dzhugashvili, un hombre de verdad», guía Nurgay. «Por aquí pasamos a una pequeña habitación donde también está el inodoro del presidente del Partido Comunista, del presidente de la Unión Soviética», se recrea. «Lo más interesante es este agujero en el suelo, que debía de ser una salida de emergencia». Posiblemente, con túneles que dirijan a la cercana dacha de Stalin, más ruinosa y de más difícil acceso.
Tskaltubo es un desafío a la memoria. Es una no-ciudad, un no-tiempo y un no-país. ¿Qué pecado original se cometió en este paraíso de portentosa naturaleza y divina arquitectura? ¿Cómo empezó y cómo terminó? La pregunta incita a seguir rastreando estos inmensos balnearios y hoteles abandonados. Y la curiosidad se transforma en un escalofrío al descubrir que las ruinas siguen habitadas por fantasmas vivos: entre cuatro y cinco mil refugiados abjasios malviven aún aquí desde que fueron reubicados durante las guerras separatistas de los noventa en el oeste del país.