Katia Álvarez, enóloga de Martín Códax: «A mí me educaron diciéndome que podía ser lo que quisiera y me lo creí»

AGRICULTURA

Esta reputada profesional, reconocida por su labor en Rías Baixas en toda España, sostiene que el matriarcado otorga a las gallegas un empoderamiento natural que no se da en otras zonas
08 mar 2025 . Actualizado a las 18:49 h.Katia Álvarez tenía claro que quería ser enóloga. Y fue esa determinación la que la ayudó a llegar hasta donde quería. Porque, en su opinión, uno de los problemas que se encuentran las mujeres a la hora de triunfar en un mundo de hombres, como era el sector del vino, «es que nosotras mismas no terminamos de creernos que podemos, que somos capaces», cuenta. Hoy es una de las profesionales más reputadas de Rías Baixas, reconocida también en toda España por la labor que desarrolla en Martín Códax Viticultores, y anima a las futuras generaciones a tener ambición, a educarlas, al igual que hicieron con ella, «diciéndoles que pueden ser lo que quieran».
—¿Cuándo decidió que quería ser enóloga?
—Me crié en una casa tradicional gallega, con huerta y viñedo para autoconsumo. Desde pequeña estuve en contacto con la agricultura e iba a podar. Así que decidí estudiar ingeniería técnica agrícola. Pero la primera vez que entré en una bodega fue amor a primera vista. Me llamó mucho la atención y, a partir de ahí, todo se encaminó a ser enóloga. Y eso entonces, en el año 96 o 97, no era fácil porque solo había estudios en La Rioja o Tarragona. Fue un drama que decidiera irme a estudiar a Rioja porque en enología éramos cuatro y no había la cultura del vino que hay ahora. Eso fue lo que más me llamó la atención cuando llegué a Rioja. Allí respiraban cultura del vino.
—Entonces, el mundo del vino era un mundo de hombres.
—Si, sobre todo en Rioja. Siempre me acordaré de la primera entrevista de trabajo que tuve. Un grupo muy fuerte estaba buscando un enólogo y yo tenía más experiencia que mis otros dos compañeros que se presentaron al puesto, porque yo ya había estado colaborando con la Estación de Viticultura de Galicia, haciendo dos vendimias. Al salir, uno de mis compañeros me dijo, «que sepas que me dieron el trabajo por ser hombre». Pero es que entonces el mundo del vino en España era tinto y masculino. Rioja, Ribera... eran muy tradicionales y familiares y era difícil entrar si no eras amigo o hijo de... Por suerte, eso fue cambiando poco a poco.
«Cuando yo empecé, el mundo del vino en España era tinto y masculino»
—A pesar de todas las mujeres que han triunfado en enología ¿sigue siendo un mundo de hombres?
—Yo creo que las mujeres, en la sociedad en general, estamos y hemos alcanzado posiciones muy diversas. Pero nos estamos encontrando con dos dificultades: el techo de cristal y el techo de cemento, que es el que nos ponemos nosotras mismas y que es incluso más importante que el de cristal. Aunque yo creo que en Galicia tenemos una realidad diferente, porque vivimos en un matriarcado. A mí me educaron diciéndome que podía hacer lo que quisiera en la vida y yo me lo creí. Nací con un empoderamiento natural que yo creo que no hay en otras zonas. Ahora hay muchas mujeres en el mundo del vino, no solo en enología, en márketing, en ventas... pero no llegan a puestos directivos y no hay visibilidad. El asumir un puesto de alta responsabilidad condiciona tu vida, porque ya entra la conciliación, la organización familiar... y ahí falla la sociedad. Hay una asignatura pendiente para romper ese techo de cristal y permitir el acceso de la mujer a puestos directivos. Y también veo que las nuevas generaciones tienen menos ambición que nosotros y eso va a afectar más a las chicas, porque podemos perder todo lo que hemos conseguido hasta ahora. De forma natural, la sociedad está hecha para que les sea más fácil acceder a los hombres, a las mujeres todo nos cuesta más.
—Eres una de las enólogas más reconocidas de Rías Baixas ¿cómo se llega hasta ahí? ¿Cómo has visto evolucionar a la mujer en el sector del vino?
—Se llega con trabajo y creyéndotelo, que me parece cada vez más importante. Era muy consciente de que para llegar ahí tenía que trabajar y hacer sacrificios. El mundo del vino es sacrificado porque durante un 15 % del año, en vendimia, vives por y para hacer vino. En mi caso lo asumí como parte del conjunto y se gestiona y no importa, pero tienes que estar muy convencido. Por otro lado, en Rías Baixas hay cada vez más mujeres. Yo creo que ayudó el ser una denominación joven que se desarrolló a la vez que la mujer se fue incorporando al mundo laboral. Se unió la demanda con la llegada de la mujer y fue todo muy natural. Pero también creo que sigue habiendo ciertos techos de cristal en ciertas organizaciones. El mundo de las bodegas es muy familiar y eso hace que no haya tantos espacios para acceder a esos puestos de responsabilidad.
—Trabajas en una de las principales empresas de Rías Baixas, que también es una cooperativa. ¿Supone eso una dificultad?
—Es una responsabilidad porque si trabajas en la empresa privada asumes riesgos para ti. En este caso, trabajas con la responsabilidad de ser la cara visible de muchas familias que cultivan la uva con mucho cariño. Te sientes responsable, pero también te aportan mucho, porque tenemos muchas familias que se esfuerzan por tener la mejor materia prima y eso es bueno. Y tenemos parcelas diferentes que me aportan producciones muy diferentes. Y cada vez que pedimos algo concreto los viticultores están orgullosos si sus fincas son las elegidas.
—¿Qué consejo le daría a una mujer que quiere acceder al mundo del vino?
—Que se forme, que viaje y recorra el mundo y, después de trabajar mucho, que crea que puede llegar y que se esfuerce. No hay fórmulas mágicas.
—Todavía hay quien habla de vinos para mujeres...
—Eso se dice entre la parte más tradicional del sector porque hay mucha gente que comunica igual que hace veinte años. Ahora hay diferentes tipos de vino para diferentes tipos de consumidores y para momentos distintos. Yo no bebo lo mismo en invierno que en verano. También influye el estado de ánimo porque, a veces, quiero frescura y burbujas y otras un tinto que me relaje. Pero no hay vinos para hombres ni para mujeres, claro que no.
—De todos los vinos que elabora, ¿con cuál se queda?
—No puedo elegir otro que no sea el albariño de Martín Códax. Porque es un vino potente, que representa la tradición y la modernidad. Se puede identificar también con la llegada de la mujer al mundo del vino. Porque lleva ahí muchos años y, poco a poco, se fue adaptando. Hoy es un vino más joven y actual que nunca. Lo mismo pasa con las mujeres, que poco a poco vamos ocupando los lugares que nos corresponden.