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El refugio gallego de la viticultura regenerativa está en Chantada

Luis Díaz
LUIS DÍAZ MONFORTE / LA VOZ

AGRICULTURA

Uno de los viñedos de Lagar do Vento, situado frente al pueblo de Belesar
Uno de los viñedos de Lagar do Vento, situado frente al pueblo de Belesar CEDIDA

Antonio Roade participa son sus vinos artesanos en una asociación que impulsa ese cultivo sostenible a nivel internacional

24 jun 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

No es fácil para el viñedo esquivar el riesgo de adicción a los tratamientos de los que se echa mano cada vez más para erradicar malas hierbas y proteger la uva de hongos devastadores para la cosecha. Antonio Roade, principal referente en Galicia de la viticultura regenerativa, habla abiertamente de vides convertidas en yonquis por su dependencia de los productos químicos. «Me gusta —dice— ver la tierra como un ente vivo, creo que hay lineas rojas que no se deberían traspasar». Bodeguero vocacional en la Ribeira Sacra, preserva de la deriva fitosanitaria la biodiversidad microbiana de sus viñedos de Chantada. Entre bancales, al abrigo del curso medio del Miño, se esconde el refugio gallego de un tipo de viticultura que busca más que vinos sanos.

«Suelos vivos contra el cambio climático» es la tarjeta de visita de la Asociación de Viticultura Regenerativa. No parece precisamente cosa de frikis. Bodegas Torres —una de las grandes familias del vino del mundo— la impulsó en el 2021 y actualmente cuenta con más de cien integrantes repartidos por nueve países. En España se subieron al carro nombres de referencia en sus respectivas zonas, como Clos Mogador, Viña Pedrosa o Recaredo, que acaba de recibir los primeros 100 puntos Parker a un espumoso elaborado en España.

También tienen cabida en el club de la viticultura regenerativa proyectos pasionales a menor escala. Es el caso de Lagar do Vento, apuesta vitícola de Roade, uno de los impulsores de la asociación y su único socio gallego. «Cultivar en orgánico —explica— resulta más sencillo en la sierra de Gredos o en la zona mediterránea que en Galicia. Las enfermedades fúngicas siempre fueron un desafío para nuestros viñedos y los episodios extremos de los últimos años tampoco ayudan. El cambio climático no supone ningún beneficio para la viticultura atlántica».

Carbono en el suelo

El calentamiento global es un concepto clave para diferenciar la agricultura ecológica o biodinámica de la viticultura regenerativa. La máxima en este último sistema de cultivo es que también se puede contribuir a atenuar el cambio climático elaborando vinos respetuosos con el terruño. Según recientes estudios científicos, los 30 primeros centímetros de suelo del planeta contienen el doble de carbono que el que existe en toda la atmósfera. Evitar que se degraden a causa, por ejemplo, del empleo de herbicidas mejora la salud de los cultivos y reduce las emisiones de carbono y el efecto invernadero.

Antonio Roade es ingeniero medioambiental y director de sostenibilidad en una empresa de moda con sede en Ourense. Nacido en A Coruña, ciudad donde reside, sus lazos con el terruño vitícola vienen de su familia materna, con raíces en Valdeorras. «Siempre me atrajo —dice— el modo tradicional de tratar la tierra como un ente vivo». El flechazo con la Ribeira Sacra llegó de la mano del proyecto Enonatur, que impulsa el enólogo chantadino Roberto Regal en diferentes puntos de la ribera del Miño. Regal —en cuya bodega de Ponte Mourulle elabora Roade— pone a disposición de gente sensibilizada con la sostenibilidad del paisaje «natural y humano» viñedos en cultivo orgánico en los que pueden obtener vinos singulares no solo de palabra.

«Los suelos y los ecosistemas cambian de un lugar a otro y eso debe traducirse en una tipicidad, una expresión del carácter singular de las diferentes zonas de viñedo. Un vino de Chantada no puede ser igual a uno de Taboada», dice Roade. En el actual contexto de crisis que afecta a la venta de tintos —apunta— «existe un nicho de mercado para proyectos que buscan cierta esencia», propuestas como la suya que se miran «en el espejo de Borgoña», donde el terruño distingue y marca la calidad de los vinos.

Fomentar la biodiversidad

Lagar do Vento da nombre a uno de los vinos de parcela del proyecto. Sale de una viña de la ribera del Miño situada frente al pueblo del Belesar, en la margen del municipio de  Chantada. Do Peizás, Da Cubela y Asubío, sus otras marcas, proceden de otras parcelas en bancales de Chantada y Taboada con distintos suelos y orientaciones. Roade busca exprimir esa singularidad con una viticultura acorde: nada de herbicidas ni productos fitosanitarios agresivos, abonado mediante compost... «Si fomentas la diversidad en la viña —observa— la uva entra en la bodega con más carga y mayor riqueza de levaduras».

Antonio Roade trabaja de director de sostenibilidad de una empresa de moda
Antonio Roade trabaja de director de sostenibilidad de una empresa de moda

El concepto de pirámide de sanidad vegetal desarrollado por el agricultor amish John Kempf, un proceso encaminado a potenciar la salud de las plantas a través de la restauración de sus capacidades naturales, es una de sus fuentes de inspiración. Los análisis foliares son claves para conocer en qué punto está esa progresión hacia el fortalecimiento biológico de la cepa. Roade trabajó con la Asociación de Viticultura Regenerativa en un proyecto piloto para certificar estos vinos, pero de momento no utiliza un distintivo específico. «El coste —detalla— es muy alto para el que produce 4.000 botellas. A mis distribuidores les presento análisis de suelos, pero al final lo que más valoran es sentir autenticidad en el vino».

Los principales mercados de los tintos y blancos artesanos de Lagar do Vento están en Dinamarca, Noruega, Holanda y Bélgica. Destinos receptivos a ese perfil y dispuestos a asumir el mayor coste que impone la alta exigencia del cultivo orgánico. La distribuidora Vinaris, especializada en pequeños productores, lleva sus vinos en Madrid y Barcelona, y también están en el catálogo de la tienda coruñesa de productos gourmet La Mejorana. Restaurantes como Pracer Zalaeta, en A Coruña, o A Faragulla, en Chantada, les hacen un hueco en sus cartas.