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En una sociedad donde solo un 16 % de la población vive en el rural, cada vez es más evidente el impacto de cómo se juzga y regula el campo a través de la visión urbana.
Y es que excepto durante la pandemia, que aplaudíamos al sector primario por ser los héroes que garantizaban nuestro sustento, en los últimos años hemos tratado al campo como a esa esposa fiel y trabajadora que se da por descontada.
Nos lo podíamos permitir gracias a la tranquilidad, hasta el año 2020, de disfrutar de los precios de la alimentación más bajos de la historia. Así, «con la barriga llena» hemos decidido que el problema era la sostenibilidad ambiental. Se nos olvidó que, si no hay sostenibilidad económica, es difícil mantener la sostenibilidad ambiental y mucho menos la social. Y así nos encontramos hoy con el sector primario en pie de guerra y los precios de los alimentos en «subida» libre.
En Galicia, donde tenemos la fortuna de tener más de un centenar de palabras para decir que llueve, al menos no nos acaba de machacar la sequía. También, tenemos la fortuna de que el motor económico del rural gallego, el sector lácteo, haya tenido unos resultados positivos durante los últimos dos años. Siendo capaces de atraer empresas lácteas muy relevantes a nuestra comunidad. Como consecuencia, hemos aumentado el número de litros de leche, no solo que se producen, sino también que se procesan aquí, dejando el valor añadido en Galicia.
Y es que a pesar de que ha disminuido el número de granjas, hoy se produce en Galicia más de medio millón de toneladas más de leche que hace 10 años. De hecho somos la única comunidad que ha incrementado la producción por encima del 1 % en el 2023. Un crecimiento constante del que nos podemos sentir orgullosos.
Ante este panorama, y considerando el vasto potencial aún por desarrollar para el sector lácteo y el sector primario en su conjunto, es imperativo continuar fomentando el atractivo del rural para emprendedores, familias y jóvenes.
Hay algunas medidas que se pueden tomar y que han salido a colación en conversaciones con gente del rural. Por ejemplo, se pueden establecer incentivos fiscales que fomenten la inversión y la llegada de nuevas personas al rural. También se debe promover una reorganización territorial a través de permutas, replicando iniciativas exitosas de algunos ayuntamientos. Además, una posibilidad pasa por la imposición de cargas a quienes, teniendo tierras, las mantengan en desuso, sin contribuir a la reorganización del territorio. Y es importante simplificar y agilizar los procesos para la obtención de licencias, continuando la lucha contra la burocracia. Otra de las medidas debe ir destinada a potenciar la conectividad y digitalización en las áreas rurales, así como a mantener y promover los servicios en el rural como estrategia esencial para prevenir el abandono de las aldeas. Y esta es de mi cosecha; no caer en el error de no valorar lo que tenemos hasta que lo perdemos y entonces, ya es demasiado tarde. Nos jugamos nuestra soberanía alimentaria.