¿Donde vivieron mis ancestros?

Antonio Salas Ellacuriaga

SOCIEDAD

Pilar Canicoba

Nuestro ADN actúa como una máquina del tiempo molecular, lo que permite determinar que el origen de los gallegos está en todas partes

13 jul 2025 . Actualizado a las 12:42 h.

La pregunta es tan antigua como la humanidad. Paul Gauguin la plasmó a su manera en su famosa obra «¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?». La ciencia, con herramientas cada vez más sofisticadas, intenta responderla. Hoy, la genética nos permite mirar atrás como nunca antes. Y lo que nos dice es claro: nuestros ancestros vivieron en todas partes. Así lo resumía el genetista británico Mark Jobling: «Where did my ancestors live? Everywhere». Una afirmación que, para la biología, no es debatible sino una certeza. Y es que en cada célula de nuestro cuerpo llevamos escrito el rastro de nuestros antepasados. Nuestro ADN, ese larguísimo código de instrucciones heredado de padres, abuelos y generaciones tan remotas como los propios orígenes de nuestra especie (y más allá), actúa como una máquina del tiempo molecular.

Lo fascinante es cómo funciona: en cada generación, el ADN se mezcla, se rompe y se vuelve a unir, creando combinaciones únicas. A veces, en ese proceso, surgen pequeños cambios que funcionan como huellas del paso del tiempo. Analizando estos patrones, los genetistas reconstruimos episodios del pasado: cuándo se mezclaron las poblaciones, qué rutas siguieron, o si esas migraciones fueron protagonizadas más por mujeres o por hombres. Esto último es posible porque ciertas regiones del ADN se transmiten exclusivamente por línea materna o paterna.

Y así llegamos a Galicia. Recientemente hemos dado un paso más en la comprensión de su historia genética. Los resultados muestran algo tan sorprendente como revelador: una persona con raíces genealógicas gallegas tiene, en promedio, alrededor del 15 % de su ADN con origen norteafricano o del Oriente Medio. Y esta vez lo decimos con la máxima precisión posible: en lugar de analizar puntos específicos del genoma hemos secuenciado el ADN completo (3.200 millones de letras), ofreciendo la imagen más nítida posible. Además, ese componente africano no está vinculado, como tradicionalmente se pensaba (aunque sin base documental sólida) al período islámico iniciado en el año 711.

La historia es más compleja… y más antigua. Todo apunta a que buena parte de ese ADN llegó antes: en la prehistoria, durante el Imperio Romano (un ejemplo: la Cohors I Celtiberorum y su séquito civil procedente de Mauritania Tingitana se asentó cerca de Sobrado dos Monxes), y especialmente en la época visigoda, cuando el comercio y la necesidad de mano de obra trajeron personas del otro lado del Mediterráneo a través de redes gestionadas por élites, monasterios e iglesias del noroeste peninsular. También cobra nuevo sentido el hallazgo genético del análisis de los restos óseos del obispo Teodomiro, descubridor de la tumba del Apóstol Santiago y natural de Iria Flavia, que reveló un 20-30 % de ascendencia norteafricana. Probablemente sus padres y abuelos compartían esa misma herencia genética. Y todo esto, conviene recordarlo, ocurrió antes del dominio musulmán.

Este tipo de estudios deja una lección valiosa: el ADN no miente, pero tampoco lo cuenta todo. No podemos, ni debemos, juzgar el origen de una persona solo por su apariencia. Nuestro aspecto físico (fenotipo) depende también del ambiente, la epigenética y el azar biológico. Que se lo digan a Craig Cobb, supremacista estadounidense que descubrió, para su sorpresa, que una parte significativa de su genoma es de origen subsahariano. Incluso hay casos documentados de gemelos idénticos (genéticamente iguales), con diferente color de piel. ¿Cómo es posible? Por fenómenos biológicos complejos, como el mosaicismo genético, mutaciones postzigóticas o factores epigenéticos que pueden alterar la forma en que se expresan los genes.

La genética confirma lo que la historia y la filosofía sabían: la pureza biológica (genética) no existe, todos somos mestizos, y compartimos raíces más o menos cercanas. Como me gusta decir: en mayor o menor grado, todos somos primos. Y, por supuesto, los gallegos no somos la excepción.

Antonio Salas Ellacuriaga Catedrático de la Facultad de Medicina de la USC. Investigador principal del grupo GenPoB del Instituto de Investigación Sanitaria de Santaigo (IDIS)